América Latina y el FMI mantuvieron durante décadas una turbulenta relación marcada por multimillonarios créditos de la entidad a gobiernos de la región, pero condicionados a leoninos planes de ajuste que en, el caso de Argentina, causaron estragos en el sector productivo.
Una mayoría de economistas y analistas ha planteado el papel negativo del organismo, aunque coinciden en que los propios gobiernos latinoamericanos también son responsables de los problemas endémicos de la región.
Una reacción frecuente de los Estados latinoamericanos ante cada crisis financiera fue tender la mano con la palma abierta y aceptar la billetera del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero en Argentina la ayuda fue un «salvavidas de plomo».
Las críticas siempre le llovieron al FMI a diestra y siniestra. Entre ellas, las de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI, en un informe publicado en 2004.
«El FMI (…) se equivocó en el período anterior a la crisis (argentina de 2001) al apoyar durante demasiado tiempo las políticas equivocadas del país, incluso cuando a fines de los 90 era evidente que carecía de la capacidad para imponer una necesaria disciplina fiscal y una reforma estructural», indicaba el informe.
En 2001, la economía argentina estallaba en pedazos y el hasta entonces país considerado como uno de los ’mejores alumnos’ del FMI declaraba el ’default’ más grande de la historia contemporánea, en medio de una recesión brutal y un colapso político.
El premio Nobel de Economía y ex vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, aseguró que «la transformación de Argentina en el peor estudiante de la clase tuvo mucho que ver con la adopción del régimen de convertibilidad», en un artículo publicado en la prensa argentina.
«El Fondo debería haber sabido que un régimen de tipo de cambio fijo siempre está condenado al fracaso», según Stiglitz.
La reacción argentina en el nuevo siglo fue romper lazos con el FMI y en 2005 cancelar en un solo pago toda la deuda de 9.500 millones de dólares para evitar monitoreos y programas de ajuste.
Brasil estuvo bajo la sombrilla del FMI, con multimillonarios préstamos sucesivamente renovados, entre 1998 hasta finales de 2005, cuando el presidente Luiz Inacio Lula da Silva canceló por anticipado toda su deuda por 14.400 millones de dólares.
Lula ha mantenido, todavía hoy, una política económica aplaudida por el organismo internacional, pero al pagar la deuda proclamó que Brasil volvía a ser «dueño de su destino».
Otro camino, pero también al margen del FMI, sigue el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien apoyado en sus altas reservas internacionales producto de la renta petrolera, reafirmó su propósito de retirarse de la entidad en su «justo momento».
Sin tantos enfrentamientos, Uruguay también pagó en diciembre de 2006 el total de su deuda con el FMI, equivalente a 1.090 millones de dólares, conservando una relación menos traumática con el organismo.
Sin embargo, el profesor universitario e investigador argentino Julio Sevares ha señalado que «los países que entraron en crisis fueron víctimas de políticas de ’salvataje’ de los organismos financieros internacionales orientadas a preservar los intereses (…) de los prestamistas externos en detrimento de las sociedades» civiles.
Por su lado Claudio Loser, economista y ex director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, afirmó recientemente que «América Latina no va a ganar mucho con una nueva repartición de votos» en la entidad.
«Quizás México y, a lo sumo, Brasil ganen algo -agregó Loser-, pero no así el resto. América Latina ha perdido relevancia en la economía mundial. Hace casi 30 años representaba 10 % de la producción en todo el mundo, hoy, ese valor oscila en torno al 5%».