El mismo día que se velaba a Emilia Quan Stackman, joven de treinta y tres años dedicada a la sociología, era nombrada por la tarde la primera mujer al frente del Ministerio Público, Claudia Paz y Paz. Fue uno de esos días extraños de diciembre en los que la luz es intensa, el sol quema y el frío atraviesa en la sombra. La contradicción de esta Guatemalita, y como si fuera la exquisita obra de Efraín Recinos, mujeres son las que se asesinan y mujeres son las que empezarán a liderar el destino de este caos. Con el homicidio de Emilia, se presume que así como en los ochentas y setentas del siglo pasado, pensar y sobre todo pensar la contradicción social, era una actividad riesgosa, lo sigue siendo ahora. Ya en los noventas, Myrna Mack fue asesinada haciendo antropología, específicamente investigando las condiciones de la población desarraigada y desplazada, como política institucional desde el Estado autoritario de la época. Las investigaciones más recientes de Emilia para CEDFOG, dan cuenta de anomalías en proyectos ejecutados por el Consejo Departamental de Desarrollo de Huehuetenango, pero también indagó temas de género, de paz y reconciliación y sobre pobreza; lo hizo para la ODHA y para la Fundación Mack.
En un lugar como Guatemalita, de caos y desorden institucional, hay poderes que se encargan de aprovechar la situación de desconcierto para imponer su propio orden en resguardo del interés oculto, ése que surge desde las grietas que muestra el sistema. La sociología de Emilia la llevó sin duda a través del método académico, a cuestionarse esa realidad a través de la pregunta más sencilla pero a la vez fundamental: ¿por qué esta sociedad es así? ¿Cuáles son las razones que hacen de este país, un sitio que desborda riqueza y diversidad cultural y natural, y a la vez derrama la sangre de sus habitantes? Ambas preguntas han orientado a los que hacemos ciencia social, a entender la contradicción esencial, y las respuestas han surgido complejas y profundas, desconcertantes, están en la historia y se manifiestan irresueltas en el presente. Otros cientistas sociales, no solo de la sociología, sino de la antropología, la historia, la economía, la educación, también aportaron a esta comprensión; y muchos fueron asesinados por atreverse a pensar, surge de inmediato otra pregunta, ¿por qué este país mata a sus pensadores?, parece que este es un lugar que impone muchas preguntas y pocas respuestas. Lo acontecido en el asesinato de Emilia no es casual ni aislado, debe ser resuelto y la verdad deberá surgir para hacer una huella en la pobre dignidad de Guatemalita.
Como si se tratase del árbol de las preguntas, del tallo han de derivarse otras y otras, y miles de otras ramas de cuestionantes que incomodan a los responsables, a los culpables, a los condenables, porque representan el sustrato de lo que somos como colectivo, como formación social. Como tributo a la labor académica de Emilia, se exponen algunas de esas interrogantes para que no quede oculto que este país mata por identificar la verdad, aniquila por pensar, por atreverse a criticar. ¿Por qué esta sociedad se aprovecha de su propia pobreza en un afán cuasi antropófago? ¿Por qué se discrimina con tal laceración que se ha incorporado a la lógica social esa práctica? ¿Por qué la oligarquía de este país no logró dar el salto cualitativo para convertirse en una élite? ¿Por qué se percibe que las fronteras son tierra de nadie? ¿Por qué el acuerdo político se sobrepone al poder formal en los intersticios de la dimensión informal de la institucionalidad?