Las señales


Hace unos dí­as tuve que repetir un trayecto cuyo destino ya no me es agradable: ir a la zona 1 de la ciudad capital, pese a que allí­ se encuentra el llamado Centro Histórico, cada vez más retocado, pero también cada más lleno de inmundicias humanas. Y nadie se atreve a solucionar ese problema nacional; tanto hombre desvergonzado orinándose con placer en cuánto poste o esquina se le ponga a la mano, porque precisamente, con la mano se ayuda para empuercar la ciudad. Por eso creo que el próximo Presidente de la República o Alcalde de la ciudad, deberá ser una mujer, para que mande a la cárcel a todos los «miones» de la ví­a pública y les imponga la condena de barrer calles y avenidas durante ocho dí­as.

René Arturo Villegas Lara

Pero, ir a la zona 1, trae reminiscencias. Sube usted por la 25 calle de la zona 5 y, después de la colonia Vivibien, lo primero que usted ve son los glúteos del Muñecón, también conocido como Monumento al Trabajo, del maestro Galeottí­ Torres, es la escultura que significa el esfuerzo de los trabajadores. Y justamente desde ese lugar parte el desfile de cada Primero de Mayo. Ese muñecón es una orientación porque las chancles de la ciudad lo convirtieron en punto de referencia, una seña mejor dicho. – ¿Por dónde vive usté? -Allí­ por el Muñecón. No es raro oí­r a un pasajero o pasajera de un destartalado autobús o microbús, gritarle al piloto o al talachero que se va a apear en el Muñecón. Y no para allí­ la cosa: muchos jubilados y viejos ochentones se citan para platicar en las bancas que rodean al Muñecón, que ahora se libra de las inclemencias del sol, gracias a una frondosa ceiba que ya principió a crecer para arriba y a engordar para los lados. Es una ceiba en plena adolescencia.

Antes existí­an otras señas. Recuerdo que, en donde principiaba a terminar la avenida Bolí­var y se bifurcaba como tercera y cuarta avenidas, en una casa de esquina, alguna cervecerí­a puso una tremenda botella de cerveza, no recuerdo de qué marca. Era como de tres metros, una botellota color café claro, casi se veí­a desde la casa de don Clemente y desde el cine Venecia a la altura del Cantón Barrios. Y entonces, cuando se abordaba un bus urbano para ir a comprar zapatos a La Barata, semitas de Las Victorias o pan de La Esperanza, se le pedí­a al piloto de una Eureka o Auraco, que por favor pararan en el Botellón, después quitaron la botella y pusieron un león al que no se le veí­an sus partes í­ntimas, como el de Mazatenango; y quizá por eso pasó inadvertido y no llegó a consagrarse como segura señal de orientación. ¿Y del Amatle o Amate?

También desapareció. Quedaba por allí­ por la antigua Placita Quemada, hoy convertida en excusado al aire libre. Este amate era viejí­simo. Según cuenta don Ramón A. Salazar, antes de 1863, tres eran los paseos de los habitantes de la ciudad: el Cerrito del Carmen, la Alameda de los Naranjales, que a saber en dónde quedaba, y el Amate del Calvario. Yo recuerdo que no era un amate, sino una ringlera de amates pequeños frente a los que se estacionaban las camionetas.

Por último: ¿Recuerda usted el Pistolón? En una casa de la sexta calle y octava avenida funcionaba una armerí­a cuya señal de propaganda era una tremenda pistola que apuntaba hacia el sur, allí­ por el Instituto Nacional, quién sabe con que aviesa intención. Todos conocí­an los alrededores como: «Por ahí­, por el Pistolón». Cuando falleció el dueño, también desapareció el Pistolón.

Así­ han ido despareciendo muchos puntos que identificaban a esta ciudad: Las salas de cine tan placenteras como el Capitol, el Lux, el Abril; o la estatua de Tata Rufo que ha ido de un lugar a otro, corriendo la misma suerte que la de don Cristóbal. El esfuerzo de los conservadores del Centro Histórico, debe apoyarse, aunque aquí­ se tenga escaso aprecio por el pasado, con espí­ritu romántico. Si no, vea usted el abandono en que sigue la primorosa iglesia de Yurrita; o el Pasaje Aycinena. Por cierto, en Quetzaltenango se remozó el Pasaje Enrí­quez y hoy es un lugar placentero para beber un café, frente a una plaza iluminada que no le envidia mayor cosa a cualquier plaza de una ciudad europea.