Decía el sábado pasado durante la Mesa Redonda que en conmemoración del Día Internacional de lucha de los Trabajadores de todo el mundo, convocó la Asociación de Jubilados de la Universidad de San Carlos (AJUSAC) y que tuvo lugar en el Auditorio de la antigua facultad de Odontología de la Usac, que si de algo estoy más seguro a estas alturas de la vida, es que traer a cuenta el pasado ayuda a explicar e interpretar el presente y aproximarse a prever lo que pueda acontecer en el corto, mediano y largo plazo.
Ello supone, por una parte, plantearse y resolver interrogantes desafiantes y, por la otra, entender el diario acontecer y la secuencia de los hechos en su interrelación dialéctica, antecedentes, desenvolvimiento, desarrollo y desenlace.
Pienso, además – dije – que contribuye a resolver una cuestión de conciencia y ética, de opinión y posición, y que es motivo de angustia y crisis de identidad para quienes andan tras la desesperada búsqueda de respetabilidad intelectual a que ya hizo referencia James Petras, y de ubicarse en un contexto social, económico, cultural y político propio de los estratos en que no están, en que no tienen cabida, no se les acepta o a los que sólo podrían acceder si están dispuestos a hacer concesiones, renegar de su pasado y acomodarse al modo de ser, de pensar y al quehacer de quienes, en otro tiempo, se enfrentaron, combatieron y atacaron.
Eso sí, no me cabe duda que es la suerte de quienes así como se sienten derrotados, sufren la angustia de tener que acomodar lo que en el pasado fueron, dijeron e hicieron a lo que ahora no pueden ser ni decir ni hacer. La honestidad y consecuencia son el patrimonio más preciado para quienes no se dejan avasallar ni sucumben ante los hipócritas y convencionales elogios y manipulación de un sistema egoísta, desideologizador, excluyente, discriminador y racista.
A lo ya dicho, agrego que en un momento como en el que se está actualmente y en nuestro medio, ser revolucionario, mantenerse en esa posición, ser leal y consecuente, firme e indoblegable, es algo propio de quienes se les excluye y estigmatiza tanto desde la derecha conservadora como por los neomarxistas y los intelectuales críticos de la izquierda revolucionaria.
Unos y otros, aunque no al unísono ni en los mismos términos, ponen el grito en el cielo, se asustan y se jalan de los pelos si escuchan a alguien que manifiesta estar dispuesto a actuar y proceder revolucionariamente – en el marco de la impuesta institucionalidad vigente, se entiende- y, peor aún, a hacer la revolución, como lo planteaba el Che. Y es así porque lo que predomina es el reformismo que viene a ser el implante en lo ideológico e intelectual de políticas y concepciones propias del neoliberalismo y la globalización neocolonizadora.
En un país como el nuestro, los neomarxistas y los intelectuales críticos de la izquierda revolucionaria, son presa de una corriente de pensamiento que con el señuelo de estar a lo moderno y actualizar su quehacer teórico a la luz de los adelantos tecnológicos y científicos de la época, y lo «nuevo» y los «cambios» que en lo económico, político y social se vienen «dando», es el camino a seguir a fin de «superar» el desfase, estancamiento, conservadurismo y ortodoxia que, además, hay que estigmatizar y satanizar en tanto corresponde a una época a revisar y reescribir con la visión de ahora, sin tener en cuenta cómo y por qué se dio, el momento, su entorno y condiciones concretas y específicas. Es la manera de descontextualizar los hechos y desvirtuar el análisis, sistematización, explicación e interpretación científica de la historia.
En cuanto al título de esta columna, es así como identifico y defino a un compatriota revolucionario que conocí y conversamos por primera vez en 1963 y que, aunque lo dejé de ver por muchos años, nuestros ocasionales encuentros en La Habana y Managua y, muy especialmente después de la firma de la paz en nuestro país, me ha hecho posible valorar en toda su dimensión lo que es en lo personal, como ciudadano intachable, patriota de verdad e internacionalista revolucionario. Es mucho lo que de él he aprendido y es ahora cuando más me ha sido posible ya que compartimos una misma trinchera en la lucha por ese otro mundo que es posible y la otra Guatemala que es necesario construir.
Me estoy refiriendo al licenciado Alfonso Bauer Paiz.
A sus 90 años de vida que cumplió ayer y la larga lucha librada, Ponchito, que es como le decimos con respeto quienes le queremos y admiramos, es el vivo ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de mujeres y hombres, obreros y trabajadores de la ciudad y del campo, campesinos indígenas y no indígenas, jóvenes y estudiantes de nuestro país y, por qué no decirlo, de otros países y pueblos hermanos.
Según Lenin, «El revolucionario no es quien se hace tal al advenir la revolución, sino el que mantiene con firmeza las posiciones y las consignas de la revolución en momentos de mayor desenfreno de la reacción y cuando más vacilan los liberales y los demócratas»