Hillary Clinton, Ségolí¨ne Royal o Cristina Kirchner se preparan para relegar a la historia la célebre frase «detrás de cada gran hombre hay una gran mujer». En el siglo XXI, las mujeres políticas dan un paso de gigante: ya no flanquean a sus maridos, sino que ocupan su lugar.
Algunas ya han asumido los principales cargos dirigentes de sus países, como Angela Merkel en Alemania, Michelle Bachelet en Chile o Ellen Johnson Sirleaf en Liberia, casos aislados, pero que podrían engrosarse en los próximos meses con elecciones en Francia, Argentina o Estados Unidos, cuyas candidaturas femeninas abren debates, suscitan reacciones -favorables o negativas- y ponen al descubierto reticencias.
Si algo tienen en común estas políticas que se erigen en solitario en sus respectivos países es que hacen valer su condición de mujer y no tratan de demostrar que pueden gobernar como los hombres.
Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil.
La segunda mitad del siglo XX sólo tuvo un gran nombre de mujer en el mundo occidental, Margaret Thatcher, conocida como la «Dama de Hierro», quien empuñó armas varoniles para dirigir Gran Bretaña entre 1979 y 1990.
«No quiero llegar al extremo de tener a mujeres sólo porque son mujeres, queremos mujeres porque son tan capaces como los hombres y a veces, mejores», declaró en una ocasión Thatcher. Pero la ex primera ministra gobernó rodeada de un gabinete exclusivamente masculino, con contadas excepciones.
Madeleine Albright, primera mujer en asumir el liderazgo de la diplomacia de Estados Unidos en 1997, reconoció que nunca creyó que llegaría a ocupar ese cargo porque jamás «había visto a un secretario de Estado con falda».
Una década más tarde, la nueva generación llama a la puerta sin temor, sus líderes se enorgullecen de ser esposas, madres y políticas, y defienden que su estilo de gobierno es como mínimo tan válido como el masculino.
En Estados Unidos, la senadora demócrata Hillary Clinton, esposa del ex presidente Bill Clinton, aspira a volver a la Casa Blanca, pero esta vez quiere ocupar el sillón del despacho oval tras las elecciones de 2008.
En ese país, la demócrata Nancy Pelosi se convirtió a finales de 2006 en la primera presidenta de la Cámara de Representantes, tercer puesto en la jerarquía política.
En Francia, Ségolí¨ne Royal se impuso a la vieja guardia socialista y a su propio compañero sentimental y dirigente del partido, Franí§ois Hollande, como candidata a la presidencia.
Royal ha convertido su condición de mujer en una ventaja al encarnar «una revolución» en la política francesa.
En América Latina, también soplan vientos femeninos: la argentina Cristina Kirchner, esposa del actual presidente, y la guatemalteca Rigoberta Menchú, concurrirán en las elecciones presidenciales de sus respectivos países en 2007.
Así, los rostros femeninos emergen poco a poco en las fotos de familia de las grandes cumbres políticas, aunque la paridad sigue siendo un horizonte lejano.
Según la Unión Interparlamentaria, sólo el 17% de los parlamentarios en el mundo son mujeres.
La paridad se asoma en contados países, como en Ruanda (48,8%), los países nórdicos (40,8%) y Costa Rica (38,6%).
A la mujer todavía le queda mucho camino por recorrer para acabar con la tradición de un mundo gobernado por hombres y llegar a derribar todos los muros que históricamente le han impedido desempeñar cargos públicos.
Por el momento, la mayoría de las aspirantes femeninas a unas elecciones de peso parecen enfrentarse a un doble rival: sus contrincantes políticos y los prejuicios todavía existentes. En Francia, todavía resuena la frase del ex primer ministro Laurent Fabius que se preguntó «quién cuidaría a los niños» si Royal era elegida presidenta.