í‰ramos 120 los adolescentes, bachilleres recién graduados los que en el año 1942 hicimos nuestro ingreso a la Escuela de Medicina. Yo tenía 17 años y Oscar Marroquín Milla 18. Prácticamente ninguno de nosotros trabajaba y los muy escasos centavos que nos regalaban nuestros padres se nos esfumaban en un abrir y cerrar de ojos.
El seco era, de los poquísimos que tenía algo de plata ya que al final de las tardes trabajaba a cargo de la caja registradora de una Farmacia Klee de por la sexta avenida y 12 calle de la zona 1 y así siempre tenía algunas fichas en el bolsillo.
Durante una actividad deportiva celebrada en el Hipódromo del Norte y en donde participaban patojas del Colegio Europeo y del English American School, un grupo de nosotros, los entonces aspirantes a matasanos, nos fuimos a admirarlas y a aplaudir. í‰ramos un grupo como de 15 a 20 los gafos de solemnidad que, alrededor de las 12 ya no nos aguantábamos la sed pero no nos quedaba otra sino aguantar.
Fue por ello una muy agradable sorpresa cuando se acercó un vendedor de helados y nos dijo: «aquí les mandan» y nos dio a cada uno una cornucopia, un lujo que en ese entonces costaban como cinco centavos. El que nos había convidado y las pagó al heladero había sido el Seco Marroquín.
Fue ese un acontecer que aparentemente no tenía mayor trascendencia y al que hoy no se le adjudicaría la menor importancia, sin embargo, por alguna razón nos impresionó y que hoy, 68 años después, lo recuerdo muy vívidamente. El desprendimiento y la dadivosidad de Oscar Marroquín Milla.
El Seco Marroquín siempre fue de aquellos que a la hora de pagar la cuenta de los tragos en un restaurante, siempre contribuyó con prontitud y si algo hacía falta, él se ofrecía para ajustar.
Posteriormente pude confirmar su generosidad y siempre supo corresponder a un favor recibido.
Durante 35 años tuve la suerte de ser su médico de cabecera, algo por lo que, en más de una ocasión me expresó su agradecimiento.
Con la Lila mi mujer fuimos al cabo de los años favorecidos con su último gesto de generosidad cuando nos obsequió un terreno en un muy bonito lugar del Cementerio de Las Flores.
Es un lugar cerca de la laguneta y no muy lejos de donde se encuentra reposando él, el Seco Marroquín y la Toyita su mujer. Por allí llegaremos a verlos y tendremos la oportunidad de agradecerles personalmente las innumerables muestras de esa su caritativa nobleza que nos compromete profundamente. Muchas gracias a ustedes Toyita y Oscar, mi buen amigo por aquel oportuno y sabroso helado y sobre todo, por ese lugarcito en donde mi mujer la Lila y éste su marido matasanos seremos colocados para reposar, cubiertos por la tierra, que es como siempre lo habíamos deseado.