Las secuelas escondidas de un trauma


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«Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad» Montesquieu.

Sucesos impactantes en la vida cotidiana repercuten nuestra paz espiritual y emocional, lesionándola de tal manera que nuestro bienestar interior y equilibrio conductual pueden verse afectados.

María Virginia Morales Monterroso
ma.virginia.mo@gmail.com


En el país, debido a la violencia en su amplia gama de manifestaciones y la extrema pobreza, los guatemaltecos son constantes víctimas de sucesos inesperados que perturban su estabilidad funcional.  El trauma puede definirse como un acontecimiento excepcional, situación estresante inesperada que irrumpe la vida cotidiana originando  malestar mental y/o físico. Un trauma puede ser simple o complejo; será simple cuando ocurre una única vez en la vida, y complejo, cuando en su día a día la persona se ve expuesta a la situación que le impacta negativamente. También puede vivirse de una manera directa, cuando la persona en carne propia sufre el hecho negativo; o indirecta, cuando la persona lo escucha y lo siente como propio por haberlo padecido un familiar o ser querido, también así cuando lo presencia.  Una violación, un asalto, un agravio físico, la muerte de un ser querido, son situaciones traumáticas que en ocasiones nuestros mecanismos y sistemas de apoyo no bastan para sobrellevarlos, y, generalmente, no es tomado en cuenta debido a los escasos recursos económicos así como carencia de un sistema social que cubra la esfera emocional del ser humano. Los malos tratos físicos y/o psicológicos de niños y niñas en la escuela o en su núcleo familiar difícilmente son denunciados, menos sanados. Al subir a una camioneta o al caminar por la calle continuamente se sufre de temor, incluso se puede manifestar físicamente en sudoración o taquicardia, así como pensamientos negativos respecto al futuro debido a la constante violencia a la que el guatemalteco se enfrente directa e indirectamente, pero esto es la costumbre, una vida normal, lo cual no debiera ser así. Nuestro bienestar integral ha sido lesionado de tal manera que se tiene la creencia que la angustia y estado constante de alarma es una manera normal de vivir, pero nadie puede ser feliz si constantemente teme por su vida.  No es de extrañar que en un país donde la educación carece de elementos fundamentales para el desarrollo, así como la ausencia de recursos económicos, los traumas sean poco o nada tratados, siendo la población más afectada la infancia, quienes siguen el patrón, acostumbrándose a vivir incompletos, bajo la sombra de la violencia.  La sociedad vive traumatizada, se puede apreciar claramente en la escasa participación de los guatemaltecos en proyectos o instituciones de cambio y servicio social, por ejemplo, tal es el caso de los procesos electorales, en que siempre las mismas personas con capital económico alto participan indirecta o directamente y a pesar que evidentemente no son idóneas, aun así ocupan puestos de relevancia social para enriquecerse, y se auto excluyen personas que tienen visión o aspiran a una mejor Guatemala, ya sea por temor, derrotismo, o no poseer los contactos suficientes. Las secuelas del trauma  van desde síntomas y signos aislados hasta trastornos clínicos que conllevan a un sufrimiento personal constante que impide el desarrollo individual y social. En conclusión, la imposibilidad de ser feliz, crecer, superarse, y gozar de salud mental no solo afecta al individuo que lo padece, también a su familia, y a toda la población en general. La sociedad humana es cada uno de los individuos.  No solo el tratamiento psicológico es urgente si la persona no  puede superar  en su individualidad la situación traumática, también es necesario que se tomen las acciones adecuadas tanto para prevenir como combatir la violencia física y psicológica para que un día en Guatemala se pueda sonreír y ser verdaderamente libre.