Las terribles secuelas de la guerra contra el terrorismo


Oscar-Clemente-Marroquin

Los ciudadanos norteamericanos se enteraron la semana pasada de la intensa vigilancia que se realiza para controlar las comunicaciones tanto telefónicas como por medio de Internet que hacen las agencias de seguridad nacional con la intención de prevenir actos de terrorismo. El mismo presidente Barack Obama, quien como candidato presidencial fue crítico de los programas ejecutados en el gobierno de Bush para espiar a la población, ahora dice que sus asesores lograron convencerlo de lo útil que esas acciones que comprometen la libertad individual son para evitar atentados terroristas.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Pocos días después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, cuando el gobierno de Bush pidió a los medios de comunicación que ejercitaran ciertas formas de autocensura para privilegiar la seguridad nacional, escribí sobre el particular recordando cómo en países como Guatemala al privilegiar las políticas de seguridad interna se sacrificaron las libertades y garantías inherentes al ser humano como parte de sus derechos básicos. Y mientras más arrecia el riesgo de que el terrorismo ponga en peligro la institucionalidad, no digamos la seguridad, más extremas se vuelven las medidas para enfrentarlo y aquí vimos que no sólo no se respetó el debido proceso que hubiera puesto frente a los tribunales a quienes se embarcaron en el movimiento subversivo, sino que ni siquiera el elemental derecho a la vida mereció respeto. No hacía falta ser subversivo, sino bastaba parecerlo o que alguien lo creyera para que la pena de muerte ejecutada por escuadrones debidamente entrenados y preparados con listas de sus objetivos, actuaran violentamente.
 
 Habiendo vivido en la realidad durante tantos años bajo una política que privilegia la seguridad antes que la libertad y los derechos de los individuos, uno se da cuenta del enorme riesgo que se corre de ir creando estados policíacos que se dedican a husmear en la vida de sus ciudadanos bajo el pretexto de que ello los mantiene seguros. Y hoy en Estados Unidos vemos el debate en vivo y a todo color porque de manera clara y sin tapujos el Gobierno ha aceptado que interfiere en la privacidad de las personas con tal de prevenir la realización de algún atentado. Por cierto, vale la pena mencionar que esos controles que se pregonan con de alta eficiencia, no sirvieron para un carajo cuando se produjo el atentado en Boston al explotar las bombas en la final de la maratón.
 
 El problema es que los gobiernos chantajean a los ciudadanos exigiéndoles que renuncien a sus libertades y garantías individuales en aras de la seguridad, lo cual parte de la falacia de suponer que únicamente por esas vías se puede prevenir un ataque terrorista. Es cierto que la información es la piedra angular de la inteligencia que permite anticiparse a la violencia, pero sigue siendo básica la idea que tenía Obama como candidato de que un gobierno paranoico y abusivo como el de Bush podía hacer mal uso de esas licencias para espiar a los ciudadanos. Hoy Obama está convencido de que él representa un enfoque distinto y que se está haciendo “mejor uso” de los instrumentos de espionaje, pero la verdad es que una vez eliminado el derecho a la privacidad, una vez eliminado el derecho a la libre expresión, como pasó con la forma en que espiaron a los periodistas de la agencia AP para averiguar el origen de las filtraciones, se traspasa una línea muy delgada sin posibilidad de retorno sino únicamente de más y mayores transgresiones a los derechos civiles.
 
 Hay que decir que el triunfo de los terroristas que actuaron el 11 de septiembre del 2001 está en este resultado. Lograron poner de rodillas a un pueblo orgulloso de sus derechos y garantías individuales. Tanto que ahora la gente acepta que le reduzcan su libertad para sentirse más segura.