Las novenas a las lágrimas de Marí­a Magdalena en Guatemala


Novena dedicada a las lágrimas de Marí­a Magdalena, durante los rituales de Semana Santa y que se rezaban en las iglesias y en las casas de la ciudad de Guatemala en el siglo XVIII. Novena impresa en Guatemala en 1760 (colección particular).

Juan Alberto Sandoval Aldana

Universidad de San Carlos de Guatemala.

La muerte como acontecimiento que forma parte integral de la vida, y los conceptos que de ella se han formado, ocupan lugar especial en el universo mágico y religioso de las diferentes culturas ancestrales, en especial las que han convivido en suelo Guatemalteco, teniendo como antecedente la cosmovisión de las primitivas sociedades aborí­genes que poblaron el istmo centroamericano antes de la llegada de los conquistadores europeos y la posterior conformación de los grupos mestizos, surgidos a partir del contacto con otras formas culturales, procesos que se iniciaron en Guatemala durante la primera mitad del siglo XVI a consecuencia de las empresas de conquista y colonización.


Después del choque de las armas europeas y americanas, conforme a lo prescrito por el Papa Alejandro VI, los nuevos territorios conquistados debí­an ser convertidos al cristianismo, previo a ser incorporados a las coronas española y portuguesa, actividad que fue motivada más por fines polí­ticos que por la salvación de las almas, en procura de la expansión del Imperio español y la entronización del catolicismo en América, después de la reforma en Europa. El cristianismo como religión pasó de culto minoritario a ser la religión oficial, gracias al aprovechamiento de las especificidades culturales de los indí­genas que contaban con un vasto crisol expresivo, propio de su ritualidad ancestral, que fue transformado para incorporarlo a la nueva fe, estrategia utilizada exitosamente por los frailes predicadores de las principales órdenes religiosas asentadas en Guatemala durante la evangelización, en la que se exaltó el misterio de la Redención por medio del pasaje de la muerte cruenta de Cristo en la Cruz, cuya inmolación voluntaria fue explicada a los nuevos creyentes como una transición necesaria para alcanzar la gloria de la resurrección, hecho sobrenatural que para los nativos de la región, en su concepción sobre el ciclo vida-muerte-vida, ya era ampliamente conocida.

El celo de los frailes predicadores, aunado a su inventiva y sagacidad, motivo la reelaboración de ceremoniales especí­ficos que buscaron, deliberadamente, guardar cierta semejanza con los conceptos locales relacionados con la vida y la muerte, desarrollados por las distintas teocracias gobernantes, enfocándolos en torno al significado de la salvación de las almas por medio del sufrimiento y la expiación. Como ejemplo podemos citar el mí­tico viaje de Quetzalcoatl que desciende al inframundo al anochecer, para emerger de la oscuridad de la muerte a la luz del nuevo dí­a, acontecimiento que al visualizarlo desde la perspectiva cristiana, está relacionado con la creencia de una morada celestial, el purgatorio y los infiernos, por lo que el viaje de los muertos a otra vida es provisto de ofrendas materiales que son colocadas en las fosas mortuorias, pero también acompañado de rogativas, en una clara orientación religiosa, motivada por la intención de influir en el destino de las almas de los muertos que esperan la resurrección, por medio de rituales especí­ficos, que fueron elaborados para tal finalidad.

En este orden de ideas, la iglesia local promovió la creación de rituales propiciatorios relacionados con la muerte y la resurrección de Cristo, constituidos en ceremonias solemnes, cargadas de hondo dramatismo, que se convirtieron, con el paso del tiempo, en devociones públicas y privadas, cuyos ejercicios piadosos se extendieron de uno a nueve dí­as consecutivos, número referido inicialmente por San Jerónimo como signo de sufrimiento, siendo de allí­ que las distintas acciones rituales, aunque no tienen espacio definido en la liturgia de la Iglesia, duren ese tiempo, recibiendo el nombre de Novenas, en contraposición a las Octavas, que tienen un carácter festivo.

