Las presuntas lecciones de la muerte de Gadafi


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No sé si por el hábito de acercarme a periódicos conservadores, que los hay en abundancia y son quizá los más reputados entre los lectores, pero de súbito he reparado que he visto las escenas de pasión y muerte de Muammar Gadafi una y mil veces.  Esa reiteración de los medios no hace sino cuestionarme sobre la casualidad presunta de la realidad tijereteada o la premeditación de un imaginario construido con propósitos declarados.

Eduardo Blandón

 


No se trata de ser mal pensado ni hacer de la sospecha un deporte periodí­stico, sino poner bajo la lupa una interpretación de los hechos que nunca es inocente ni desinteresada.  Este trabajo es obligatorio en virtud de que son los medios quienes nos explican cotidianamente el mundo y seleccionan las parcelas de la realidad que consideran relevantes e importantes.
 
De esa cuenta, es justo preguntarse por el interés de los medios de comunicación en presentar repetidamente el fin de la dictadura que asoció al término de la vida del dictador.  ¿Será por el sensacionalismo en el que incurren habitualmente? ¿Será por ánimo de llenar espacios, siempre necesarios para completar la programación?  ¿Responde a un mensaje subliminal?  
 
No es disparatado pensar en esta última posibilidad.  Recordemos que los medios en general se han aunado para presentarnos la realidad libia distorsionada.  Se ha repetido, por ejemplo, que Gadafi era un sátrapa, un tirano y un dictador, y tengo pocos argumentos para decir lo contrario, sin embargo, pocos han subrayado que la comunidad internacional, especialmente los paí­ses poderosos: Francia, Italia y Estados Unidos, para mencionar unos cuantos, fueron socios del ahora “maledetto”.  
 
No defiendo a un Gadafi inmaculado, no lo fue, critico la actitud de los paí­ses desarrollados que convenientemente aprueban y desaprueban gobiernos.   Si suministra petróleo y es un socio comercial de provecho, disimulan como el que más los defectuelos de esos hombres humanos: las violaciones a los derechos humanos, la perpetuación en el poder y la corrupción.  Si de repente se muestran altaneros y reclaman autonomí­a, entonces se convierten en monstruos de mil cabezas, a los que hay que eliminar por sanguinarios.
 
Pero los abrazos de Nicolás Sarkozy y Silvio Berlusconi, hacen patente más que la crí­tica y el odio, el afecto y la cercaní­a al ahora occiso.  Y no digamos del amor de Gadafi por Condoleezza Rice de quien dijo admirar y sentirse orgulloso.  “Leezza, Leezza, Leezza.  La amo mucho. La admiro y me siento orgulloso de ella porque es una mujer negra de origen africano”.
 
Tanto amor, o como dijo la portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nulan, tanto “comportamiento estrambótico y repulsivo”, no pueden, como decí­an los escolásticos, provenir de la nada (ex nihil).  Esos sentimientos tuvieron su origen en la simpatí­a que experimentaron los gobernantes y polí­ticos de paí­ses industrializados por el ahora linchado.
 
Por esta razón, me parece que los servicios de información al servicio de los poderosos cumplen una labor pedagógica al mostrar el cuerpo del rebelde.  Hay una lección que les interesa grabar en la memoria de todos: “Si están con nosotros, todo, si se oponen, los acabamos”.   Nada extraño es que la gente empiece a pensar que la guillotina y el cadalso se preparan para Chávez, Ortega, Correa y Morales.  La moraleja ha sido aprendida.