El otro día escuché, en una reunión, a propósito de las elecciones, el deseo que “a la gente, textualmente, debería enseñársele a votar racionalmente, no con el corazón, porque está visto que éstos se dejan llevar por cancioncitas y frases de mala muerte con el que terminan siendo convencidos ingenuamenteâ€. La expresión me llamó la atención porque creo que se cae en equívocos con ideas así.
Vamos por parte. En primer lugar, creo que no debemos hacer disecciones. Es un error, me parece, hacer dicotomías pensando que en el ser humano hay una parte “racional†y otra “emotiva†o “sentimental†y que las decisiones las tomamos partiendo de una u otra facultad. Aquí, cierta tradición filosófica pesa, la cartesiana por ejemplo, que afirma que en el hombre es una “res cogitans†(un sujeto que piensa) y que está absolutamente desvinculado –este sujeto pensante- de la “res extensa†que probablemente tenga que ver más con los mecanismos internos ligados a los sentimientos y la química del cuerpo.
Desde esta perspectiva, quizá sí se pueda hablar de una elección “racionalâ€, calculada y lejos de cualquier sentimiento. El sujeto “objetivo†puede decidir abstrayéndose de cualquier influencia ligada a los sentimientos y el pálpito. Estamos, desde esta lógica, lejos de “las razones del corazónâ€, de Pascal. El sabio, como ya lo había sugerido Platón, es el que desde el mundo de las ideas toma posición y no se deja arrastrar por ninguna pasión perturbadora y desequilibrante que lo extravíe e induzca al error.
Esta aproximación es equivocada y ha sido contestada por muchos filósofos en virtud de que no somos una dualidad. No somos “una cosa que piensaâ€, sino espíritus encarnados. Por eso, nuestras decisiones nunca son totalmente “objetivas†ni “racionalesâ€. Hay razones ocultas que conducen a nuestra voluntad a determinarnos por una posibilidad. Ortega y Gasset hablaba de “racio-vitalismo†y Nietzsche nunca subestimó en sus consideraciones la “irracionalidad†de nuestras decisiones. La tradición es longeva y habría que hablar entre otros tantos pensadores también de Schopenhauer y Kierkegaard.
La experiencia nos demuestra con creces que no somos fríamente racionales. Nuestra pareja es la prueba contundente de que nos determinamos basados no sólo en las ventajas que posiblemente nos proporcionaba esa relación, sino por el gusto de estar con ella. Es más, ser “inteligenteâ€, “sagaz†y/o muy “ilustrado†no es garantía de no errar en las decisiones sentimentales. Si así fuera, las personas “brillantes†no errarían nunca en materia pasional.
Si en el ámbito privado patinamos y a veces “las razones del corazón†se imponen dejando a la “razón†mal parada. No puede suceder menos en el ámbito público –el político. Quiero decir, que también cuando nos determinamos por un candidato no lo hacemos de manera fría: elegimos basados en consideraciones tanto racionales como emotivas. Eso lo saben bien los candidatos, por eso nunca subestiman las canciones ni el maquillaje, el buen hablar y la bella sonrisa, la propuesta exquisitas con las consignas baratas.
Con todo, es muy cierto que debemos saber identificar la paja del trigo. Pero ese es un camino de aprendizaje que exige madurez, sabiduría y una inteligencia (emocional, le dicen) que no es propiedad de la mayoría. Como en el arte de la seducción a veces no aprendemos y damos resbalones sin quererlo, no es raro por eso que cada cuatro años se nos tome el pelo nuevamente. Pero estos deslices no son privativos de la gente humilde, aquí metemos las patas un poco todos.