Las posadas antigí¼eñas


Fin de cabo de la Novena del Niño Jesús. Usualmente, varios

Mario Gilberto González R.

Las posadas antigí¼eñas son la continuación de aquella noche cuando el Hermanito Pero, siguiendo la inspiración del seráfico, invitaba a todos los magnates de la ciudad de Santiago de Guatemala, para que reunidos en la plazuela de Belén, honraran con cánticos de villancicos, oraciones y alumbrados con antorchas flameantes, una procesión por las calles principales de su barrio, a San José y Marí­a que emprendieron un largo camino para obedecer el Edicto del César Romano, que ordenó que todos los habitantes del Imperio, volvieran a empadronarse a su lugar de origen.


Volvemos a las letras Remisoriales del año de 1729, folio 16v, numeral 49 y encontramos la referencia documental de cómo se inició en la ciudad de Santiago de Guatemala, la festividad de las Posadas.

«De que manera fue Verdad y es, que por esta misma caridad como transformado en Dios estaba tal que en el se imitava, por la alegrí­a, ola tristeza en todos los Divinos Misterios: En la ocasión en la conmemoración de el Nazimiento aquella noche en que nazió en Belen la luz a todas las gentes, combocava a todos los Magnates, Eclesiásticos y a todos los de el gremio de la Ciudad de Guatemala al oratorio de su Hospital, erecto devajo esta misma imbocación y con puesta de todos los que estavan en gran numero una solemne procesión con la qual se llevaba la Ymagen de la Virgen Maria alegrandose con su espiritu reverenciaba aquel Sagraado Misterio con preces particulares de el Salterio de la misma Virgen Madre de Dios y con otras devotas canciones, y luces encendidas, se iva a la contemplación altisima de aquel Misterio, y de la misma forma, en las Visperas dela Epifania, renovava los obsequios de su amor con grande edificación, compunsion detodos: como mas lata-mente lo deponen los testigos informados dando en todo la razon de su dicho y causa de su ciencia.» (sic)

Al Hermanito Pedro se debe la tradición de las Posadas y la hechura del Nacimiento, Belén o como se le nombra en otras regiones. Los Hermanos Belemitas siguieron celebrando cada Noche Buena estas dos actividades, distintivas de la navidad guatemalteca y que llega hasta nuestros dí­as.

Después del abandono y el largo letargo a que fue sometida la ciudad de Santiago de Guatemala, los habitantes que prefirieron sufrir las consecuencias antes que abandonar su solar nativo, fueron los primeros habitantes de la ciudad de Antigua Guatemala, -heredera de un riquí­simo legado histórico, educativo, cultural y religioso- los que poco a poco retomaron las viejas tradiciones y con su empuje renacieron sus propias cenizas.

Fue la Hermandad de Jesús Nazareno de la Merced, la que -a mediados de 1800- hizo suya esa linda y tierna actividad que la mantiene hasta el presente.

Las posadas rememoran el largo viaje de San José y la Virgen Marí­a hacia Belén, en condiciones difí­ciles, por sus carencias económicas para sufragar un viaje tan largo y de tanto peligro estando la Virgen en la espera de su Santo Vástago.

Cada posada tiene su nombre y la familia que la recibe, se esmera en representar lo mejor posible, el sitio donde termina una larga jornada.

Los Santos Esposos, obedientes, emprenden una larga y difí­cil caminata hacia Belén. La Virgen va montada en un humilde jumento y San José se transforma en un paje especial. En un atillo llevan las escasas prendas personales y con sus proviciones consisten en escaso pan, frutos secos y agua. En el camino se juntan con otras caravanas que van al mismo destino.

La primera posada es El Monte Tabor o sea el sitio donde tuvo lugar la Transfiguración del Señor en su vida pública.

La Segunda es La Ciudad de Naí­n. Según el Evangelista San Lucas, en sus puertas Jesús resucitó al hijo único de la viuda.

