¿Cuánto tiempo durará el entusiasmo por los libros editados en papel? Es quizá la pregunta del millón y al que algunos intelectuales apuestan de muy diversas maneras. Los hay optimistas que dicen que aunque las ediciones electrónicas estén de moda, pasará muy pronto la onda en virtud del placer que proporcionan los libros, el olor del papel y el romanticismo que dan a los sentidos. Es una experiencia inigualable, dicen. No hay nada que se compare a leer en papel y tinta.
Como si todo el tiempo jugáramos a ser dialécticos, hay quienes se oponen a la idea anterior y afirman categóricamente que los libros al estilo de Gutenberg morirán antes de que cante el gallo. Consideran cavernícola seguir talando árboles y muy estúpido cargar esos volúmenes caros e inútiles después de su lectura. Es decir, llevar un libro es una especie de evidencia reveladora e infalible de pertenecer al vergonzante siglo XX: Edad moderna, ortodoxa, conservadora y muy inflexible, rígida. La posmodernidad llegó para quedarse y la lectura está llamada a evolucionar.
Si creyéramos lo que dicen los pensadores vanguardistas, nuestras ferias de libros estarían llegando a su final. Estaríamos en el apocalipsis de los eventos masivos para ir a acariciar libros, olerlos y tener un romance fugaz con ellos. Muy pronto, esa fecha ha llegado, dicen los entusiastas, lo que habrá es un comercio irrefrenable de libros electrónicos al que gracias a un modesto “clickâ€, se podrán descargar los textos para leerlos en aparatos destinados a ello: Kindle, Nook… Habremos pasado a la época dorada de la información y el conocimiento: los libros al alcance de la mano a muy bajos precios.
Por supuesto muy lejos de lo que sucede hoy en el que las billeteras se quedan cortas frente a la oferta abrumadora de los editores. Lejos de nuestros grandes anaqueles, cargados de libros viejos con olor a humedad. Muy distantes de esa preocupación porque las bibliotecas nos presten libros, con todas esas condiciones caprichosas y arrogantes que impiden la libre circulación de las ideas. Estaríamos frente a la caída del modelo tolemaico (al estilo de Gutenberg) para acceder a un paradigma novedoso y revolucionario: la era de Newton (digo, de la cibernética).
Por supuesto, que lo nuestro, en la realidad guatemalteca, las cosas seguirán su camino muy despacio. Seguiremos perdiendo los libros que prestemos a los amigos y nuestros hijos tardarán en entrar al siglo XXI de la lectura digital, pero llegaremos algún día, como llegó la electricidad, la televisión y las computadoras al hogar. Nuestros editores tendrán que dar al paso aunque ahora estén renuentes a ello y ni siquiera tengan entusiasmo.
íšltimamente he conversado con algunos responsables editoriales, de distintos países: Argentina, El Salvador, Nicaragua, Colombia y México y, ¿adivinen qué? No están felices con la idea de pasarse al mundo digital. “Todavía no tenemos muy claro en qué consiste esoâ€, respondió uno. “Aún hay muchas trampas en Internet, se estafa demasiado, se copia mucho: la piratería es abundanteâ€, me contestó otro. Y con ese ánimo oscuro, el típico de quien no quiere cambiar porque siempre la novedad complica la vida, siguen como siempre: “Cosí fan tutti†(así hacen todos).
No se requiere ser profeta para vaticinar que el mundo continuará dándonos sorpresas, y entre esas, la llegada de nuevos estilos de vida. Tendrá que imaginar que pronto no habrá un solo libro en su sala (o los tendrá solo de reliquia) y que portará por doquier un aparato de esos que hoy algunos llaman “lector electrónicoâ€. Así es la vida.