Debido a que nuestro Presidente cuando viaja lo hace de manera tan peculiar, no puede darse cuenta de lo que ocurre con todos los viajeros que tienen que utilizar las instalaciones del que pomposamente han llamado el aeropuerto más moderno de Centroamérica. Yo había leído de las quejas de los pasajeros ante la falta de aire acondicionado, pero una cosa es leerlas y otra es no sólo escucharlas sino que proferirlas.
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Ayer me tocó estar en ese horno y la verdad es que siente uno no sólo el inclemente calor, sino un tremendo bochorno cuando ve las expresiones y oye lo que dicen los turistas que están esperando en las ardientes salas de espera. Cuánto hubiera dado porque el Presidente de la República tuviera que viajar como cualquier ciudadano para darse cuenta de lo que significa mantener a tanta gente sometida a un calor desesperante. Muchos de los viajeros que salían de Guatemala lo hacían llevando en brazos a los niños que habían adoptado en nuestro país y lamentablemente el llanto de esos pequeños, producto de la alta temperatura que los agobiaba, hacía sentir más el pesado ambiente.
Inaudito es lo menos que uno puede decir de esa situación que no es siquiera propia de un país bananero del tercer mundo. Cierto es que los turistas están terminando su periplo por el país y ya van de salida luego de, esperamos, una placentera y segura vacación, pero el rostro de malestar de todos ellos era demasiado expresivo como para que uno pudiera aventurarse a imaginar que deseen regresar a un país donde aún aquellos que viajaban en pantaloneta estaban literalmente bañados en sudor.
Por supuesto que si el Presidente viajara en línea comercial tampoco se daría cuenta de la situación porque haría tiempo en el salón de protocolo, alejado de ese calvario que se impone a los viajeros comunes y corrientes. Pero mucho menos cuando aborda directamente el avión que le presta algún amigo que luego será nombrado para un puesto ad honórem en el que supuestamente no obtendrán beneficio sino que darán un aporte extraordinario a la Nación. Y ayer, pensando en lo que tiene que soportar uno por la incapacidad de quienes administran el aeropuerto, pienso que es lógico que el Presidente pague tan bien el favor que representa evitarle a él esas molestias y que le permite viajar como líder de cualquier gran nación donde sus ciudadanos no tienen por qué preocuparse de fallas tan absurdas como la de tener un moderno aeropuerto con diseño de ventanas que permiten el fácil ingreso de los rayos solares, pero que no dispone de mecanismos para evitar un calor sofocante.
No sé si alguien le ha dicho al Presidente lo que se siente al estar en el aeropuerto en esas condiciones que desesperan a cualquiera y provocan críticas ásperas hacia su administración porque, para bien o para mal, en tiempos de Berger sí funcionaba el aire. Pero si nadie se lo ha dicho, le cuento que le caen bandeadas al por mayor de parte de todos los viajeros que perciben la incapacidad de nuestro gobierno para atender aun cuestiones elementales.
Como dice que le gusta hacer visitas sorpresa, sería bueno que uno de estos días apareciera en la Terminal Aérea La Aurora a la hora de mayor calor, para sentir un poco lo que se llevan como último recuerdo de nuestro país aquellos que vienen a visitarlo.