Las fugaces horas de Roberto Dí­az Castillo


La producción de libros guatemaltecos en este año tuvo un saludable auge, logrando publicarse varias obras de primera edición y algunas reediciones. Entre ellas, «Las fugaces horas. A lomo de letra impresa» de Roberto Dí­az Castillo es uno de los ejemplos.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Este libro se sale de los cánones de la literatura guatemalteca, pues han sido pocos los ejemplos que obras que se han catalogado como «diario». Eso es, «Las horas fugaces» es una especie de diario, sólo que, al parecer, no fueron textos escritos dí­a a dí­a, sino que son las memorias de su vida.

El autor se sienta en su escritorio para recordar, otorgándole mayor énfasis a la pintura y la literatura. En estos dos sentidos, en que es un diario y en el arte, se parece a «La letra e», de Augusto Monterroso, que no publicó un diario, sino «fragmentos de un diario».

Los textos de Dí­az Castillo son cortos, agradables; escritos de una forma simple y sencilla, tal como funciona la memoria. Pese a que los diferentes artí­culos demuestran que el autor conoce mucho de arte y de literatura, no se esfuerza con aburrir al lector con términos altisonantes.

«Las fugaces horas», a mi entender, posee tres grandes temas. El primero, como ya se mencionó, es el recuerdo. Roberto Dí­az Castillo es un marinero de varios puertos, que ha vagado por el mundo, muchas veces forzado por el exilio polí­tico. Toda esta experiencia de vida hace que el autor logre relatos o memorias interesantes, sobre su visión del mundo pasado, lo cual nos puede ayudar a configura cómo fue la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica.

Hay una cosa más que hacen de este un libro agradable: Roberto Dí­az Castillo ama las cosas que recuerda. No hay rencores, no hay viejos odios y no hay deseos de venganza en estas páginas.

El segundo gran tema, y que sobresale del subtí­tulo del libro «A lomo de letra impresa», es la idea central de una generación a la cual pertenece el autor. Digamos que debemos situar a Roberto Dí­az Castillo en la generación inmediata anterior, es decir, a los escritores nacidos en la primera mitad del siglo XX, pero cuya actividad literaria se desarrolló hasta la segunda de la centuria.

Esta generación, que debe ubicarse literariamente entre 1960-1990, sufrió el cierre de espacios en una Guatemala de conflicto armado. Las posibilidades de publicar se limitaban a revistas cuasi clandestinas o a ediciones personales de poco tiraje.

El texto que principalmente se refiere a esto, se llama, precisamente, «A lomo de letra impresa» (página 171), en donde relata el periplo del autor en diferentes publicaciones.

La generación de Dí­az Castillo fue la que logró la apertura de la industria editorial en Guatemala, hecho que no fue completamente posible hasta después de la apertura democrática de 1986.

La insistencia de esta generación ha hecho, en gran medida, que actualmente se pueda publicar. Dí­az Castillo y compañí­a dieron culto especial al libro y a la letra impresa (pues, también las revistas y los periódicos fueron importantes).

En torno a la idea de publicar, esta generación tuvo empuje, por lo que me parece adecuado que el autor ahora rememore este sentimiento. «Tengo en mente a mi generación. Inclaudicable generación enamorada de la letra impresa» (página 177).

En contraposición, actualmente las nuevas generaciones han encontrado otras opciones para dar a conocer sus textos, como los blogs y otros recursos de Internet, y las lecturas de poesí­a, por ejemplo.

Estos dos temas: el recuerdo y el impulso de la publicación, hacen merecer la lectura este tributo generacional de Dí­az Castillo, además de convertirse en una referencia histórica, pues por sus páginas pasan fechas, datos, nombres, hitos…, que configuran toda una época.

El tercer tema que surge en «Las fugaces horas» es el de la crí­tica literaria y de arte. A pesar de que los textos de este libro tocan el arte y la literatura, no son, precisamente, crí­ticas, sino más bien recuerdos sobre artistas y obras.

Sin embargo, Dí­az Castillo, al parecer, se muestra en contra de la crí­tica de arte y de literatura. En su texto «De la crí­tica y los crí­ticos» (página 123) inicia una «antologí­a» de frases de artistas célebres sobre la crí­tica, la cual es vista en forma peyorativa: «El gran error de la crí­tica es creer que puede ser útil»; «Crí­tico: persona sin piernas que enseña a correr a los demás», etc.

Esta idea también es caracterí­stica de la generación de Dí­az Castillo: desdeñar la crí­tica literaria; esto, esencialmente, porque la crí­tica literaria en Guatemala ha sido predominantemente de «amiguismos»; el crí­tico alaba a sus amigos y ataca a sus enemigos, sin importar si el libro es bueno o malo.

Actualmente, la nueva crí­tica tiende a valorar el libro, sin importar las relaciones personales con el autor. Además, se considera que la crí­tica es necesaria para la mejora del arte y la literatura, y no como una forma de «impulsar» las ventas de un libro, o «bloquear» el éxito de un artista.

Como siempre, cualquier publicación es una fiesta para la literatura, y este, como la mayorí­a de libros publicados por guatemaltecos, merece la pena leerlo.

* Don Quijote de la Mancha, primera parte, capí­tulo 6.