Las hormonas del estrés saltan frente a las urnas electorales


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El 20 de noviembre de 2011, en la edición especial del New York Times, Sam Roberts escribió el artí­culo “Analizan el estrés de los ciudadanos frente a las urnas”, en el que se da a conocer el resultado de la investigación de tres profesores que sometieron a experimentación una población israelí­ durante las reñidas elecciones nacionales de 2009. El grupo de cientí­ficos tomó muestras de saliva de personas que estaban a punto de votar y encontraron niveles más altos de hormonas glucocorticoides, como el cortisol, que son secretadas por las glándulas suprarrenales y están asociadas con el estrés.

POR RAMIRO MAC DONALD, M.A.

Según el reporte periodí­stico, tras las investigación los cientí­ficos hicieron la siguiente deducción: “La gente que planeaba votar por el candidato no favorito tendí­a a exhibir aún más estrés, lo que ratifica un estudio realizado en Estados Unidos que encontró que los niveles de cortisol de quienes votaban por Barack Obama se mantuvieron más estables que aquellos que sufragaron a favor de John McCain, al revelarse los resultados de 2008. El artí­culo del periódico norteamericano, que hasta su quinto párrafo identifica este trabajo, como  “el primer estudio en explorar el bienestar psicológico de verdaderos electores mediante una medición endocrina ante la boleta”  realizado por los profesores Israel Waismel- Manor, de la Universidad de Haifa, y Gal Ifergane y Hagit Cohen, de la Universidad Ben-Gurión del Négue (Israel) y fue publicado en un reciente número de la revista European Neuropsychopharmacology. Los cientí­ficos realizaron su experimento en Omer, un pueblo 112 kilómetros al sur de Tel Aviv, y esperan replicarlo dentro de un año, cuando Estados Unidos de Norteamérica, vaya a las urnas para elegir presidente y substituir a Obama. El estudio presentado por los profesores israelitas, forma parte de un enfoque epistemológico que realizan investigaciones que caen en la  clasificación de ciencias que, formando parte de un paradigma particular, permite observaciones empí­ricas, según lo propone Padrón.

El presente trabajo busca interpretar epistemológicamente la forma cómo los tres israelitas, han logrado presentar un estudio con variaciones observables, en procesos de producción cientí­fica que obedecen a determinados sistemas de convicciones acerca de qué es el conocimiento y sus ví­as de producción y validación, sistemas que buscan tener un carácter preteórico, ahistóricos y universal. Estos son conocidos con Enfoques Epistemológicos, según Padrón, y “este enfoque vendrí­a a ser una función que transforma determinadas convicciones de fondo, inobservables, asociadas a distintas comunidades académicas”.                                                              

EPISTEMOLOGíA, CIENCIA Y ELECCIONES PRESIDENCIALES

Esther Dí­az, en su página WEB, considera que “la epistemologí­a es a la ciencia, lo que la crí­tica de arte al arte. El artista produce obra de arte, el crí­tico la analiza. El cientí­fico produce teorí­as y prácticas cientí­ficas, el epistemólogo reflexiona sobre ellas. La epistemologí­a construye conceptos sobre el conocimiento, cuyos principales ejemplos son extraí­dos de la ciencia”. Tras esta puntualización, nos interrogamos públicamente: ¿Qué implicancias puede tener esta investigación cientí­fica hecha en Israel y que se realizará el próximo año en Estados Unidos, cuando se efectúen las elecciones para el próximo presidente? Por otro lado: ¿Qué otro tipo de investigaciones relacionadas podrí­an programarse (en diferentes partes del mundo) en correspondencia al estrés que registran las personas pocos segundos antes de enfrentarse a la urna electoral y emitir su sufragio?

