Pasando la página desagradable de la medalla presidencial, hay que reconocer que este episodio vino a desnudarnos como una sociedad fragmentada. Las muchas guatemalas que dominan en el imaginario colectivo impiden crear un sentimiento compartido de desarrollo. La unidad es lo que menos nos identifica, quizá seamos solidarios y en momentos de crisis lo más noble del ser humano sale a flote, pero todo es pasajero.
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La alegoría de los cangrejos nunca nos queda mejor. Será un cesto de crustáceos de todos los colores, formas pero sin ninguna identidad. Y por esa falta de glorias internas, levantamos el pecho cuando gente como í“scar Isaac (actor guatemalteco radicado en Miami que ha logrado levantar vuelo en la industria de Hollywood con participaciones en Body of Lies y próximamente en un film de Amenábar en España) o Julien Urigí¼en, tenista juvenil que se ha posicionado en los lugares preferenciales del top ten del ranking mundial; ambos personajes, con talento no enviable por muchos que pululan en el país, lograron espacios desde el extranjero. Si se hubieran quedado en el cesto la historia no sería la misma.
Esta situación es recurrente. Lo vemos, reconocemos y hasta aceptamos, pero muy poco hacemos para cambiarlo. Algunas iniciativas plausibles se han generado en el país, como la campaña «Por qué estamos como estamos» que hace un retrato transparente y llama a la reflexión colectiva sobre la necesidad de ver en nuestras diferencias una fortaleza. Espacios urgentes que si fuesen reproducidos con una sólida campaña de cultura ciudadana quizá generemos factores de cambio de actitud. Cambio que es urgente en un clima que nos va comiendo la voluntad y los ánimos como habitantes de este país.
Las guatemalas son cínicas y cada una busca defender su trocito de tierra a como dé lugar y los que no tienen, la pelean con fuerza. Las guatemalas están sumergidas en un ambiente de injusticia extrema. Hay, por ejemplo, millonarios con propiedades incalculables y en las laderas de sus vecindarios coexisten chabolas infrahumanas donde, en hacinamiento, está el extremo marginal de la sociedad. Y son esas diferencias las que han construido un país sin oportunidades, pues la mayoría de su gente permanece alejada de la «carretera del progreso» y el desencanto los gobierna.
Hay que reconocer que como país somos una construcción ligada a nuestra historia. Muchos pretenden darle la espalda obviando con cierto cinismo el resultado de los episodios desafortunados de años de guerra y exclusión; no podemos darle la espalda cuando con esos antecedentes y sin su reconocimiento no podremos caminar en algo que más o menos se acerque a la unidad nacional.