Con la partida de Carlos Castresana, quien se retiró del país para entregar su cargo en la sede de Naciones Unidas, no sólo termina una etapa de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, sino que deja un legado comprometedor a las instituciones del Estado guatemalteco y a la población de nuestro país, puesto que durante su gestión al frente de CICIG reclamó insistentemente el apoyo de ambas instancias.
Es obvio que el Estado no le respondió a Castresana en la medida que lo esperaba y de esa cuenta no sólo se fue argumentando esa ausencia de apoyo, sino que pidiendo que le den a su sucesor los instrumentos para terminar el trabajo de la Comisión. Pero eso tenía que darse por sentado toda vez que nuestras instituciones se encuentran copadas por la corrupción y el crimen organizado que de manera consistente fue tejiendo sus redes hasta afianzar el control absoluto de las mismas para convertirlas en instrumento de las ambiciones podridas de oscuros sectores.
Si eso es grave, mucho más penoso y delicado es el comportamiento de los guatemaltecos que no terminamos de hacer nuestra la lucha contra la impunidad y que hasta criticamos el apoyo de la Comisión internacional que apoya en esa materia. Porque los políticos seguirán siendo lo que son en la medida en que los ciudadanos sigamos siendo lo que somos, es decir, indiferentes y reacios a jugar el papel protagónico que nos corresponde para impulsar los cambios que el país demanda. Somos un pueblo de gente que refunfuña su desagrado y frustración, pero que no hace absolutamente nada para presionar a sus dirigentes para que actúen con ética, con compromiso patriótico y con espíritu de servicio.
Cuando se dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece hay que extrapolar el dicho para decir que cada pueblo tiene la clase política que se merece, porque si bien los políticos merecen toda crítica por actitudes tan cínicas como las de nuestros diputados que no quieren leyes como la de extinción de dominio si no los excluyen a ellos, qué decir del pueblo que recurrentemente vota por ellos y los encumbra a posiciones desde las que no hacen sino enriquecerse.
Castresana nos vino a quitar viejas vendas de los ojos y nos puso en evidencia las debilidades y carencias del sistema. Se va, pero nos deja un legado comprometedor porque no podemos alegar desconocimiento de la realidad luego de lo que nos demostró durante la duración de su mandato. Ahora nos corresponde a nosotros como pueblo el ejercer ciudadanía, no sólo para respaldar la lucha contra la Impunidad, sino para convertirla en nuestro propio compromiso.