Estamos conscientes del debate entre la lí­nea fundadora o concepción heredada y la epistemologí­a crí­tica o alternativa, ya que la primera propugna por la ahistoricidad, forzocidad, universalidad, formalización y neutralidad ética del conocimiento cientí­fico. El estudio israelita señalado, podrí­amos interpretarlo enmarcado en esta primera lí­nea heredada, pues busca presentarse como un proyecto a-histórico, que sea calificado adecuadamente para efectuarse hoy o mañana. Pretende ser universal, porque está elaborado en Israel y ya habí­a un antecedente en Estados Unidos de Norteamérica o en cualquier parte del mundo… y es formal porque tiene todos los visos de ser sistemático y con fundamentos cientí­ficos, y seguramente pretende, como todos, presentarse como poseedor de neutralidad ética, sin sesgos de ninguna especie. Por lo menos, con una pretendida neutralidad.

Coincidimos con Dí­az que el concepto de “universalidad no es sólo una construcción lingí¼í­stica, un modo de generalizar enunciados sobre constataciones empí­ricas que no por numerosas dejan de ser singulares; así­ como los enunciados, que no por ser claros dejan de ser metáforas del mundo”. Según la autora, las comunidades cientí­ficas buscar imponer experimentos de valor universal aunque se trate de una generalización aventurada con la posibilidad que, en cualquier momento, se demuestre lo contrario o que, por algún golpe de suerte,  otra la venga a reemplazar. ¿Es una metáfora del mundo actual eso de ir a votar por el candidato que seguramente encabeza las preferencias y que las hormonas endocrinas glucocorticoides resulten alteradas, si el mencionado polí­tico no es nuestro favorito?  ¿Este tipo de estudios se va a convertir, en el futuro, una práctica común… y antes o después de ir a votar tendremos que pasarle proporcionando una muestra de nuestra saliva a los cientí­ficos para que pronostiquen el futuro presidente de nuestra nación? O bien, en unos años, otros cientí­ficos descubrirán que el cortisol ya no es el glucocorticoide más importante en el hombre, porque se descubre accidentalmente que una nueva hormona (inexplicablemente desconocida) desplaza su función para resistir el estrés. Si bien, esto es una exageración y un ejemplo poco probable, no  es imposible en el campo de la investigación.

De nuevo, basándonos en Dí­az, ¿podrí­amos inferir qué componentes surgen de los dispositivos de saber-poder detrás de éste trabajo de investigación de los cientí­ficos israelitas? Hacemos la extrapolación a la pregunta que ella bosqueja sobre la vida del connotado cientí­fico francés Luis Pasteur: “¿Cabe preguntarse sobre la pertinencia de la división, con fines de estudio, entre historia externa e interna de la ciencia como orientadora del análisis de las teorí­as y las prácticas cientí­ficas?”, ¿Podrí­amos anticiparnos a decir que sí­ este estudio buscará convertirse en un paradigma cientí­fico, entonces, no serí­a muy conveniente establecer (con la mayor certeza posible) cuáles son los componentes comerciales de trasfondo, que promueve las empresas que expenderán más temprano que tarde el fármaco corticosferoide, como el elemento indispensable para realizar este experimento? ¿Son estas algunas de las rutinarias pertinencias entre historia interna y externa, al momento de orientar las teorí­as y prácticas cientí­ficas futuras?  Recordemos que, quien posea más potencial económico tendrá las mayores posibilidades de poner a prueba sus hipótesis. Esto ha permitido a las élites  más poderosas del mundo así­ como a los paí­ses más desarrollados, la posibilidad de seguir desarrollando sus propias investigaciones cientí­ficas, incluso  en temas de ciencias básicas, expone Dí­az.