Las Novenas difundidas en el mundo cristiano tienen cuatro caracterí­sticas, por su función impetratoria, las Novenas de Duelo, las Novenas de Oración, las Novenas de Indulgencias y las Novenas de preparación o premonitorias. Desde la alta Edad Media, los novenarios están relacionadas con los ritos fúnebres por la conmemoración de la muerte de Cristo: La entrega de su espí­ritu a la hora Nona, los nueve coros angelicales y la recitación de los nueve salmos. Las novenas, clasificadas como ritos cristianos, son manifestación tí­pica de la piedad popular, inspirada directa o indirectamente en los ritos oficiales, en el caso que nos ocupa, entre las ceremonias premonitorias a la muerte de Cristo, abordaremos la que fue auspiciada por los frailes de la Orden de Santo Domingo de Santiago de Guatemala, llamada Ceremonia de Las Lágrimas de Santa Marí­a Magdalena, que incluyó en su ritual, el rezo del salterio de 150 «Aves Marí­as» con la meditación de los 15 misterios de forma consecutiva, sermón y procesión pública con canto del Salmo Miserere, llevando la devota imagen de Santa Marí­a Magdalena, la tarde del Domingo de Ramos, dí­a que inicia formalmente la Semana Mayor. El carácter premonitorio de este ejercicio piadoso consiste en recordar los tres momentos más significativos de Marí­a Magdalena en la vida, muerte y resurrección de Jesús, el primero relacionado a la unción que realizó tomando una libra de perfume de nardo puro para lavarle los pies, derramando sobre ellos también lágrimas abundantes, secándolas después con sus cabellos largos, acontecimiento que fue una señal de la cercaní­a de la muerte de Jesús, en preparación para su próxima sepultura, el segundo su presencia al pie de la cruz en el monte calvario y el tercero al descubrir la tumba vací­a y el posterior anuncio de la resurrección, de la cual es la primer testigo.

El origen de esta ceremonia se remonta al siglo XVIII, según la novena elaborada en el Convento de Santo Domingo, según el prólogo, las fórmulas y contenido del ejercicio piadoso escrito a mano por Fray Felipe Cadena, inspirado en los Evangelios y varios pasajes de la vida de la Santa, tomados de la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, estableciéndose en ella los fines de la ceremonia de las tres lágrimas de Marí­a Magdalena, fechada en 1760, impresa con el tí­tulo de «Novena Devota en memoria de la portentosa conversión y penitentes lágrimas de la seraphica y gloriosa Santa Marí­a Magdalena», elaborada en hojas de papel artesanal, hecho a mano, ilustrada con grabados anónimos, impresa por Don Sebastián de Arévalo, documento que en original se conserva como parte del acervo patrimonial del Museo del Libro Antiguo, gracias a la donación de la familia Pacheco Herrarte, efectuada en 1956.

En el referido documento, al ser consultado, encontramos que las meditaciones se refieren a 3 lágrimas de Marí­a Magdalena: La primera lágrima es de contrición, en recuerdo de la confesión publica de sus pecados en la casa del fariseo, renunciando a sus placeres «Dichosas primeras lágrimas que borrasteis los pecados de Magdalena».

La segunda lágrima es de dolor, derramada al pie de la cruz en el calvario «que se mezcló con la adorable sangre de Jesús enclavado en la Cruz» y La Tercera Lágrima es la derramada sobre el sepulcro vací­o de Cristo motivada por el deseo de verlo resucitado «Llora ella noche y dí­a porque su exilio se le prolonga y no se le permite unirse a su bien amado.

Esta novedosa ceremonia probablemente tuvo como antecedente la novena que se rezaba en la Ermita de los Dolores del Cerro de Abajo, en el barrio de Santo Domingo de la ciudad de Santiago, de la cual se conserva un ejemplar fechado en 1737.

Estos pasajes significativos de la Vida de Marí­a Magdalena además determinaron la representación de su iconografí­a, siendo los sí­mbolos más difundidos, una copa con perfumes, largas cabelleras que caen hasta la cintura y el rostro cuajado de lágrimas, signos de su purificación. Sin embargo, el caudal creativo de los maestros imagineros dibujantes, pintores y escultores guatemaltecos, durante el perí­odo colonial, interpretaron los tratados iconográficos de convención universal, representándola de pie, sosteniendo un crucifijo el cual mira devotamente o en postura sedente con un cráneo a sus pies, sí­mbolo de la meditación, en algunos casos postrada al pie de la cruz, con la espalda y hombros descubiertos, caracterí­sticas de su virtud anacoreta.

La importancia del culto dedicado a la imagen de Santa Marí­a Magdalena que se venera en el Templo de Santo Domingo queda referida además en el manuscrito inédito Liber Aureus, del padre Miguel Fernández Concha fechado en 1906, en que la sitúa como una escultura sobresaliente que recibe veneración en el altar del Sr. Sepultado. Después del traslado de la ciudad de Santiago al Valle de la Ermita en donde se encuentra actualmente, las ceremonias dominicales de cuaresma aparecen referidas en el libro de Protocolo de Censos y Rentas del Convento, que en el folio 94, haciendo constar que «?desde entonces no ha cesado de haber culto en esta Iglesia, pues en el año siguiente de 1809 fueron iniciados los sermones y rezo del Sto. Rosario de 15 misterios en los domingos por la tarde, durante la Cuaresma, sin que se hayan interrumpido?», estas actividades devocionales debieron haber alcanzado su más alto grado de esplendor la tarde del Domingo de Ramos con el ceremonial y procesión con la imagen de Santa Marí­a Magdalena en el referido templo que dejó de celebrarse a mediados del siglo XX.