Las negociaciones


Editorial_LH

En política la negociación entre las distintas fuerzas es cosa común y en los parlamentos del mundo los miembros recurren a ese mecanismo para buscar acuerdos que permitan la aprobación de normas de interés nacional. Esas negociaciones significan muchas veces que un partido cede en algo a cambio de lograr apoyos para otra cuestión que considera fundamental, lo que forma parte del comportamiento normal en la política, en la que es indispensable la búsqueda de acuerdos pensando en el bien común.

 


Sin embargo, cuando vemos Congresos como el de Guatemala, donde hasta alguien como el expresidente Colom se dio cuenta que en realidad es un mercado en el que se compran y venden no solo votos sino conciencias, estamos hablando de otros cien pesos, puesto que las negociaciones que se dan son de arrabal, vergonzantes y en busca de privilegios personales y nunca, léase bien, intereses nacionales.
 
 No es extraño, en ese contexto, que en el Congreso exista mejor disposición a aprobar una reforma fiscal que a hacerlo con las leyes contra la corrupción y el enriquecimiento ilícito. Al fin y al cabo, los impuestos los pagarán otros y eso significa que el Estado puede disponer de más recursos que, según la costumbre, irán a parar en buena medida al listado geográfico de obras en donde los diputados tendrán dinero adicional para contratos que les significan a ellos un buen negocio.
 
 Preocupa, por supuesto, que en su absoluta necesidad por realizar la reforma fiscal, el Gobierno posponga y postergue el debate sobre las otras leyes, las que atacan la corrupción. Porque es caer en el juego del Congreso, caer en el chantaje y la extorsión que caracteriza el negocio legislativo. Por supuesto que se entiende la necesidad de ingresos fiscales y hay que apoyar el empeño, pero mal principio sería que parte de la negociación fuera que se aumenten los ingresos tributarios sin que, en forma paralela y simultánea se le ponga candados a la forma en que se manejan esos recursos públicos. Porque resulta que caer en el juego del chantaje es funesto, puesto que siempre sabemos que se empieza “haciendo una excepción” por la importancia del asunto en juego, pero que eso se termina volviendo la norma y marca para siempre el tono de las relaciones con los diputados.
 
 Si Guatemala va a cambiar, tiene que empezar por el Congreso de la República y lo tiene que hacer con un parón que reciba del Gobierno y del pueblo que, unidos en la aspiración de un país distinto, presionemos. No vendrá de maniobras de bloques integrados por quienes han sido parte del juego de la corrupción y que ahora se presentan como los moralizadores y salvadores. La podredumbre es general y el cambio tiene que ser profundo y drástico.
 

MINUTERO:

Si solo aprueban impuestos
aceptemos dos supuestos;
que habrá mucho más disponible
sin que haya un hecho punible