Los recientes ataques que se llevan a cabo desde y hacia Israel han provocado un sinfín de muertes de adultos y niños, específicamente en la Franja de Gaza, donde musulmanes y cristianos se enfrentan una vez más, por distintas razones, dentro de las cuáles está la religión, la tierra y principalmente el odio entre quienes habitan esa región del Medio Oriente, la que ha sobrepasado límites de cualquier clase, atentando contra la humanidad y su derecho de preservación.
Uno de los principios más importantes del derecho internacional es el conocido como el de la legítima defensa, el cual permite, autoriza o perdona que un Estado pueda defender militarmente a su territorio, su soberanía o su población, de ataques foráneos, provenientes de otros Estados, que sin justificación alguna, ataca la posición de otro por intereses económicos, políticos o sociales. Este principio es tan antiguo como el de la soberanía de los Estados, pues se utilizó desde siempre para defender posiciones ante las interminables conquistas que el ser humano ha tenido con sus diferentes intereses de poder, político o económico.
Pero el principio definido ya por ilustres expertos y puesto en instrumentos internacionales en épocas contemporáneas, es poco aplicado en las guerras actuales y los movimientos militares en la Franja de Gaza es un claro ejemplo. El principio toma como base un ataque de un Estado hacia otro, algo que no se aplica en el caso palestino, al ser un grupo terrorista –Hamas– el que ataca a Israel. Se presume sin embargo, que la Autoridad Palestina, que tampoco es un Estado definido, si bien no apoya al grupo radical, tampoco hace mucho por detenerlo o llevarlo ante la justicia. La otra característica es que regularmente hay un interés particular sobre el Estado que es atacado, lo que en el presente caso parece no ser tan claro, pues la cultura del odio sobresale sin un interés más grande. El reconocimiento del Estado Palestino es casi un hecho en un futuro, y la Franja de Gaza será un territorio que deberá dilucidarse en una mesa de negociación, más que una guerra. Eso es, si ambas partes en realidad quieren alcanzar la paz.
Y el tercer elemento de este principio, que ratifica que es inaplicable para el presente caso del conflicto en Medio Oriente, es la intersección con otro principio que es el de la proporcionalidad. Y en este aspecto, Israel tiene no sólo la mayor fortaleza militar y económica por sobre su atacante, sino también lo hace visible al enviar hasta tres o cuatro veces más fuerza de armas, provocando desafortunadas bajas civiles, especialmente mujeres y niños. La prensa internacional ha sido extensa en la cobertura, lo que debilita la posición de Israel ante la comunidad internacional, y desnaturaliza su intencionalidad real, que es la de defenderse de los ataques que recibe del grupo terrorista. Por ello el ataque militar debe terminar cuanto antes y sustituirlo por un diálogo abierto con apoyo de un tercer actor, totalmente neutral.
La única conclusión a la que se puede llegar, desde cualquier óptica de adentro o afuera del conflicto, es que uno de los propósitos de la creación de la ONU en 1946, ha fracasado nuevamente, al permitir que los conflictos de esta naturaleza se extiendan y profundicen hasta el grado de crear una cultura de odio entre estas dos poblaciones, que histórica y políticamente ha crecido sin control y que nuevamente encuentra la pérdida de vidas humanas.
Así entonces, el principio de legítima defensa no cumple con los requisitos mínimos, lo que podría provocar un rechazo aun mayor de la comunidad internacional sobre Israel, a pesar de que ninguno de dichos Estados parece hacer algo para detener los constantes ataques terroristas en contra del Estado judío.
O la ONU interviene, por medio de sus aliados políticos, o la situación podría tornarse tan tensa que eventualmente alcanzará a otros Estados y el estallido internacional será por siempre lamentable.