En esta columna de sábado, veremos las últimas sinfonías de Gustav Mahler culminando nuestra apreciación sobre las mismas y pretendiendo con suma humildad que estas líneas sirvan de guía musical para escuchar a tan insigne sinfonista, y además, este pentagrama sublime es digno marco sonoro para Casiopea, esposa dorada, que cual gacela de nube camina cotidianamente en mi alma, dejándome sus huellas de amor incrustadas en los luceros de mi sangre, y quien, cual lumbrarada de estrellas, penetra a cada instante en las estancias de nuestra casa-ancla.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.
Tercera Sinfonía, en Re menor En un principio quiso Mahler llamarla «Mi alegre sabiduría», y más tarde «Sueño de una noche de verano». Los subtítulos fueron:
«Pan despierta; llega el verano».
«Lo que me cuentan las flores en la pradera».
«Lo que me cuentan los animales del bosque».
«Lo que me cuenta el hombre».
«Lo que me cuentan los ángeles»
«Lo que me cuenta el amor»
El séptimo tiempo previsto, «Lo que me cuenta el niño», se ha convertido en el final de la «Cuarta Sinfonía». Otra vez, como en la «Primera Sinfonía», intenta Mahler reproducir la significación cósmica de la naturaleza. No logró en cambio una síntesis, pues la «Tercera» es la Sinfonía más heterogénea que escribió.
Richard Strauss ha comparado este primer tiempo, cuya interpretación dura casi la mitad que toda la obra, con las legiones interminables de trabajadores que en la fiesta del día primero de mayo se dirigen al Prater de Viena. Ocho trompas interpretan en seguida la idea principal que está tomada en parte de la canción «Yo me he rendido». De pronto acordes temblorosos de los trombones y un grito de angustia de las trompetas (do, fa, la, do sostenido, re) difunden una atmósfera de desesperación. Como segundo tema aparece una sostenida melodía marcial de oboe. El desarrollo comienza con una marcha fúnebre, en la que a modo de recitativo un solo de trombón desgaja algunas notas del primer tema. Esta construcción gigantesca es una mezcla maravillosa de grandeza y banalidad.
Tempo di Minuetto. El oboe entona graciosamente esta «pieza florida». Su ambiente no conserva en cambio la paz que sugiere este subtítulo; «Un huracán sobre la pradera y cimbrea hojas y flores, que gimen sobre sus tallos, como si quisieran huir a un más noble reino». Mahler pudo decir de toda esta pieza: «Es lo más sereno que he escrito nunca». Este Scherzando nos habla de los animales. Mahler ha elaborado sobre él la canción «El cucu ha caído herido de muerte». En el Trío, la llamada de una trompa de postas es seguida por una declaración de amor. Los pájaros sorprendidos entran en el concierto, que concluye con unos tonos militares. Nietzsche es aquí el portador de lo que Mahler, como hombre, ha de decir: una contralto canta la «Canción de medianoche» de «Así hablaba Zarathustra»: «Â¡Oh, hombre! ¡Atiende! ¿Qué dice la profunda medianoche? ¡He dormido! ¡De un profundo sueño he despertado! ¡El mundo es profundo! ¡Y más profundo de lo que pensaba el día! ¡Profundo es su dolor! ¡La alegría es más profunda aún que la amargura! El dolor dice: ¡Pasa! ¡Pero toda la alegría quiere eternidad, quiere profunda, profunda eternidad! Sin interrupción sigue el canto de los ángeles. Tras el bim-bam de los niños, cantan las mujeres la «Canción de los niños mendigos», que pertenece a la colección «El maravilloso cuerno del Niño». Nos habla de Pedro, que violó los Diez Mandamientos, obtuvo la indulgencia gracias a su arrepentimiento y por la oración fue partícipe de la dicha celestial. «La alegría celestial de una bienaventurada ciudad, la eterna alegría celestial». La alegría celestial ha sido dada por Jesús a Pedro y a todos nosotros. Según nuestra opinión, este tiempo es el más sereno que Mahler haya escrito nunca.
La declaración de amor es un Adagio que desde el punto de vista temático está representado con el primer tiempo.