La población guatemalteca está caracterizada en términos generales por ser desconfiada y aprensiva; dada creer las «bolas» y «díceres» que la gente propala con el ánimo de desahogar sus frustraciones o bien de enviar mensajes velados respecto de las actuaciones de los personajes de la vida pública, política, social y deportiva.
A todo acto le encontramos un significado que de inmediato lo acomodamos a nuestra propia realidad; – según como nos vaya en la vida – para descalificarlo o bien justificarlo ante nuestros interlocutores; la mayoría de veces expresamos nuestro criterio con tanta certeza que hasta nosotros mismos nos quedamos perplejos de la aseveración que hacemos.
En el plano de los comentarios políticos, la mayoría de veces señalamos actos que – según nosotros – «debieron» haber sido de otra forma; aunque no conozcamos las interioridades que motivaron tales conductas y que en su caso las justifican. Son muy pocas las personas que emiten juicios equilibrados y que a la vez son propositivas en relación al tema que abordan.
Los señalamientos que como integrantes de la sociedad hacemos a la clase política son valederos desde un punto de vista lógico, de acuerdo a lo que plantearon como posibles soluciones en su campaña electoral; pero a la vez, debemos recordar que «no todos los ofrecimientos de campaña se pueden realizar», y que los candidatos en su afán de llegar al ejercicio del poder, ofrecieron que transformarían a nuestro país en un dechado de virtudes para beneficio social.
Cuando inician el período de ejercicio del poder, se encuentran con que «lo que esperaban» no es así, como lo esperaban; la realidad es otra, mejor o peor, y en base a ella ajustan el trabajo a realizar. El gran problema radica en que, a la mayoría de la población guatemalteca, le gusta escuchar «cantos de sirena» durante las campañas electorales y como una satisfacción o justificación de que «todo va a cambiar» creen en las promesas electorales que se las presentan como soluciones mágicas en beneficio social.
Este fenómeno se sucede en Guatemala cada cuatro años; y la población iletrada es la más susceptible de creer en tales ofrecimientos; por ello, los candidatos proyectan su actividad proselitista hacia el interior del país; allí es más fácil ofrecer las cosas que NO SE PUEDEN HACER, y ello trae como consecuencia el voto masificado que generalmente les da el acceso al poder.
Los partidos políticos de «oposición» hubieran hecho lo mismo; en la política guatemalteca sucede el mismo ciclo repetitivo que el historiador Toynbee ilustra en su obra y como corolario, el «círculo vicioso» seguirá – valga la redundancia – su ciclo repetitivo, sin que la población tenga la cultura necesaria para discernir y emitir su voto de forma consciente en relación a la plataforma ideológica que se plantea por parte de los candidatos presidenciales o sus partidos políticos.