Las lenguas romances derivan del latín vulgar del Imperio Romano, el cual difería del latín culto o literario de los textos clásicos. La lengua italiana es la que más cercana ha permanecido al latín mientras que las otras lenguas romances han sido sometidas a influencias externas: la francesa a las lenguas célticas y germánicas, la rumana a las eslavas y la española a la árabe.
Estas lenguas constituyen un grupo de idiomas genéticamente afines y representan, por lo menos en su patrimonio principal, la continuación del latín sin que haya solución de continuidad entre uno y los otros. Esta continuidad entre la raíz y los vástagos es un caso especial pues es algo que no se produce, por ejemplo, entre las lenguas neoarias de la India con el sánscrito al no ser fraccionamientos de esta lengua.
A medida que los ejércitos de Roma ampliaban las fronteras del Imperio, el latín iba siendo introducido como lengua de la administración. El latín hablado que era uniforme al principio, ya comenzaba a dar muestras de diferenciación respecto al latín de la literatura clásica. Al producirse el derrumbe del Imperio y la desaparición de la administración romana, el latín de cada región comenzó a evolucionar según criterios propios. Sumado a eso la gran distancia que separaba unas regiones de otras y las influencias de otras lenguas locales, todo ello ocasionó en consecuencia el nacimiento de las lenguas romances.
Tomado de www.proel.org/mundo/romance.htm