La mentira, en general, y la mentira política, en particular, no gustan. Esto es un hecho, y no es fácil saber por qué es así, cuando resulta que todos mentimos tantas veces como latimos y que los políticos mienten con la dedicación y destreza de un orfebre. Y he aquí la cuestión: ¿por qué no considerar la mentira un arte y otorgar el gobierno de las naciones a aquellos que mejor se desempeñen en una tarea que es poética, al fin y al cabo? Va en serio. Y, si alguien duda de la seriedad de la propuesta, que escoja entre un mentiroso y uno que dice verdades como puños. O entre un mentiroso y un agresivo-pasivo. O entre un mentiroso y un matrimonio fiel hasta la muerte.
Todo ello a cuento de un opúsculo que escribió John Arbuthnot (1667-1735), “El arte de la mentira política†(El Barquero), y que durante tiempo se atribuyó a Jonathan Swift (ignoro por qué la edición que citamos persiste en mantener su autoría), amigo y compinche político, en plan “Toryâ€. Y, bueno, el título lo dice todo. Por mucho que los críticos se hayan esforzado en demostrar la intención satírica de la obra, por lo que a mí respecta me la tomo “ad pedem litteraeâ€, que significa al pie de la letra. Con el propósito de que ustedes no se excluyan de cualquier aportación de su propio puño, les entrego tres clases necesarias de mentira política, según el autor:
«La mentira de adición». Es aquella que otorga a un personaje más reputación de la que tiene y merece, y ello con la noble intención de disponerlo a que sirva a algún proyecto que se tiene a la vista, o sencillamente de que mejores sus prestaciones.
«La mentira de maledicencia», ya sea por detracción, calumnia o difamación. Con esta se le quita a un individuo la buena reputación adquirida por méritos propios, no vaya a ser que la utilice para fines inadecuados o se le suba a la cabeza.
«La mentira de transferencia». Aquí se concede el mérito de una buena acción a uno que nada tiene que ver con ella, pero al que se considera superior, más guapo, más algo, y acaso incapaz por sí mismo de realizar cosa alguna. Una variante es atribuir una mala acción a uno que pasaba por allí y del que se considera que, en sí mismo, no vale mucho o que sufrirá menos que otras almas más altas y sensibles. http://www.elmundo.es/elmundo/2006/04/25/escorpion/1145956872.html,
accesado el 13 de enero de 2010.