Pocas veces me he sentido orgulloso de un funcionario de Estado como guatemalteco y tengo que reconocer que esta vez siento orgullo por las acciones del presidente Otto Pérez Molina en torno a la discusión y análisis del serio problema de las drogas.
Creo que es importante felicitar y exhortar al Presidente a que no debe de desmayar en su idea de convencer a gobernantes de otros países para que, aunque sea de a poco, se vayan ganando espacios para que algún día se descriminalice la producción, comercialización y consumo de estas sustancias.
Estoy convencido que la historia juzgará con reconocimiento a Otto Pérez Molina como el primer presidente que se atrevió a hablar frontalmente del problema y la discusión de sus soluciones aunque existe una masa política importante que por motivos morales no aprueba la idea. La posición de Estados Unidos en cambio será juzgada como hipócrita e irreal, pero tarde o temprano, estoy seguro, terminarán dando su brazo a torcer porque no hay mal que dure cien años ni pueblo que los aguante.
Seguramente esto de legalizar la producción, comercialización y consumo de drogas no pasará tan rápido como a muchos nos gustaría, pero definitivamente es un avance enorme el hecho de ver a mandatarios y cancilleres discutiendo y reconociendo en foros políticos importantes las alternativas que el futuro nos depara. Me parece que, aunque lo ideal sería que las sustancias prohibidas navegaran libremente por el mundo como muchos de los productos que el ser humano intercambia, los políticos no podrán resistirse a la tentación de gravar y regular de tal manera su uso y comercio y terminarán siendo ellos una suerte de nuevos capos. Cuando los políticos se den cuenta que si legislan en ese sentido pueden tomar el control del tráfico de influencias que productos de alta demanda y dependencia tienen sobre los individuos, entonces moverán cielo y tierra para hacerse con reglas discrecionales que los bañarán de poder. Preveo que como en el caso de varios productos de consumo como por ejemplo el azúcar, los granos, el pollo, la carne y un largo etcétera, los gobiernos se verán rodeados de poderosos lobistas que pelearán porque el político de turno les provea de protección de manera que hacer su trabajo se vuelva más fácil en franco detrimento del consumidor. De esa manera sucede ya con el licor y el tabaco y seguramente será de esa manera que evolucionará el asunto de las drogas también.
Lo bueno es que, en todo caso, ese será un paso en la dirección correcta porque las fuerzas del mercado presionarán a los gobiernos para que poco a poco liberen el comercio de drogas de tal manera que algún día lleguemos a tener gobiernos o disposiciones gubernamentales que influyan tan poco en los precios que el contrabando y la clandestinidad pierdan la ventaja de la que hoy gozan a tope por la política prohibicionista.
Como la vida me ha enseñado que de los gobernantes se puede esperar realmente poco, la acción del presidente Otto Pérez Molina es plausible por el positivo impacto que tendrá en el largo plazo. No conozco los motivos para que un Presidente que ha hecho un gobierno bastante mediocre y atorado de escándalos de corrupción haga una propuesta tan revolucionaria, pero la verdad los motivos importan poco porque los beneficios serán de tal magnitud algún día que para entonces ya nadie recordará a este Presidente más que por esto y alguna que otra obra de infraestructura que lleve su nombre.