MODERNISMO/POSMODERNISMO

Este experimento cientí­fico del que nos informa el New York Times, realizado en un pueblecito de Israel, podrí­a formar parte de ciertos signos reveladores de esta época posmodernista que estamos viviendo, de esa energí­a que busca la universalidad de la razón, que se desprende de aquel espí­ritu dieciochesco de la ilustración, que los pensadores defendí­an como “El ideal del Progreso”. ¿Es la razón cientí­fica la que marca nuestros derroteros? Aunque, en la actualidad, ese ideal de Progreso se haya tergiversado o se vea conducido por las grandes corporaciones empresariales, que manejan a su sabor y antojo el saber-poder de la ciencia. Dí­az, como  navaja de Occam, esgrime: ¿ciencia libre, al servicio de una investigación comprometida únicamente con la búsqueda de la verdad, o ciencia dependiente de las inversiones económico-tecnológicas?

Dí­az nos recuerda que “La urdimbre que sostiene el conglomerado simbólico y material al que llamamos >época> se teje con distintas maneras de considerar el tiempo o la idea de temporalidad. La antigí¼edad se regí­a por los arquetipos de su propio pasado. Para encontrar sus modelos hegemónicos se guiaba por arquetipos arcaicos. La modernidad, en cambio, apuntó al futuro. Todo habí­a que hacerlo en pos de un mañana mejor. í‰se era el ideal de la ciencia, que progresarí­a hasta poder conocer los más recónditos secretos de la naturaleza; de la ética-polí­tica, que crecerí­a en justicia al ritmo de una racionalidad en aumento; y del arte, que devendrí­a obra totalmente racionalizada.” El ritmo de la racionalidad de nuestras sociedades democráticas podrí­a ir en aumento con proyectos cientí­ficos como realizados en Israel… lo ponemos en la picota para que sea realmente evaluado.

 Pero… al parecer, ese es el ideal epistemológico que plantea conocer con anticipación el resultado que se conocerán en las urnas, tras el conteo de  los votos emitidos por un pueblo, aunque si le da muestra de su saliva a los cientí­ficos (afuera de los centros de votación) podrí­a conocerse unos minutos antes para confirmar o desmentir las tendencias de quien será el ganador final, basado en las hormonas alborotadas de los votantes. Es el concepto de temporalidad que contempla nuestra modernidad, para tratar de entender los más recónditos secretos de nuestra mente, a través de la huella estresante, que deja la polí­tica en nuestro organismo ¿Apunta esto a querer anticiparse al futuro, aunque fuera unos solos minutos? Por supuesto… quien conoce lo que puede suceder, quien logra predecir el futuro (posmodernas pitonisas) puede tener el control de los hechos y se hará más fácilmente de poder. O lo puede negociar y traspasar a alguien más poderoso.

En tanto, el asiduo colaborador del New York Times señala, con la cabeza llena de frialdad cientí­fica, que “debemos entender que las emociones no son meramente sentimientos; con frecuencia conllevan un componente fisicoendocrino que tiene el potencial de afectar biológicamente la toma de decisiones en las urnas”. Basado en los autores del estudio israelita, estima que la presencia de niveles más altos de la hormona indicada, pueden afectar la memoria de los votantes.  En lo personal, parece ser un exceso de sofisticación, aunque entendemos el nivel de estrés que significa para cualquier ciudadano de este mundo posmoderno, que ha tomado conciencia que con su voto individual, pueda contribuir a votar (o botar) a un gobierno, sea porque no le simpatice o lo considere equivocado… o hacer ganar al candidato de su preferencia.

En el interior de la urna electoral, son apenas dos o tres segundos frente a su historia personal y a la de su paí­s, tal vez un segundo fatal o feliz, pues al marcar la papeleta dejará aquel estresado signo de su voluntad, marcado para siempre. Y esa suma de individualidades conforma y prefiguran nuestras prácticas democráticas del siglo XXI. El acto de marcar una papeleta (o emitir su voto electrónico en la sociedad digitalizada de hoy) ha tenido desde siempre visos de ser traumático… ahora se puede comprobar racionalmente que se manifiesta en estrés, porque en tras la investigación que ocupa nuestra atención, se pueden medir los niveles de hormonas glucocorticoides, como el cortisol, para connotar si iba a votar por el candidato de las preferencias. ¿Cuán posmodernas son nuestras investigaciones, verdad, hasta donde hemos llegado para descubrir el espí­ritu imperante en nuestro tiempo?

