A casi 23 años de la muerte de la antropóloga Myrna Mack Chang, sigue la justicia alcanzando a quienes de una u otra manera estuvieron involucrados en el hecho de una manera que, como en este caso, involucró a muchas personas tanto en el crimen cometido el 11 de septiembre de 1991 como los posteriores asesinatos y/o desapariciones para intentar mantener impune el crimen de Estado.
Indudablemente, la oscuridad con que se rigió el país durante los años del conflicto armado interno y el uso que de las prácticas violentas que convirtieron en “normal” ejecutar o desaparecer a las personas, llega a ser una de las razones por las que al día de hoy somos una sociedad que pareciera acostumbrada a las prácticas del dolor y de la muerte.
Es por ello que el escenario que anteriormente era el de la guerra, se ha trasladado ahora a nuestras calles para que se le quite el valor a la vida en una muestra del desprecio que se le tiene a ese derecho fundamental. Somos un país en el que se mata por bocinar en el tráfico, por una extorsión, un aparato de teléfono celular, etc., sin que se reafirme la certeza del castigo a quienes practican la violencia de tal manera.
Y es esa práctica impune, la de eliminar ciudadanos y testigos, asesinarlos o desaparecerlos, como se fue construyendo ladrillo a ladrillo el muro de la impunidad que termina siendo el protector de los corruptos que nos han saqueado utilizando el poder político para controlar y acaparar los beneficios del Estado.
Pero mientras sigamos siendo un país que ignora los terribles resultados de las prácticas del pasado, porque prefiere ser polarizado ideológicamente que unido humanitariamente, seguiremos dejando que nos ganen y nos dominen esas prácticas del pasado que se ven reflejadas en los relatos que se presentan contra los capturados ayer que, igual, podrían ser los casos contra muchos otros.
Escuchar detalles en el caso de genocidio, el de la masacre de El Aguacate y, ahora, con el de las otras víctimas del caso Mack, nos debería comprometer a asegurarnos que trabajaremos para que nuestro país encuentre la forma de condenar ese pasado que tan costoso ha sido para todos los guatemaltecos.
No podemos, ni debemos, ser tolerantes con las prácticas de la muerte. Romper el muro de la impunidad será la forma conveniente de enfrentarnos a los responsables de un pasado violento y de un presente corrupto que permiten el derramamiento de sangre con tal de no ser perseguidos por la ley. Las secuelas de la violencia son, a veces, peores que el hecho mismo.
Minutero
Si los pactos colectivos
son acuerdos abusivos
son fuente de corrupción
y jamás de protección