El escritor guatemalteco Arturo Arias fue el galardonado este año con el Premio Nacional de Literatura «Miguel íngel Asturias». Con él, se están cumpliendo, además, 20 años de la entrega de esta condecoración, que supone la cima de los premios a las letras guatemaltecas.
Arias es un incanzable intelectual; por sus labores profesionales, no es usual encontrarlo en el país, sino que casi siempre estará dando clases en las exigentes universidades de Estados Unidos, y dando conferencias en diferentes partes de Latinoamérica y Europa.
Como literato, su obra, en su mayoría, se basa en la narrativa, en especial en la novela. En este ámbito, Arias es uno de los escritores más innovadores de su generación. Suponemos que por su intensa actividad académica, se encuentra en constante reflexión sobre las técnicas literarias y sobre las nuevas propuestas en cuenta a este género.
No es de extrañar que sea uno de los narradores con mayores recursos estilísticos y discursivos. Su obra novelística está constantemente ligada al tema de la identidad nacional, la revisión de la historia guatemalteca y la mezcla de culturas.
Esos motivos le han dado suficientes formas de discursos en los cuales su obra se ha desarrollado. Como buen estilista, conoce el habla coloquial de los diversos grupos que integran el país. Y, a pesar de que su obra responde a temas que son tomadas con suma seriedad en los círculos intelectuales del país, Arias es capaz de mantener el buen humor, por lo que los recursos literarios utilizados por él, son deliciosos e inteligentes.
Como parte del premio recibido, se ha publicado su novela «Sopa de caracol», una de las obras más complejas creadas en Centroamérica en las últimas décadas, con un gran ejercicio retórico y discursivo, humorístico, y que también desnuda parte de nuestras verdades, como que nuestra vida constatemente lucha entre lo real y lo ilusorio, entre la risa y el horror.
Pero, además de poseer una respetable y rica obra narrativa, Arias también ha realizado grandes aportes en cuanto a la crítica literaria. Es probable que sea el mejor crítico literario de su generación. Sus investigaciones se centran en Centroamérica, con énfasis en Guatemala, y han servido para abrir brecha en uno de los campos más inexplorados en nuestra región, como es el análisis científico de las obras literarias.
Con una amplia visión, Arias ha sido capaz de romper las brechas generacionales, y saber reconocer los aportes literarios, tanto de sus antecesores, de sus contemporáneos y de sus predecesores, un fenómeno difícil dentro del celoso mundillo literario.
Todo esto, debe servir para valorar un justo premio, que probablemente debió haber llegado algunos años antes. Sin embargo, llegó.
Uno de los problemas -varias veces referido- de este premio, es que su entrega anual ha hecho que rápidamente se vaya acortando la lista de candidatos a recibirlo.
Con Arias, se cierra parte del ciclo de tres narradores que habrían creado buena parte de su obra dentro del contexto de la guerra interna.
Anteriormente, Marco Antonio Flores, en 2006, y Mario Roberto Morales, el año pasado, recibieron el premio, y que cuyas características temáticas tienden al mismo punto que Arias.
Años atrás, el premio también buscó atraer para Guatemala a decenas de escritores que habían salido al exilio con la caída de Arbenz, o bien, que permanecieron en el país con la boca tapada con su mano, para evitar ser perseguidos, como es el caso de Otto-Raúl González, Augusto Monterroso, Mario Monteforte Toledo, entre otros.
Otro grupo que ha recibido el premio, si es que la calidad y la vida se los permitió, fue el de Nuevo Signo, liderados por Francisco Morales Santos, Luis Alfredo Arango y Enrique Juárez Toledo.
Poco a poco, los escritores tradicionales de Guatemala están ganando el premio, y dentro de algunos años se necesitará la renovación literaria, que -por cierto- ya existe, pero que hace falta que se afiance dentro del estamento crítico en periódicos, obras de crítica literaria y círculos académicos.
Es por ello, que como parte de la reflexión de este premio, merecido con creces por Arias y otros de sus antecesores, es que la literatura guatemalteca no sólo debe vivir de viejas glorias. Este premio parece ser la culminación de una fructífera carrera literaria. Sin embargo, deben existir premios que vayan en el sentido contrario, es decir, que motiven a nuevos creadores, y a creadores que ya se han iniciado, a continuar su obra.