¿Será que este ejercicio de interpretación del estrés frente a las urnas en Israel, puede demostrarnos el determinismo, la racionalidad, la emancipación, que plantea el mundo moderno para intentar explicar la realidad o bien ya es parte de un estructura del mundo posmoderno que -como afirma Dí­az- sólo puede haber consensos locales o parciales (universales acotados), diversos juegos de lenguaje o paradigmas inconmensurables entre sí­?

EL ANUNCIADO DESENCANTO DE LA POSMODERNIDAD

El periodista Roberts, del New York Times, escribe que “una manera de reducir el estrés, (le sugirió Waismel-Manor) serí­a fomentar el sufragio de los votos por correo para eliminar la actuación pública de votar. Acudimos a un lugar público donde hay muchos extraños, gente que probablemente no me conoce, checarán mi identificación y determinarán si puedo votar, quizá me enfrente a una fila larga, y realmente quiero regresar a ver el partido en la televisión, y es probable que me tope con mi tí­a Edna, y no la puedo ver ni en pintura, etc.” Así­ pasarí­amos de la forma pública y viva voz, en la Grecia antigua, al ígora electrónica de estos primeros años del siglo XXI, para emitir nuestro voto por correo o electrónicamente. ¿Se reducirí­a entonces el estrés del acto de votación?

Dí­az recuerda que el proyecto de la modernidad apostaba por el progreso, hacia una ciencia que avanzaba hacia la verdad, hacia una vida ética y fundamentada en normas racionalmente… uno de esos componentes es el ejercicio democrático del voto. Esta idea que se delinea (en el párrafo anterior)  como la imagen de un ciudadano al que le parece tedioso, trabajoso el hecho de ir a votar en público (aunque sea un derecho/obligación que le brinda el sistema de democracia representativa) parecerí­a contradecir ese espí­ritu de progreso del que nos hablaba la modernidad. 

Vivimos una época de desalientos y desengaños, como la plantea elocuentemente Dí­az: “La modernidad, preñada de utopí­as, se dirigí­a hacia un mañana mejor. Nuestra época -desencantada- se desembaraza de las utopí­as, reafirma el presente, rescata fragmentos del pasado y no se hace demasiadas ilusiones respecto del futuro”. Ese desencanto se ejemplifica claramente con la lapidaria frase del propio investigador israelita Waismel-Mano: “y realmente quiero regresar a ver el partido en la televisión”. Entonces se entiende que, para el ciudadano posmoderno, cumplir con la obligación democrática de ejercicio al voto es parte de un monótono rito cada cierto número de años, así­ no más, porque lo que en verdad le interesa a este ciudadano, es ver el partido de futbol que se juega en un ignoto escenario a miles de kilómetros de su  casa; un partido entre dos equipos archirrivales y representantes de lejaní­as fí­sicas y culturales, de un paí­s que nunca podrá visitar… tragándose la publicidad subliminal que destellan las sudorosas camisetas de estos gladiadores posmodernos. Por lo menos, ahora, se juega por fortunas inimaginable, ya no la vida en el otrora terreno sangriento del circo romano.

Esa profunda desilusión por los valores que realmente importan y que deberí­an ser relevantes, se manifiesta en la vida del hombre posmoderno en todos sus ámbitos personales y sus creencias más í­ntimas. Dí­az recuerda a Kant, diciendo: “también él, borracho de futuro, patentiza en sus tres crí­ticas la división tripartita de la cultura. En su Crí­tica de la razón pura el filósofo pretende fundamentar la ciencia moderna, esto es, el conocimiento. Pues desde su concepción epocal, conocimiento es sinónimo de ciencia. Esta ciencia guiada por la razón se regí­a por leyes universales, necesarias y a priori”.

