Una de las obras más originales de la música occidental es, a nuestro juicio y el de múltiples musicólogos, entre ellos Felipe Pedrrell –que estudiamos ya en columnas de sábados anteriores–, la música orquestal de Antón Bruckner, que con su extraordinaria paleta musical es un canto a Casiopea, esposa dorada que me nace amanecida de esperanzas en el corazón, esplendente de ternura, y es paz, camino, amapola y en la duplicada ventana de la aurora, encendido firmamento de luceros en el alma.
De tal manera que sería imposible abordar la música orquestal en tan corto espacio, por lo que veremos únicamente las Sinfonías que a nuestro juicio son las más representativas del gran maestro austriaco.
En tal sentido, continuador de Haydn y Beethoven “el organista de Diosâ€, alcanza los más elevados vuelos en el tratamiento de la orquesta. Bruckner junto con Gustav Mahler son los últimos sinfonistas del milenio que ha concluido.
Veamos, pues, estas catedrales sonoras: Diremos, en primer lugar, que en más de una ocasión hay cierto desequilibrio entre el carácter religioso de estas composiciones y los medios empleados, muchas veces enteramente profanos. Dicho contraste se debe ante todo a las modificaciones que los editores impusieron a Bruckner y a los consejos de sus amigos, los directores de orquesta Schalk y Lowe.
Estos considerables cambios afectan a la instrumentación y a las modificaciones de velocidad y dinámica. Solo en el curso de los últimos años han sido interpretadas las versiones auténticas, tal y como fueron editadas desde 1927 por la Brucknergesellschaft, y aun así muy esporádicamente. Sin embargo, incluso dentro de su contenido original, estos temas ampliamente concebidos y desarrollados, nos parecen lentos e ingenuos; no obstante, es aquí precisamente donde reside el mayor encanto de la nobleza de inspiración de Antón Bruckner. De ella dimana una serena fuerza que parece venir de la misma naturaleza.
Antón Bruckner es el maestro del Adagio. De varios scherzos se desprende también que el elemento demoníaco no le era del todo extraño. A excepción de dos o tres casos de poca importancia, todas las sinfonías de Bruckner están construidas según un esquema constante. En cuanto al número de tiempos, encontramos siempre las subdivisiones consagradas por la tradición: un Allegro al principio y al final, y entre ambos, un Adagio y un Scherzo. Bruckner trató de manera académica casi todas las formas preferidas en el siglo XIX, sobre todo la forma-sonata.
Es muy propio de Bruckner atacar el tema de primera intención (excepto en la “Quintaâ€), comenzar por un pianissimo, que evoluciona hacia un vigoroso fortíssimo, crear alternancias casi periódicas entre las regiones grave y aguda de la orquesta, y cuidar mucho de los contrastes dinámicos. Como Schubert y Wagner –este último su padre espiritual como ya lo dijimos–, Bruckner trabaja el material temático con gran fantasía. Típicamente brucknearino, es el contrapunto antitético del tema. Veamos, someramente, sus más importantes Sinfonías:
Tercera Sinfonía
“Al maestro Richard Wagner, con el respeto más profundoâ€.
I. Sobre un pedal muy sostenido y el murmullo de la cuerda, la trompeta, en el cuarto compás ataca en Moderato, la idea fundamental (en cuyo esquema melódico predominan la quinta y la octava). Dicha idea se repite con un lirismo más pronunciado en la trompa. Sigue un intermezzo de corta duración: la madera imita los últimos sonidos de las trompas, terminando la cuerda inmediatamente después del primer tema. Continúa un grandioso crescendo y un corto descrescendo. El último comás (un tresillo) es un postrer sobresalto, seguido por la repetición del tema en toda su plenitud. El segundo tema posee en la trompa un carácter pastoral, a causa de las figuras del acompañamiento de las violas. La exposición termina con un coral en la trompeta. En el desarrollo, Bruckner alcanza la cima de su concepción cósmica gracias a una alternancia de flujos y reflujos que desemboca gradualmente en la reposición, un tanto convencional.
II. El Adagio quasi Andante comienza como si se tratara de una obra desconocida de Beethoven; a continuación, adquiere el estilo del Tristán de Wagner, convirtiéndose después del cambio de compás (4/4/-3/4), primero en un Andante quasi Allegretto, y más tarde en un Misterioso. El Andante está ambientado por una melodía de las violas que reproducen el fagot y el clarinete; el Misterioso, en ritmo de zarabanda, es de una grandeza religiosa impresionante. Dentro del esquema de la forma-sonata, a veces estos distintos ambientes se oponen o se entremezclan.