Leal, consecuente, í­ntegro, indoblegable


Decí­a el sábado pasado durante la Mesa Redonda que en conmemoración del Dí­a Internacional de lucha de los Trabajadores de todo el mundo, convocó la Asociación de Jubilados de la Universidad de San Carlos (AJUSAC) y que tuvo lugar en el Auditorio de la antigua facultad de Odontologí­a de la Usac, que si de algo estoy más seguro a estas alturas de la vida, es que traer a cuenta el pasado ayuda a explicar e interpretar el presente y aproximarse a prever lo que pueda acontecer en el corto, mediano y largo plazo.

Ricardo Rosales Román

Ello supone, por una parte, plantearse y resolver interrogantes desafiantes y, por la otra, entender el diario acontecer y la secuencia de los hechos en su interrelación dialéctica, antecedentes, desenvolvimiento, desarrollo y desenlace.

Pienso, además – dije – que contribuye a resolver una cuestión de conciencia y ética, de opinión y posición, y que es motivo de angustia y crisis de identidad para quienes andan tras la desesperada búsqueda de respetabilidad intelectual a que ya hizo referencia James Petras, y de ubicarse en un contexto social, económico, cultural y polí­tico propio de los estratos en que no están, en que no tienen cabida, no se les acepta o a los que sólo podrí­an acceder si están dispuestos a hacer concesiones, renegar de su pasado y acomodarse al modo de ser, de pensar y al quehacer de quienes, en otro tiempo, se enfrentaron, combatieron y atacaron.

Eso sí­, no me cabe duda que es la suerte de quienes así­ como se sienten derrotados, sufren la angustia de tener que acomodar lo que en el pasado fueron, dijeron e hicieron a lo que ahora no pueden ser ni decir ni hacer. La honestidad y consecuencia son el patrimonio más preciado para quienes no se dejan avasallar ni sucumben ante los hipócritas y convencionales elogios y manipulación de un sistema egoí­sta, desideologizador, excluyente, discriminador y racista.

A lo ya dicho, agrego que en un momento como en el que se está actualmente y en nuestro medio, ser revolucionario, mantenerse en esa posición, ser leal y consecuente, firme e indoblegable, es algo propio de quienes se les excluye y estigmatiza tanto desde la derecha conservadora como por los neomarxistas y los intelectuales crí­ticos de la izquierda revolucionaria.

Unos y otros, aunque no al uní­sono ni en los mismos términos, ponen el grito en el cielo, se asustan y se jalan de los pelos si escuchan a alguien que manifiesta estar dispuesto a actuar y proceder revolucionariamente – en el marco de la impuesta institucionalidad vigente, se entiende- y, peor aún, a hacer la revolución, como lo planteaba el Che. Y es así­ porque lo que predomina es el reformismo que viene a ser el implante en lo ideológico e intelectual de polí­ticas y concepciones propias del neoliberalismo y la globalización neocolonizadora.

En un paí­s como el nuestro, los neomarxistas y los intelectuales crí­ticos de la izquierda revolucionaria, son presa de una corriente de pensamiento que con el señuelo de estar a lo moderno y actualizar su quehacer teórico a la luz de los adelantos tecnológicos y cientí­ficos de la época, y lo «nuevo» y los «cambios» que en lo económico, polí­tico y social se vienen «dando», es el camino a seguir a fin de «superar» el desfase, estancamiento, conservadurismo y ortodoxia que, además, hay que estigmatizar y satanizar en tanto corresponde a una época a revisar y reescribir con la visión de ahora, sin tener en cuenta cómo y por qué se dio, el momento, su entorno y condiciones concretas y especí­ficas. Es la manera de descontextualizar los hechos y desvirtuar el análisis, sistematización, explicación e interpretación cientí­fica de la historia.

En cuanto al tí­tulo de esta columna, es así­ como identifico y defino a un compatriota revolucionario que conocí­ y conversamos por primera vez en 1963 y que, aunque lo dejé de ver por muchos años, nuestros ocasionales encuentros en La Habana y Managua y, muy especialmente después de la firma de la paz en nuestro paí­s, me ha hecho posible valorar en toda su dimensión lo que es en lo personal, como ciudadano intachable, patriota de verdad e internacionalista revolucionario. Es mucho lo que de él he aprendido y es ahora cuando más me ha sido posible ya que compartimos una misma trinchera en la lucha por ese otro mundo que es posible y la otra Guatemala que es necesario construir.

Me estoy refiriendo al licenciado Alfonso Bauer Paiz.

A sus 90 años de vida que cumplió ayer y la larga lucha librada, Ponchito, que es como le decimos con respeto quienes le queremos y admiramos, es el vivo ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de mujeres y hombres, obreros y trabajadores de la ciudad y del campo, campesinos indí­genas y no indí­genas, jóvenes y estudiantes de nuestro paí­s y, por qué no decirlo, de otros paí­ses y pueblos hermanos.

Según Lenin, «El revolucionario no es quien se hace tal al advenir la revolución, sino el que mantiene con firmeza las posiciones y las consignas de la revolución en momentos de mayor desenfreno de la reacción y cuando más vacilan los liberales y los demócratas»