Leer ya no es como antes


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Un niño de 10 años se pone las pijamas y le pide a su padre que le lea un cuento para tratar de dormirse; el padre alista una tableta electrónica de última generación y deslizando los dedos sobre la pantalla le pregunta al hijo qué cuento quiere que le lea, éste le dice aquel que se llama “leer ya no es como antes”. El relato ocurre en un mundo dominado por la cultura letrada y la sociedad del conocimiento, todos aspiran a absorber la mayor parte de sabiduría a través de los libros que predominantemente se mantenían en papel, a pesar del desarrollo de la tecnología.

Julio Donis


Las bibliotecas que se diseminaban por todos los lugares del mundo eran los centros más concurridos a los que la gente acudía como hábito normal. En cada aeropuerto había una pequeña biblioteca a la que se podía acudir mientras se esperaba un vuelo. Había casi tantos bares como bibliotecas en ese mundo en el que reinaba el libro, las letras y las palabras escritas. Las imágenes y todos los medios para transportarlas o diseminarlas eran secundarias, de hecho la televisión se había convertido en un artilugio secundario porque la gente prefería leer y debatir que perder el tiempo en esa actividad vacía, de hecho era considerada de mal gusto. Había clubes de lectura por todos los lugares desde los más prestigiosos a los más populares, a los que podía pertenecer por la cantidad de libros que se había leído, pero también por la capacidad de debatirlos. Era esa una sociedad en la que se prestigiaba la sabiduría sobre el consumo alienante, por tanto el libro era sujeto de culto pero lo era más el conocimiento adquirido. Los niños de esa sociedad empezaban a introducirse en el arte de la lectura, desde muy pequeños, de hecho desde antes de nacer cuando la madre les leía pequeños relatos a los no nacidos, aun en el vientre materno. Los jóvenes aspiraban rápidamente a pertenecer al club de lectura de su barrio para poder entrar en contacto con otros chicos y chicas, intercambiando libros y conociendo a través de esa actividad el mundo que les esperaba. Los periódicos de esa sociedad eran gratis y se producían en grandes cantidades; los espacios centrales eran para relatos literarios y de ficción o para prosas innovadoras de autores descubiertos, y los espacios segundarios eran para las noticias sobre la economía y la política, por tanto eran subsidiados por el Estado y no representaban intereses de poder sino eran plataformas para la expresión y el debate. En esa sociedad, le relataba el padre al hijo, las relaciones familiares estaban basadas en el intercambio de ideas y el respeto, lo cual era lógico de una sociedad ilustrada. Así también era una consecuencia directa, que el mundo de esa sociedad del conocimiento, hubiera remontado ya sus propias ambiciones y había superado la fase del sistema de producción en el que la alienación consumista imponía el destino de los recursos naturales o el fin del planeta; el mundo pues se había salvado y avanzaba hacia un estadío superior”. El padre apaga la tableta electrónica y el niño dormido empieza a soñar con un mundo de libros, edificios de libros y calles de libros. Este relato ficticio me sirve de sugerente propuesta en ocasión de una nueva edición de la Feria Internacional del Libro en Guatemala, que abre sus puertas en este mes de julio en el contexto de la crisis desbordada del sistema de educación, especialmente la pugna entre Gobierno y estudiantes normalistas. Termino con una pregunta que antes ya se la planteara Mari o Roberto Morales: ¿qué tiene que hacer la palabra escrita en un mundo dominado la imagen y el sonido? Si al terminar esta lectura se le dificulta entenderla y procesarla, ¡preocúpese! seguramente usted ya tiene el cerebro moldeado por la cultura audiovisual.