«Las masacres jamás se van a repetir»


Carlos Henrí­quez Consalvi:

Carlos Henrí­quez Consalvi, director del Museo de la Palabra y la Imagen, de El Salvador, tiene una sola misión: ayudar a su pueblo a recuperar la memoria y orientarlo para encontrar la verdad.

Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

En enero de 1932 las comunidades indí­genas de la localidad de Los Izalcos, de El Salvador, se levantaron y tomaron varias poblaciones como una consecuencia al despojo de sus tierras y al maltrato del que eran ví­ctimas en las fincas cafetaleras.

La reacción del gobierno dictatorial no se hizo esperar y pronto se ejecutó la orden de asesinar entre 15 y 30 mil indí­genas, en tan solo tres meses. Luego, el régimen de entonces justificó la masacre e impulso su propia «verdad», acorde a sus intereses y la de sus socios, mientras silenciaba a los sobrevivientes de la ola de violencia.

Más de 70 años después de los sucesos que cubrieron de rojo el suelo salvadoreño, Carlos Henrí­quez Consalvi, director del Museo de la Palabra y la Imagen, de El Salvador, tiene a su cargo un importante proyecto para rescatar las memorias de las ví­ctimas y contar la verdad de lo ocurrido. Recientemente participó del Encuentro Internacional de Museos de la Memoria, en Guatemala, y ofreció una entrevista para hablar sobre su experiencia.

– ¿Qué es la Memoria Histórica?

– Se le define así­ a los procesos que realizan las comunidades para establecer la verdad de sucesos ocurridos en la historia reciente.

– ¿Cómo realiza esta labor el Museo de La Palabra y la Imagen?

– Se ha rescatado archivos de la historia contemporánea del paí­s, especí­ficamente de casos que tienen que ver con violaciones a derechos humanos. Para socializar los hallazgos se producen posiciones itinerantes por todo el territorio nacional con el objetivo de recuperar la memoria de las comunidades indí­genas y campesinas. También producimos libros y documentales.

– ¿Qué puede destacar de su experiencia en Guatemala?

– Nuestra experiencia en Quiché y el conocimiento de la historia de Guatemala ha sido muy enriquecedora, sobre todo en el caso del resarcimiento de las ví­ctimas, que creo es un caso único en los paí­ses centroamericanos en su condición de posguerra.

– La experiencia de El Salvador, en el proceso de recuperación de Memoria Histórica tiene diversas similitudes con el caso de Guatemala, pero ¿Cuáles son las particularidades de su paí­s?

– Hemos vivido experiencias similares y en el ámbito de la posguerra hay situaciones muy integradoras en ambos casos. Por ejemplo, yo me sorprendo de lo que aquí­ se está haciendo con el resarcimiento a las ví­ctimas de las violaciones de los derechos humanos. Por otro lado, la Comisión de la Verdad de El Salvador propuso elementos que aquí­ no se han dado, como la construcción de un monumento a las victimas civiles. Son experiencias que se complementan, y que nos permiten observar las debilidades y fortalezas.

– Cuando hablamos de un museo, vienen a la mente piezas de plástica, obras literarias y fotografí­as, pero ¿Cómo se pueden exponer los recuerdos y evidencias de un conflicto armado interno en un museo?

– En nuestro caso, exponemos elementos sobre sucesos especí­ficos, como por ejemplo los hechos de 1932, cuando se da el asesinato de miles de indí­genas por el Estado. Para materializar las memorias de hechos como éste se deben rescatar los testimonios, documentos, fotografí­as y memorias orales. El material histórico recopilado, aunado con las declaraciones de los sobrevivientes y las comunidades afectadas por el conflicto, contando su verdad y los relatos de los sucesos que marcaron su vida son los que enriquecen y recuperan la memoria

– Para esta empresa debe contar con el respaldo de la sociedad…

– Todo proyecto de memoria tiene que contar con la disposición de la sociedad a participar, de las comunidades a contar su historia, y permitir que se rescate la memoria oral. Puede haber compromisos polí­ticos y presupuestos, pero lo fundamental es la disposición de las comunidades para la construcción de sus propias memorias.

– ¿Cómo se recupera la memoria en un ambiente de impunidad e inseguridad?

– Estamos hablando de procesos largos y complejos. En la experiencia de El Salvador, luego de que fueron masacrados miles y miles de personas en las comunidades indí­genas durante tres meses, los sobrevivientes no quisieron mostrar su verdad. Tuvimos que pasar por una transición de dictaduras, de 60 años, a procesos democráticos que ahora continúan con una alternancia polí­tica. Esos cambios polí­ticos han permitido que las comunidades comiencen a sentir la confianza para compartir sus memorias. A lo largo de la historia se han construido muros de silencio, que se van a ir destruyendo con museos de la Memoria y con iniciativas de resarcimiento. Es un proceso largo que se necesita de tenacidad y perseverancia, para ir construyendo la justicia y formando un tejido social en un ambiente de paz.

– ¿Qué importancia tienen los sí­mbolos y los signos en los procesos de recuperación de la memoria?

– Tanto en El Salvador como en Guatemala hay miles de madres de ví­ctimas que jamás tuvieron donde enflorar cada 10 de noviembre a sus deudos, y eso rompe cualquier proceso de luto y sanación. Por eso, en El Salvador construimos el Monumento de la Memoria y la Verdad, que ha jugado un papel importante en los procesos de luto para comunidades enteras. El parque donde se ubica se ha convertido en un epicentro de la Memoria, que es utilizado por maestros, sindicatos, asociaciones de madres y yo creo que en Guatemala es una las grandes ausencias. Yo creo que Guatemala debe mirar con mucha la atención la construcción de un monumento para las ví­ctimas del conflicto que golpeó fuertemente a su sociedad.

– ¿Cuál es el objetivo mediato de un museo como el que usted propone?

– Además de otros proyectos, tenemos un trabajo importante en la zona de los Izalcos, del que el Museo de la Imagen y la palabra ha producido un documental que se llama «1932: Cicatriz de la Memoria», que ha jugado un papel vital para la reconstrucción de la memoria histórica. Se ha presentado miles de ocasiones en comunidades indí­genas y campesinas. De un suceso que se ha olvidado, o más bien, del que los responsables habí­an borrado de la memoria colectiva, se pretende recuperar la memoria y encontrar la verdad, no con la idea de hacer más grandes la heridas, sino de enseñar la verdad y asegurarnos de que las masacres jamás se van a repetir.