Las familias disfuncionales, con padres abusivos o ausentes, han obsesionado a muchos cineastas, pero quizá nadie las ha retratado con la intensidad de Thomas Vinterberg, que impactó con «Festen» y vuelve ahora con «Submarino», que se estrena hoy en Francia.
«No es que decidiera a priori que mis películas iban a girar en torno de las relaciones familiares», declaró el cineasta de 40 años en entrevista con la AFP en París, poco antes de la premiere de «Submarino», cuyo título se refiere a una técnica de tortura que consiste en sumergir a la víctima en agua.
«Pero el universo familiar está en la base de patrones emocionales que perduran, y por eso me interesa», explicó el cofundador, con Lars von Trier, del movimiento Dogma 95 -que con la búsqueda de una pureza en el cine tuvo y sigue teniendo influencia en creadores del mundo entero, desde Corea a Chile.
Vinterberg aclara que sus películas no son moralistas, ni tratan de dar lecciones.
En «Festen», que en español se tituló «La Celebración», el cineasta filmó la reunión de los parientes y amigos de un patriarca, para celebrar su cumpleaños. Una celebración llena de oscuros y sórdidos secretos.
«Prefiero ser huérfano de padre y madre y vivir en un orfelinato que tener la familia que retrata Vinterberg en «Festen»», comentó el crítico del New York Times tras ver ese filme, que recibió el premio del Jurado en el Festival de Cannes hace 12 años y luego dio la vuelta al mundo, cosechando aplausos.
El éxito mundial de «La Celebración» fue «un shock» para Festerberg, que confesó que le llevó diez años recuperarse. «Ha sido un viaje largo, solitario, y doloroso», señaló.
En esos diez años, realizó unos pocos filmes, como «It»s all about love» («Todo por amor» – 2002)), una apocalíptica historia de amor de ciencia ficción, y «Querida Wendy» (2005), que fueron mal recibidos por la crítica y quedaron rápidamente olvidados.
«Después de «Festen» tuve que hacer otra cosa», explica el realizador, señalando que también optó por hacer «todo lo contrario» que había proclamado en el manifiesto de principios que lanzó el movimiento Dogma, en París en 1995.
«Tuve que romper con Dogma, para que no se volviera una prisión. Hice experimentos, dirigí filmes costosos, grandes producciones», como «Todo por Amor», explica.
Pero en su último filme, que cuenta la historia de dos hermanos, traumatizados y abandonados por su madre alcohólica, y a quienes la vida separa, el cineasta regresa al tema de la familia.
Con «Submarino», basado en la novela de Jonas T. Bengstoon, «he vuelto adonde empecé, a las relaciones familiares», observó Vinterberg. «Pero desde otra óptica», señala.
«En cuanto que «Fensten» era un filme sobre cómo la familia puede ser claustrofóbica, una cárcel, «Submarino» es más bien una historia de amor», asegura.
Su película retrata a dos seres vulnerables, que viven su vida adulta tratando de olvidar, de reconstruirse, de sacar la cabeza del agua. Pero no les es fácil.
Vinterberg retrata el lado oscuro de Copenhague, un mundo lleno de pobreza, soledad, alcohol, miedos, droga. Pero lo filma con empatía.
«No es mi mundo, pero me acerqué a él con humildad», dice, aclarando que sus filmes no tienen «absolutamente nada» de autobiográficos.
«Yo crecí en una comunidad hippie. Mis padres eran intelectuales burgueses, hippies. Los niños en la comunidad teníamos como diez padres, pero nos dejaban bastante solos», cuenta.
Yo hice todo demasiado temprano. Probé el alcohol, las drogas, el sexo, a los doce años. Quizá por eso con mis hijos soy muy protector», concluye, riendo.