La Tercera es Los Campos de Samaria. Fue acá donde salieron a su encuentro los diez leprosos que pedí­an ser curados. Y al lograrlo sólo uno volvió donde el Señor para agradecer. Fácil es imaginar la fatiga del jumento y el cansancio de la Virgen. El amoroso cuidado de San José le hace constuir con ramas de árboles viejos un albergue que cubre con su manto para evitar los rigores del invierno.

La Cuarta posada es el Pozo de Zequén o de Ziquén. El agua fresca abreva la sed y la aprovechan para el aseo. Junto al brocal, San José enciende la lumbre para calentar sus alimentos y calentarse ellos ante el frí­o que deshiela hasta los huesos.

La Quinta es el Corral de Ovejas. Cansados y fatigados llegan los Santos Esposos donde hay multitud de ovejas que pastan tranquilas. Buscan refugio en los apriscos y las mansas ovejas les dan su calor.

La Sexta posada es Los Copos de Nieve. El crudo invierno congela todo lo que encuentra. La tienda sencilla y rústica que levanta San José para guarecerse del intenso frí­o, apenas los protege a pesar de mantener encendida la lumbre durante toda la noche.

La Séptima posada es La Entrada a Jerusalén. Por fin llegan a la ciudad santa. A pesar de que aún les queda un buen trecho por caminar hasta llegar a su destino, es un alivio para los Santos Esposos porque el cansancio de Marí­a es evidente después de una larga caminata y porque su estado de gestación es avanzado.

La Octava posada es La Entrada a Belén. Con gran satisfacción pero con evidente muestras de cansancio, por fin los Santos Espsos llegan a su destino: Belén. Observan la ciudad atestada de visitantes y caravanas que cruzan sus puertas. Los mesones están llenos y no encuentran sitio dónde pernoctar. Y en los que sí­ hay, les niegan la posada por su evidente pobreza. Una situación difí­cil y humillante. Les recomiendan que el mejor sitio para ellos es una cueva o un portal abandonado en las afueras de la ciudad, donde pastan las bestias. Y los peregrinos con humildad van en busca de esa cueva para descansar de la fatiga que los agobia.

La Novena y última posada es El Portal de Belén. O sea el sitio donde según su condición social y económica era propio para ellos.

San José hizo un espacio digno para que la Virgen descansara. Y los dos se refugiaron en ese abandonado lugar que otros despreciaban porque serví­a mejor para las bestias. Y fue precisamente en ese lugar donde se cumplió el portento divino. A la media noche, la cueva abandonada donde una vela daba su escasa luz, se iluminó con la luz de una estrella resplandeciente, justo encima de la cueva yfue tal intensidad de su luz que todo Belén dejó de ser de noche para parecer de dí­a. El asombro de los visitantes no se hizo esperar y la noticia de que un niño habí­a nacido en tales condiciones, hizo pensar en que las profecí­as se habí­an cumplido.

En Colombia, los nueve Aguinaldos -previo a la Noche Buena- llevan el mismo nombre de las Posadas Antigí¼eñas. Curioso, ¿verdad?

Varias familias antigí¼eñas brindan su casa para darle posada a las veneradas imágenes y en sus patios hacen arreglos especiales para representar el tema del dí­a. En mi niñez -por ejemplo-, en casa de don Mariano Muñoz -que era locero-, los patios y talleres se prestaban para una escena de los artesanos de la ciudad de Naí­n. Don José Marí­a Vides tení­a un aserradero donde el espacio amplio permití­a representar el Corral de Ovejas; en el patio de la casaq de doña Cota de Urquizú (frente a las ruinas del Carmen), hubo un pozo natural donde se escenificaba maravillosamente el Pazo de Sequén. La Virgen lavaba la ropa a la orilla de un rí­o, mientras San José cuidaba de que los alimentos se cocieran a la lumbre. El patio se iluminaba con farolitos de colores, colgados de las ramas de los árboles. En otras casas, eran lienzos pintados que representaban el Monte Tabor. La Ciudad de Naí­n, los Copos de Nieve, etc.

