Lecturas de Semana Santa


Marco Augusto Quiroa fue un narrador, ensayista y pintor guatemalteco, que falleció hace algunos años. En estos dí­as, se recuerda su libro de cuentos Semana Menor, ya que hace relación a la Semana Mayor, que es otra forma de conocer a la Semana Santa.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Extraí­dos de esa colección de relatos, le presentamos algunos cuentos que, por su contenido, podrí­a usted disfrutar en estos dí­as.

La primera piedra

Viernes de dolores, año de Tata Lapo

AQUEL VIEJO predicador iba de pueblo en pueblo con su paraguas ratoso y su biblia de tapas gastadas, explicando la grandeza del Señor, hablando bien del bien y del mal, interpretando los evangelios, despertando la fe dormida en el corazón de los hombres sencillos.

Era su palabra bálsamo para llagas nunca cicatrizadas, asidero para pecados cubiertos por le polvo del olvido y del tiempo, esperanza para hipócritas, herejes y blasfemos.

Hoy, la gran plaza abierta y pedregosa de ese pueblo alejado de rutas de circos y cines ambulantes, marginado de giras presidenciales y campañas electoreras, herví­a de gente entusiasmada por el inusitado espectáculo de ver a alguien que hablaba del cielo y el infierno como si los conociera, y que se habí­a desviado de caminos transitados, de comodidades terrenales para llevar la palabra de Dios al caserí­o incrustado entre los pliegues de la montaña, por donde el Diablo perdió la chamarra.

Cuando el predicador, colorado por el sol de mediodí­a, hinchó las venas del cuello e infló el pecho para que lo oyeran todos, todos, hasta el último vecino y dijo:

? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Mil, diez mil, veinte mil manos se alzaron y lo sepultaron bajo una lluvia de pedruzcos.

Habí­a llegado al pueblo de los justos.

El hijo del hombre

Viernes Santo, antes del descendimiento

LOS INCRí‰DULOS, los escépticos y los ateos creen que sólo soy un pedazo de madera clavado en esta recia cruz de caoba. Que mis mansos ojos de vidrio están ciegos para ver la injusticia y mi corazón no siente todos los dolores de la Humanidad.

No saben que he olvidado mi propio sufrimiento, mis clavos, mi corona de espinas, para aceptar las lágrimas de las viudas que son gotas de fuego corriendo por mis venas y que mi misericordia ya no es suficiente, a pesar de ser infinita, para el dolor de tanto huérfano. Mi nombre ya no es miel para los labios, paz para el espí­ritu, ni bálsamo para las aflicciones.

A veces pienso que mi sacrificio ha sido en vano y no me atrevo a pedir Su perdón porque muchos sí­ saben lo que hacen.

Pero un dí­a de estos perderé la paciencia, me llenaré de santí­sima ira, los mansos ojos inyectados de rabia y bajaré para echar a los nuevos fariseos del templo. A patadas en el trasero.

Me enfrentaré a los poderosos para que dejen de hacer tanta cabronada en mi nombre, que no me usen de bandera para causas miserables, de estandarte para cruzadas mercantilistas.

Hablaré con los oprimidos para que no acudan a mí­ sólo en sus tribulaciones y me encomienden sus penas en la llama de una vela, sino que se acuerden más de ellos mismos, de la fuerza de su brazo, del poder de la unión.

No faltarán los que me tilden de subversivo, me acusen de alterar la paz social y me lleven ante renacidos herodes, cónsules de nuevo cuño, enviados de renovadas águilas imperiales y pilatos de uniforme con manchas indelebles en las manos.

Seguramente me tomarán prisionero, me torturarán y una frí­a madrugada después de crucificarme a balazos me dejarán abandonado, muerto, en calzoncillos, en un barranco, entre las flores silvestres salpicadas de sangre.

No importa.

Esta vez no resucitaré.

Para que a todos se los lleve la chingada.

Camino de espinas

Viernes, después del ángelus.

PARA QUE le fueran perdonados sus múltiples pecados, aquel hombre, mal llamado Salvador, llegó al final de la peregrinación arrastrando su cuerpo lacerado. Olor a sangre muerta en las heridas. Lija el aire de enero sobre la carne viva. Ensayó una sonrisa y expiró abrazado a los pies del santo Cristo de Esquipulas.

Sigue en el infierno.

Génesis

Lunes al amanecer, año 100,000 a.C.

Y CUANDO el último hombre hubo desaparecido de sobre la faz de la Tierra, los robots inventaron una máquina para hacer las cosas a mano.

Dios y el Demonio

Lunes al anochecer, 2982

PARA PONER punto final y zanjar definitivamente, ad vitam aeternam, aquella agria, estéril y perpetua discusión sobre su existencia, Dios habló y con su presencia dio testimonio.

Sin embargo, la discusión sigue porque algunos aseguran, con los pelos en la mano, que quien se presentó fue el mismí­simo Demonio, disfrazado de Dios, para justificar su existencia.