Las obras del desolvido de Ixquiac Xicará


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Por estos días la galería El Túnel abrirá al público una exposición del artista Rolando Ixquiac Xicará cuyo título, “Obra para mi desolvido”, señala, más que un tema, una intención. Como todo lo que utiliza este artista para expresarse, “desolvido” es un término que tiene fuertes resonancias poéticas y, al mismo tiempo, un contenido conceptual muy preciso.

Por Juan B. Juárez

No es que Ixquiac Xicará quiera recordar ciertas obras y momentos de su pasado, o que pretenda que los otros (el público, los otros artistas, los críticos, etc.) lo recuerden o que no lo olviden, sino propiamente lo que intenta con esta exposición es conjurar un olvido que se cierne sobre él y su obra, y que no es del todo involuntario.

En primer lugar, su origen. La originalidad histórica, temática y estilística de su obra proviene de sus raíces maya-quiché, que le dan no sólo otra perspectiva a su mirada sino también otra dirección y otro sentido a la evolución de su obra.  En ese sentido, ha sido una ligereza (un olvido sin duda un poco voluntario) de críticos, curadores e  historiadores del arte hacerla derivar de la influencia formal de otros artistas, pues lo que la define es propiamente su contenido conflictivo y beligerante, esa especie de tensión vital interna que le da otro significado a las inevitables influencias formales que le vienen de las más diversas fuentes, y que no permite caracterizarla como secuela de la obra de ningún otro pintor ni tampoco incluirla de oficio en movimientos artísticos históricos de amplitud nacional, continental o universal, como el realismo mágico, la nueva figuración o el surrealismo.

Por otro lado, también es de tomar en consideración (no olvidar) que la obra de Ixquiac no es un producto gratuito de su talento y su imaginación sino que propiamente es una respuesta. La violencia que muestra en sus primeras obras y que esconde o sublima en la que produjo de los años 90 a la fecha tiene su punto de origen en el exterior de sus cuadros, pero en ellos se consignan sus efectos y se urde lentamente la estrategia de su devolución, agregándole el peso que le da la conciencia humanista y la razón histórica.

Y es que, artista lúcido y consciente, la obra de Ixquiac Xicará no puede separarse del pensamiento crítico que la sustenta.  Es más, su obra y su pensamiento son las dos caras de un mismo esfuerzo por conocerse, asumirse rescatarse y afirmarse en medio de su circunstancia excepcional y contradictoria que lo niega y lo margina.  Y en ese contexto que lo excluye, pintar ha sido su modo de conocer, de hacerse consciente, de pensar y de expresar lo que conoce y siente. De allí que la evolución de su obra muestre al mismo tiempo una gradual orientación hacia la claridad conceptual, al refinamiento formal de su lenguaje plástico y a una especie de atinada astucia estratégica que agrega a los valores estéticos de su expresión el elemento sorpresa de un argumento sutil e inesperado. 

Rolando Ixquiac Xicará es un artista que trabaja sin prisa, que construye pacientemente sus imágenes palpando y escrutando la riqueza sensual y semántica de los materiales, de cada gesto técnico, de cada elemento plástico y de cada área del espacio pictórico, de manera que, al final, cada obra es un logro expresivo y un hallazgo formal que se presenta como una unidad de sentido.  Así, maravillados por el color fulgurante y esplendoroso, rico en matices y sutilezas que caracteriza a su obra, los espectadores usualmente no se detienen en lo que cada obra relata ni en el dibujo que articula esas imágenes que, además de sensuales y reveladoras, han sido también largamente pensadas. 

Con todo, más que pensada, se trata de una obra vivida, fruto de experiencias que lo marcaron profundamente y de una reflexión lúcida sobre las mismas.  De allí que, en un momento de su vida que habría que situar a finales de los años 80, la figuración, realista, descarnada y directa que venía usando con tanta contundencia se transforma, de pronto, en un lenguaje poético de imágenes delicadas y metáforas que velan y desvelan asuntos escabrosos.  Fue algo que desarrolló en Senegal, donde se enfrentó con la negritud y reconoció en ella la misma situación compleja que hunde al indígena guatemalteco en abismos de esclavitud y servidumbre, de minusvalía humana que se esgrime en cada acto y pensamiento de discriminación y menosprecio.   Estos cambios quizás se expliquen por la creciente madurez del artista y por una especie de sentido estratégico que, por decirlo de alguna manera, pasó de devolver los golpes recibidos a construir argumentos con imágenes complejas que apelan a la sensibilidad y a la conciencia del espectador. 

En fin, por todos estas facetas que hay que considerar a la hora de valorar su obra, es un acierto que en esta muestra el espectador pueda encontrar a la par de trabajos recientes, dibujos, grabados y acuarelas de otras épocas que el artista ha conservado como algunas madres atesoran los primeros zapatos y los juguetes favoritos de sus hijos.  Así, teniendo a la vista ese conjunto de obras, no deja de ser paradójico que en su obra de madurez el dibujo y la línea, es decir lo que aprehende la forma y define el concepto, muestren no sólo una deliberada torpeza sino que además ya no se afanen en la búsqueda de la objetividad de lo real sino que persigan las formas huidizas de la imaginación y la fantasía; igualmente, tampoco se presentan como producto de un intelecto, de una sensibilidad y de un oficio en el punto más alto de su desarrollo sino más bien como el balbuceo gráfico, inocente e ingenuo de un niño en la edad de la ternura. Las obras de otras épocas revelan, en contraste, a un dibujante preciso en sus trazos y observaciones y a unas intenciones expresivas que nunca han sido inocentes; al contrario, han sido muy valientes y arriesgadas hasta la temeridad.

Por otro lado, ese lenguaje poético también lo ha conducido a una lúcida profundización en el “espíritu” de su cultura, de manera que en sus imágenes recobra vigencia la antigua cosmovisión maya, que es precisamente la que, en el contexto de la sociedad guatemalteca, hace que el indio sea “el Otro”.