LAS ROMERíAS A ESQUIPULAS DEL 15 DE ENERO


Camerin con la venerada imagen de Jesús de Esquipulas. Extraordinaria talla de Quirio Cataño, escultor portugués, burilada en madera negra en el año 1595. Recuerda a la deidad prehispánica maya-cho’rtí­’ del comercio Ek´chuack o Señor Narigón. El templo de Esquipulas está asentado en este adoratorio. (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2006).

Celso Lara

Romerí­as al centro del crisol mágico

Peregrinar a los centros sagrados ha sido una de las constantes de la cultura del guatemalteco desde los tiempos arcaicos. Hilos que tejen la trama de este envoltorio fascinante son las rutas sacras y los caminos que conducen al sacro epicentro de santos, deidades y nahuales. Los hombres que habitan los pueblos que transitan por ellos cargados de candelas, pom, incienso, guaro blanco, henchidos de oraciones y oblaciones. Con el alma prendida de misticismo van a buscar a los antepasados en cerros, valles, templos y santuarios.

En los tiempos idos, hombres prehispánicos peregrinaban todos los dí­as a los centros ceremoniales para pedir por las cosechas, por los animales, por la unidad de la familia y el clan. Obligados espacios sagrados constituyeron centros como Kaminal Juyú, en el área kachiquel; Mixco Viejo, en Chimaltenango; y Quiriguá, en Izabal; así­ como Izquipilitl en Chiquimula, alto lugar de peregrinaje, donde el Corazón del Cielo habita y brinda a los hombres la sal negra, alimento de dioses para condimentar el maí­z.

Es esta la sal que viene de las profundidades de la montaña. Las rutas de peregrinaje se convirtieron en rutas comerciales, en donde peregrinos y cargadores cruzaban noticias, mercancí­as y oraciones. Cruce de caminos insondables en esta misteriosa Guatemala donde, desde siempre, sus hombres se consagraron a la naturaleza: a venerarla y rendirle culto en un animismo vivido con intensidad.

Por esta razón las peregrinaciones de aquellos tiempos culminaban en adoratorios naturales como cerros, volcanes, cuevas, lagos, rí­os, donde los Aj’Kines y señores que tení­an acceso al diálogo con las deidades realizaban sus ceremonias secretas. Lugares sagrados de peregrinación cotidiana son el volcán Siete Orejas, en Quetzaltenango, puerta a las tierras misteriosas de Xibalbá o inframundo; la laguna de Chicabal, en San Martí­n Sacatepéquez; el cerro Kajiup, en Rabinal; o el cerro de Ixim, donde, según la tradición, habita el señor del maí­z, en Tactic, Alta Verapaz.

Establecido el cristianismo-animista en el suelo de Mayab, las peregrinaciones se intensificaron, ahora, además de las montañas y cerros, a templos y lugares sagrados, a cofradí­as de santos populares creados por el pueblo como San La Muerte, en Olintepeque; San Pascual Bailón; así­ como a los nazarenos, sepultados y santos milagrosos que se veneraban en pueblos y ciudades del Reyno de Guatemala. Como una necesidad en la vida del guatemalteco contemporáneo perfila ir a pedir por el equilibrio del alma, por atraerse las fuerzas del bien (fastos) y alejar las del mal (nefastos), peregrinaciones que siguen el mismo hilo entorchado de creencias antiguas con formas nuevas. Rutas o casas de cofradí­a, fuentes de equilibrio social.

La peregrinación, transitó por el rito hacia las estrellas de la Guatemala milenaria, donde el lucero nixtamalero se lo toma en las manos y se lo amasa con las tortillas del maí­z; ir en busca de Jesús del Consuelo al templo de la Recolección a depositar las penas envueltas en lágrimas y mantos; ir a caminar, como viejos romeros, a venerar a Jesús Sepultado de San Felipe el primer viernes de Cuaresma. Es moverse por la ví­a sacra del mito y del rito.

El camino de Esquipulas

Las peregrinaciones al templo de Esquipulas, en el departamento de Chiquimula, para venerar al Cristo Negro, constituyen uno de los movimientos sociales de mayor profusión en el sur de Mesoamérica desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros dí­as, simbiosis perfecta entre antiguas creencias prehispánicas y la fe cristiana.

Es el sincretismo, el cristianismo animista guatemalteco en todo su esplendor. Las peregrinaciones a Esquipulas flanquean la historia, desde las profundidades del mito antiguo hasta los rituales contemporáneos. Cambian los templos, pero las esencias de la creencia han permanecido por más de 700 años, desde 1200 d. de C. hasta nuestros dí­as, sin mayores modificaciones.

En los tiempos antiguos, la actual Esquipulas fue habitada por el pueblo cho’rti’, que pertenecí­a al señorí­o de Mictlán, cuyo mayor centro de peregrinación era un cerro llamado Esquisuchitl (tierras floridas, nahuatl; nacimiento del rí­o cho’rti’). Adoratorio donde se veneraba a Ek’chuak, deidad negra (el Señor Narigón), señor de los comerciantes, de los tlamemes cargadores del sur de Mesoamérica, cuya gracia era bendecir a los negociantes, en particular a los que trasegaban la sagrada sal negra de las montañas encantadas. A su templo convergí­an todos los caminos del sur de Mesoamérica.