La estampa -en cada casa- se llenaba de encanto, porque se alumbraba con hachones de gas o con farolitos forrados con papel de china de varios colores.

Al llegar los Peregrinos a la casa que brinda la posada, frente a la puerta cerrada se inicia un diálogo. Con cánticos piden de favor que les den posada. Desde dentro responden negativamente, porque al no ser personas conocidas, no se acostumbra abrirle a nadie la puerta y menos alojarlos. Después de tantos ruegos acceden y entre gran algarabí­a de faroles, sones de tortugas, pitos, chinchines y quema de cohetillos y canchinflines, los Señores cruzan el umbral de la puerta hasta el sitio que les tienen reservado. Después de las oraciones, se brinda a todos los asistentes, ponche, buñuelos y, en casos especiales, tamales.

Al atardecer del dí­a 24 de diciembre, se organiza en el atrio de la iglesia de la Merced, el baile de los Cabezudos. Son figuras con cuerpos pequeños, pero con cabezas grandes -unas redondas y otras alargadas. Se unen pericas, monos, toros y toreros. Bailan al compás de una marimba pero en todo el recorrido van acompañados de música regional y de faroles de varios colores y formas como el Sol, la Luna y la Estrella. Su presencia en las calles antigí¼eñas, empieza a despertar el entusiasmo de la Noche Buena. Mientras el juego de cañas, granadas y los toritos que lanzan bombas, canchinflines, estrellitas y luces de colores divierten a los vecinos congregados en la plazuela de la Merced, los cabezudos danzan alegremente en el atrio del templo. Al filo de la media noche se encaminan a la casa donde entró la última posada y bailan delante de la procesión del Niño. En andas iluminadas, al medio, se colocan a la Virgen Marí­a y a San José rodeados del buey y la mula. El Niñito Jesús lo lleva en brazos una niña vestida de blanco y al compás de villancicos tradicionales, que interpreta la banda de música, todos se encaminan hacia el templo de la Merced para participar en la Misa del Gallo. Las campanas mercedarias se echan al vuelo en señal de alegrí­a entre el estruendo de bombas y de cohetes.

La estampa que ofrecí­an las Posadas en las noches antigí¼eñas de mi niñez, eran dignas de pinturas en claroscuro. Las calles por donde se desplazaban las posadas, estaban iluminadas con focos de escasas bují­as que dejaban grandes penumbras al medio. Y alcanzaba su esplendor cuando se internaba por calles, callejones y alamedas completamente oscuras. Se apreciaba el colorido de los faroles que iban a los lados de las andas. Al inicio el tambor y la chirimí­a anunciaban la posada o las notas de una marimba. Al medio los niños iban tocando tortugas, chinchines o pitos de agua y detrás de las andas, las cantoras que entonaban villancicos tradicionales: «Celebre el mundo con gran contento, el nacimiento del Niño Dios…»

Otros se encargaban de quemar cohetes o lanzar de una acera a la otra, los temibles canchinflines de la coheterí­as El Culebrón, que giraban con rapidez de un sitio a otro sin control. Para darle más emoción, se colocaba en la parte vací­a del canchinflí­n, un cohete que al explotar, sorprendí­a a quienes iba dirigido.

Todos los niños participábamos en las posadas. Unos cantando, otros tocando tortugas, chinchines o pitos y otros llevábamos alegremente un farol colocado en la punta de un palo. Recuerdo que al entrar a la casa de don Mariano Muñoz, el compañerito de atrás, adrede metió fuego a mi farol y ardió de inmediato. Los faroleros tení­amos el privilegio de ser los primeros en recibir un batidor con poncho caliente y un tamal colorado. Cuando me presenté con mi palo chamuscado en la punta, Lucita se enojó y me dio una buena reprimenda y de castigo sólo me sirvió la mitad del tamal. «Eso es para que tengas más cuidado con tu farol y respeto a los Santos Señores», me dijo ceremoniosamente. Así­ eran los tiempos de las posadas antigí¼eñas en mi inocente y juguetona niñez.