Las encuestas


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Con aparente estupor, los candidatos aparecen sorprendidos el dí­a siguiente de las elecciones expresando desconcierto por el resultado de las votaciones.  Si es Pérez Molina, sale patidifuso diciendo que el resultado le extraña porque las encuestas le daban por ganador en primera vuelta.  Y su actitud parece tal, porque a fuerza de repetí­rselo lo termina creyendo a pie puntillas.

Eduardo Blandón

 


La misma decepción hizo casi llorar a Alejandro Sinibaldi, el impetuoso candidato para la alcaldí­a municipal en Guatemala, al enterarse que quedó en un lastimero tercer lugar.  Uso ese adjetivo porque para el capital que derrochó para vencer, el resultado fue más que magro.  Todos parecen sorprenderse porque las encuestas fracasaron.
 
Y el “todos” (aunque debe decirse con más propiedad, la mayorí­a) incluye también a los analistas polí­ticos y académicos que hacen reflexiones sesudas sobre “el error en las encuestas”.  Hablan de “margen de error”, “fotografí­as movidas”, “cambios repentinos de los electores” y un etcétera que les merecerí­a un premio a la imaginación y la fantasí­a.  Ya estuviéramos en la vanguardia de la tecnologí­a y habrí­amos mandado a pasear al mismo Steve Jobs en materia de cibernética e industria tecnológica, si aplicáramos la masa gris en esos campos.
 
Lo de las encuestas me parece que tiene una explicación muy fácil que los analistas por miedo a la prensa y porque son los reyes de la corrección polí­tica no mencionan.  Hay que decirlo con simplicidad: las encuestas no aciertan, porque la mayor parte de ellas son hechas por encargo.  Así­ de sencillo, sin mayor erudición ni pomposidad.  En esta manipulación participan activamente algunos medios de comunicación que han visto el timo como medio de sobrevivencia y finalidad exclusivamente económica.

Lo que deja atónito es que cada cuatro años se repitan las excusas.  Porque, claro está, la manipulación de las encuestas no es un fenómeno nuevo: cada cuatro años la prensa (la mala prensa) se presta para el engaño.  Sin duda corre mucho dinero para el juego o demasiados intereses –apuestas a futuro– para la venta de las estadí­sticas.  De aquí­ que frente a las encuestas uno debe comportarse de manera semejante a los correos que ofrecen millones de dólares porque una viuda de ífrica desea compartirlo con alguien como uno.
 
Créame, es mejor fiarse al anuncio de Tv Offer que publicita una “revolucionaria solución para eliminar estrí­as de glúteos, piernas, abdomen y caderas en tan sólo… ¡20 dí­as!”, que dar fe a las encuestas.  Evidentemente, algunas (muy pocas, un número í­nfimo y nimio) harán el trabajo con seriedad y profesionalismo, pero dada la fanaticada del timo que pulula en nuestros ambientes, es mejor no dar crédito a ninguna de ellas.

Las encuestas están hechas para favorecer a quienes las pagan.  Así­, Sinibaldi en sus encuestas salí­a casi alcanzando al candidato que ahora es vencedor: ílvaro Arzú.  Y Pérez Molina ya se hací­a el triunfador de las elecciones en la primera vuelta, muy por arriba del segundo lugar.  Yo invitarí­a a nuestros analistas a dejar de buscarle tres pies al gato, sabiendo que tiene cuatro.  Y a los lectores, a volverse ateos de las encuestas: la virtud consiste en no creer en ellas.