Lejano recuerdo: la fanfarronerí­a de Bush


George W. Bush, presidente de Estados Unidos.

En los vertiginosos dí­as cuando los marines estadounidenses derribaron una enorme estatua de Saddam Hussein en el centro de Bagdad, el presidente George W. Bush se jactaba de que Irak serí­a un modelo de democracia.


Ahora, las luces se han oscurecido sobre esta aventura, y no sólo por los apagones eléctricos que todaví­a plagan Irak cuatro años y medio después de la aparentemente fácil invasión comandada por Estados Unidos.

Entonces, Bush pasó por alto la extendida opinión global de que la guerra serí­a un desastre, y seis semanas después de la invasión de marzo de 2003, apareció sobre la cubierta de un portaaviones bajo un cartel que decí­a «Misión Cumplida».

Ahora, el presidente está batallando con un Congreso dominado por la oposición demócrata que está haciendo campaña por una rápida retirada de las tropas estadounidenses, que han sufrido más de 3.700 muertos en Irak. Las estimaciones de los civiles iraquí­es muertos van desde 70.000 a 655.000.

El clamor ha crecido mientras el general David Petraeus, el comandante estadounidense en Irak, y el embajador en Bagdad, Ryan Crocker, se preparan para testificar ante el Congreso la próxima semana sobre un informe de la Casa Blanca que revisa la estrategia militar de aumento de tropas adoptada hace siete meses.

Pero en el futuro solo pueden haber malas y peores opciones para Estados Unidos en Irak, de acuerdo al respetado académico de polí­tica exterior Anthony Cordesman, del Center for Strategic and International Studies, con sede en Washington.

Argumentando por una «paciencia estratégica» debido a la importancia de Irak por su riqueza petrolera en una volátil región, Cordesman dijo en un reciente seminario luego de una visita al paí­s: «nuestro legado, si abandonamos Irak, no será rápido o fácil».

«Será uno de dolor que durará más de cinco a 10 años».

Casi dos tercios de los estadounidenses estiman que Bush estaba «demasiado impaciente» para hacer la guerra en Irak y que está manejando mal el conflicto, de acuerdo a una encuesta Harris divulgada esta semana. Pero otro sondeo de UPI/Zogby dijo que el 54% cree que la guerra en Irak no está perdida.

En el último año, varios libros bien vendidos han dejado al descubierto lo que los crí­ticos dicen que fue una incompetencia en los mandos en la incursión de Bush en Irak, la que fue presentada como una misión de vida o muerte para impedir que Saddam amenazara a sus enemigos con una aniquilación quí­mica o nuclear.

El el libro «Fiasco», el periodista del Washington Post Thomas Ricks sostiene que la invasión «estuvo basada quizás en el peor plan de guerra de la historia estadounidense», uno que «confundió remover al régimen de Irak con la mucho más dificultosa tarea de cambiar todo el paí­s».

El vicepresidente Dick Cheney, el ex jefe del Pentágono Donald Rumsfeld y su segundo Paul Wolfowitz son acusados de conducir una cruzada ideológica contra Saddam que ignoró todos los peligros inherentes de la guerra.

Muy pocos soldados fueron desplegados, no hubo reflexiones sobre el Irak de post-guerra, exiliados iraquí­es proestadounidenses con oscuro pasado ejercieron una influencia indebida y el aporte experto de otras ramas del gobierno estadounidense fue rechazado.

La polí­tica pareció ser hecha en el aire, tal como el funesto edicto del «virrey» estadounidense Paul Bremer de divolver el ejército iraquí­, que arrojó a miles de furiosos hombres armados a las calles, ayudando a impulsar a la sangrienta insurgencia.

En el recientemente publicado libro «Dead Certain: The Presidency of George Bush» (Muerte segura: la presidencia de George Bush), el periodista Robert Draper, de la revista GQ, cita a Bush diciendo que Bremer sorprendió a todos con su orden, una afirmación que niega el ex jefe de la ocupación.

El recuento de Draper agrega un retrato de Bush como un despreocupado comandante en jefe que autoriza a sus altos funcionarios disputar una eterna guerra artificial mientras Irak se devasta y los talibanes y Al-Qaida se reagrupan en Afganistán.

Bush, quien insinuó una posible reducción de tropas estadounidenses durante su sorpresiva visita a Irak esta semana, insiste mientras tanto en que la historia lo juzgará.