Se sabe que a esta región los grandes cargadores de plumas, sal, textiles, obsidiana y jade llegaban a ofrendar su suerte y de ahí­ se repartí­an por los cuatro puntos cardinales de Mesoamérica y llegaban incluso al área andina, al sur del Nuevo Mundo. Los españoles utilizaron el contexto de este centro de peregrinaje como apoyo para la evangelización después del siglo XVI. Construyeron la primitiva iglesia católica sobre el centro del templo cho’rti’, y solicitaron al escultor portugués Quirio Cataño en 1595 la elaboración de un Cristo en madera negra. El ensamblaje de la veneración a Ek’Chuak y el Cristo, ambos negros, hizo que a partir del siglo XVII el Señor de Esquipulas se convirtiese también en el señor de los comerciantes y «en una de las imágenes más milagreras» del mundo hispanoamericano.

Los polvorientos caminos de Mesoamérica no alcanzaban para contener las multitudes que llegaban a venerar al Señor Negro, por lo que a mediados del siglo XVIII se construye un inmenso templo de corte barroco, que acoge a los peregrinos que parten desde entonces hasta nuestros dí­as a pie o a caballo, desde distintos puntos de Guatemala, México y Estados Unidos y caminan horas y dí­as, entre montañas y valles, hasta llegar a su destino.

Postrados en el atrio, entran de rodillas con los alabados en los labios hasta llegar al camerino del Cristo Negro, donde estallan y resplandecen lágrimas de gratitud o consuelo. La fe al milagroso Señor de Esquipulas se profesa desde Estados Unidos hasta Colombia y los peregrinos, como serpientes emplumadas, se arremolinan en el templo el dí­a quince de enero de todos los años para venerarlo en su dí­a. Milagroso señor, motivo de leyendas piadosas, vigila desde su inmenso templo para bendecir a los creyentes que acuden a borbotones a rendirle pleitesí­a desde las profundidades del mito, peregrinación que atraviesa siglos y fronteras y hoy sigue fresca y floreciente en la fe de los hombres de maí­z.

Andanzas y milagros de los santos populares

Los pueblos del sur de Mesoamérica han glorificado a santos, deidades y nahuales, que, aunque poco tienen que ver con el cristianismo oficial, son milagrosos y la fe popular los han modelado a base de gratitudes, lágrimas y ofrendas. Efigies que contienen en su alma los ecos profundos de las deidades prehispánicas y el cristianismo laxo de la época colonial; producto de la vuelta que el pueblo maya jugó al cristianismo oficial en los principios de la evangelización. Santos guatemaltecos que no aparecen en el panteón gregoriano, pero sí­ en los calendarios sacros mayences. En el devenir de la rueda del tiempo, de lo ancestral a lo nuevo, destella Maximón, deidad propiciatoria maya tzutuhil, la expresión misma del envoltorio mágico que es Guatemala, quien desde la región de volcanes y lagos, en Santiago Atitlán, donde posee una fuerte cofradí­a desde tiempos inmemoriales, atrae peregrinaciones de miles de gentes del pueblo maya desde los cuatro puntos cardinales del Corazón del Cielo y de la Tierra. Por los meses de abril y mayo, en tiempos de germinación de las semillas y en las cosechas, todos acuden a solicitar sus favores. Maximón, espí­ritu protector del lago. Figura sacra prehispánica ligada a la fertilidad, y conectada con las deidades propiciatorias del mundo maya. Gran Señor Ajau, que protege las cosechas, las fuentes de agua y cuida la multiplicación de los hombres, animales y plantas. Tallado en un tronco con forma de hombre, fuma y bebe de las ofrendas que los fieles le llevan. El Jueves Santo (dí­a titular) sale en procesión recorriendo las calles del pueblo y acude al encuentro de la procesión de Jesús Nazareno que proviene de la iglesia católica.

Este hecho manifiesta en forma objetiva el sincretismo religioso de la Guatemala actual, donde perviven lo ancestral de la religiosidad maya y las creencias del cristianismo-animista que permea la vida sacra del guatemalteco de hoy.

Gran señor, Maximón vive y se multiplica en otros pueblos del occidente de Guatemala, pero su axis mundi está en Santiago, haciendo crecer cosechas de trigo y hombres de maí­z.

San Pascual Bailón, San La Muerte, entran en el santoral popular guatemalteco de la mano de la deidad maya Ach Puch, señor de Xibalbá, cuyo emblema de cofradí­a también es un esqueleto; el mismo que los hombres de la Edad Media europea sacralizaron en su terror mí­stico y mí­tico a la muerte por las enfermedades y pestes que diezmaron burgos y campos. En el sincretismo religioso maya cristiano, Ach Puch toma los atributos de Ach Pascual y se convierte en un santo protector de la vida y «de la buena muerte» en Guatemala desde los inicios del siglo XVI. Nunca llegó a los altares, aunque tenga capilla propia y haya sido consagrado en el corazón de los hombres. Su cofradí­a es muy antigua y habita en Olintepeque, Quetzaltenango; en Zunil y otros caserí­os del área Quiché.