Estamos asistiendo a una de las clausuras de gobierno de mayor caos, de las peores acciones y de un legado para el próximo régimen de los más difíciles en el período democrático. Fuera del Serranazo, no creo que los guatemaltecos habíamos sido expuestos a tantos desaciertos en un período tan corto como el actual.
El Ejecutivo y su Presidente parecen un barco fantasmal, esa ficción que recogen películas de terror y suspenso, en donde la nave se mueve por la inercia de las aguas, no puede mantener la dirección, no concibe como arribar al puerto más seguro y más cercano y fuera de la decisión de apoyar el Estado Palestino y el levantamiento del embargo al pueblo cubano, en el marco de la Asamblea de Naciones Unidas, los estertores de este gobierno todavía persisten en profundizar su triste legado de inconsistencia, corrupción, desatinos y pésima gestión en general.
Los partidos políticos por su parte persisten en el mantenimiento de las mismas reglas del juego que se establecieron a partir de la nueva etapa democrática y del pacto social que la constitución del 85 consignó, pero de ninguna forma presentan propuestas articuladas y serias acerca de la necesidad de reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos, pues su agotamiento se hizo evidente y demanda necesidades de fondo, para abrir los espacios de participación, ampliar los actores de participación política, evitar y anular para siempre la reelección de alcaldes, entre otras.
Los dos partidos que se aprestan a la segunda vuelta electoral se han aletargado en la concreción de alianzas políticas, con diferentes partidos, líderes locales y personalidades, con escasa intención de profundizar y dar a conocer sus planes de gobierno y permitir observar que sus propuestas (el qué), tienen mecanismos específicos para desarrollarlas (el cómo) y cuentan con equipos serios y responsables para implementarlas (el quién). Nada de eso.
Los diputados se han enfrascado en un aquelarre de aprobación de préstamos externos que incrementan considerablemente la deuda externa del país, violando flagrantemente la Constitución al destinar recursos de préstamos para el pago de sueldos y salarios y en el marco de esa fiesta, nuevamente el Ejecutivo aprovecha para introducir una ampliación presupuestaria poco creíble y que genera desconfianza. Pero no termina ahí. Los diputados aprueban la iniciativa de Ley Antievasión, burlando aquellos mecanismos que permiten propiciar transparencia, así como eluden la modificación del Impuesto sobre la Renta y otros mecanismos necesarios para que esta ley constituya una avanzada en reducir la evasión y la elusión y más bien se dedican a favorecer a las élites cafetaleras más conservadoras.
Las expresiones más retrasadas de la oligarquía se suman a la fiesta de brujas buscando que no se apruebe la Ley Antievasión, porque afecta a sus intereses, después de haberse agenciado de enormes ganancias con los precios internacionales del café y de su capacidad de producir un café gourmet que se compra muy bien en los mercados internacionales.
La Banca Central se lanza a un incremento de la tasa de interés, sin que medien muchos argumentos técnicos para hacerlo, más bien apuntan a desacelerar mayormente la producción aunque controlen la inflación, a pesar de que la meta anual establecida será superada fácilmente.
Y todos nosotros simples mortales y pobres observadores que en la vorágine de acontecimientos que han confluido en estos últimos meses, no podemos precisar las profundidades de esta podredumbre, pero que seguramente la podremos resentir en algunos meses cuando los ajustes de estos desaciertos nos lleguen con toda su fuerza y la explicación única será que no fue culpa de ellos sino de las anteriores autoridades, pedirán comprensión, llorarán austeridad. Ojalá que el movimiento de los indignados empiece a cobrar fuerza en el país para luchar –dentro del sistema–, en contra del actual estado de cosas, ojalá.