Rogelio Salazar de León
Hace un año, con ocasión de la presentación de los diarios del autor publicados por Magna Terra, me permití formular las siguientes preguntas:
¿Quién es aquél que se ocupa en pulir un estilo no sólo bonito, sino también certero, para hablar de sí, sin confesarlo?
¿Quién es aquél que renuncia a la ciencia y a la academia, sólo para involucrarse con las palabras, a pesar de saber que son como ciertas mujeres, a quienes muchos frecuentan?
¿Quién es aquél que deviene en sofisticado, sólo por el gusto en la soledad?
¿Quién es aquél que sin moverse de su lugar se convierte en un incansable viajero a la deriva?
Si esta ocasión puede considerase como una continuidad de aquélla, puedo afirmar que ahora y a propósito del libro hoy presentado conozco mejor la respuesta; lo cual dicho en otras palabras equivale a decir que ahora después de la lectura de Las pupilas de í“palo conozco mejor César Brañas.
La ventaja hoy para mí es que hablar de la novela es casi lo mismo que hablar del autor: los alemanes le han llamado bildungroman o lo que más o menos equivale a decir novela de formación, un texto en el que se cuenta con algunas coartadas la ruta a través de la cual se llega a ser un hombre, una novela en la que se narra la ruta de la maduración, sólo por decirlo de algún modo.
Los ingleses con su feliz vocación por dejar las cosas sin etiquetas han sido capaces de contar la historia de un niño que obtiene el permiso de su madre para acompañar a John Silver en una aventura casi épica.
Si se piensa en las dificultades envueltas en la maduración, quizá haya que ir a la idea de la oscilación porque, ciertamente, nadie madura en obediencia a una línea recta y sin desviaciones, todo aquél que madura y hasta quien parece hacerlo con más decisión lo hace siguiendo una ruta de vaivenes, devaneos y oscilaciones; esto se agrava si se piensa que para el hombre moderno es una obligación la maduración acelerada, si se piensa que la razón le ha impuesto al hombre el deber de pasar corriendo por una suerte de campo minado, porque tal vez sea a esto a lo que más se parece la adolescencia.
El texto que hoy nos convoca es una novela que difícilmente podría calificarse de realista, las precisiones respecto al escenario, a la época, a las costumbres son más bien escasas, en todo caso lo que queda después de leerla es una vaga impresión de un lugar indeterminado coloreado de matices burgueses, urbanos y occidentales y de un grupo de jóvenes que transitan por él en una especie de disimulada y elegante rivalidad.
Del mismo modo hay que decir que el libro motivo de este acto difícilmente podría también calificarse de fantástico, de modo que todo lo que cuenta es perfectamente posible y es más, podría llegarse a anotar que más que posible es verosímil y hasta cotidiano.
¿Cuál es entonces la virtud de Las pupilas de í“palo?
Habría que indicar que son varias, en primer lugar aquello de lo que ya empezó a hablarse, es decir la virtud de meterse en tratos con la adolescencia y, a pesar de la dificultad de la materia, ser una narración que logra salir bien parada; Brañas traza una novela en donde los personajes son un grupo de jóvenes que, como tales y como cabe esperar, no renuncian a la gratificación de la diversión, tan característica de la juventud, son éstos unos jóvenes que claramente disfrutan de lo «mejor de la vida» que para el caso es el sexo opuesto: disfrutan de su roce, de su cercanía, de sus aromas y de sus espejismos; sin embargo esta diversión y gratificación en la ligereza nunca se confunde con la felicidad, en la medida en que la novela predica, o más bien sugiere que una cosa es un ámbito externo que equivaldría al de la gratificación en la ligereza, y otra cosa en el ámbito de la vida interna o de la felicidad en el cual el hombre está llamado a encontrarse a sí mismo y, finalmente, a obtener una conformidad consigo; Gabriel, el personaje de la novela, es alguien que participando de la camaradería de colega con sus amigos y que contemplando la mirada desde Las pupilas de í“palo, nunca deja de medir la insondable profundidad de la felicidad, o más bien dicho nunca deja de medir la insondable profundidad de la difícil felicidad, frente a la levedad de la efímera alegría.
En segundo lugar, y aun a riesgo de ser atrevido, hay que decir que otra virtud del texto es que el envoltorio se come al personaje, lo cual dicho de otra manera podría intentarse afirmando que ésta es ante todo una novela de lenguaje, o para decirlo con más apego al autor: que ésta es ante todo una novela de poeta, para nadie es un secreto que César Brañas es autor de una enorme y alta poesía (Borges deploraba que la poesía hubiese perdido sus maneras épicas, y para él esto quería decir sus maneras narrativas); pues bien el libro que hoy se presenta aquí es una novela en que la intensidad de su marea reside en el lenguaje, lo principal de su atmósfera es la emotividad de su lenguaje; la trama y hasta los personajes pueden quedar en un segundo plano porque lo que la justifica es la perfección intensa de su lenguaje, siendo por ello una obra irrevocablemente apegada al estilo, lo que equivale a decir que Las pupilas de í“palo es una obra irrevocablemente personal; por ello es que para las indagaciones apuntadas a inicio ahora tengo una respuesta más completa.
He hablado de lo que para mí son algunas de las virtudes de este trabajo, ahora toca que dejen de lado mi lectura y emprendan la suya porque, sin duda alguna, cada uno que recorra su ruta de lectura por esta atmósfera narrativa hallara nuevas virtudes, gracias y beneficios.