En tanto, el hombre posmoderno cree hoy que información es igual a conocimiento y como la información aparenta estar democráticamente a la disposición de todos, al acceder a los mass media, él cree que tiene grandes conocimientos sobre la vida… aunque sean apenas, cortes y re-cortes de datos manipulados por quienes controlan la circulación de las noticias del dí­a… y resulten nada más que inputs, bits o haces destellantes de un sistema mundial exitoso de comercio de textos e imágenes, que forma parte de una industria cultural globalizada, todos, todos atrapados en la misma red. Igual que tras la aparición del telégrafo, el contenido de los periódicos se convirtió en información/mercancí­a, hoy representa simplemente basura muy bien procesada, empacada con papel de colores y un lacito (moñita) que nos susurra en forma reiterada al oí­do descaradamente: -consúmeme, consúmeme, consúmeme, soy “tu” marca preferida.

ENFOQUES EPISTEMOLí“GICOS

Según Padrón (citado al inicio de este trabajo) los enfoques epistemológicos son determinadas convicciones de fondo, inobservables, asociadas a distintas comunidades académicas. ¿A cuáles de las orientaciones prevalecientes se adscribe el presente trabajo de los israelitas?  De acuerdo con el autor, estarí­a enmarcada en el enfoque empirista/realista, pues realiza sus fundamentos en base a mediciones, experimentaciones e inducciones controladas, pues los tres cientí­ficos judí­os debieron tomar muestras de una población determinada (el universo de votantes, basado en algún calculo estadí­stico apropiado) La experiencia fue basada en los principios de la ciencia neurofisiológica para ubicar y determinar las hormonas que demostraran estrés, de aquellos “sujetos” que acudí­an a las urnas. Luego, los tres cientí­ficos, hicieron inducciones, en base a los resultados obtenidos de las pruebas de la saliva. Este es el formato de cualquier trabajo que genere conocimiento, basado en un enfoque empirista/realista de la ciencia, que en todo caso, los anglosajones le otorgan un valor epistemológico muy relevante dada su tradición, según Padrón.

Este tipo de conocimientos tiene su base en la ciencia de los objetos observables, denominada “empirismo-realista, Cí­rculo de Viena, neopositivismo o neoconductismo”. La tesis central es que todo el conocimiento es inductivo, proveniente de los datos de los sentidos puestos en contacto con la realidad o sea, la experiencia. La ciencia, en este marco, debe observar el fenómeno, paso a paso. Y es reconocido como tal, solo lo que puede ser ofrecido a la experiencia. Todo lo demás, para el empirismo-realista, es pura especulación o filosofí­a. El experimento de los tres profesores israelitas, concuerda y encaja exactamente con esta descripción.

En tanto, de acuerdo con lo planteado por este autor, las preferencias precongnitivas que asumieron los cientí­ficos israelitas, al presentar su investigación sobre el estrés en el momento de elegir primer ministro o presidente, el estudio se basa en la primera perspectiva del triángulo: desde el mundo 1, como propuso Popper: las cosas, los objetos… o bien Ogden, desde el referente de la comunicación. Esta concepción epistemológica de la ciencia tiene sus particulares sistemas de conocimiento, su manejo propio de la información y la forma como resolver sus problemas particulares, y “se orienta a la percepción sensorial, el uso del poder de los sentidos y a las cosas observables”. Este tipo de concepciones cientí­ficas conciben la Filosofí­a Analí­tica, como dijimos, siguiendo la herencia del Cí­rculo de Viena y de la llamada Concepción Heredada, y representa un concepto cientí­fico de análisis y énfasis riguroso, así­ como fidelidad a su programa trazado. Esta es la perspectiva de fondo que sobresale en el trabajo presentado por los tres israelitas, que registra el New York Times, el 20 de noviembre pasado y con estas comunidades académicas definidas, que no se observan a simple vista, se les pueden asociar.