Muchos guatemaltecos creen, ingenuamente, que las elecciones tienen un poder mágico para cambiar el rumbo de la Nación, y por eso se entusiasman cuando algún candidato llega a sus pueblos, con mayor razón si les regalan gorras, playeras y otros artículos, además de las promesas vacías de contenido, pero rodeadas de una impresionante demagogia.
El desarrollo de la historia demuestra que las elecciones no son una solución a los problemas de la población, pero los políticos con mucha picardía dan esa idea.
El verdadero problema será el próximo 14 de enero, cuando el agua supuestamente volverá a su nivel y el nuevo gobierno tendrá que enfrentarse a la realidad de la crisis que está viviendo la sociedad guatemalteca con una galopante inseguridad, precios por las nubes y una tremenda incertidumbre por el miedo a una recesión mundial que sigue atemorizando las operaciones financieras.
Sin lugar a dudas, el nuevo gobierno va ser mucho más débil que el actual ante la magnitud de los desafíos económicos, sociales y políticos, derivados de la tambaleante situación de los grandes países capitalistas de los cuales dependemos, en donde la receta para paliar la crisis es el aumento de impuestos y la reducción de salarios.
Para la construcción de una verdadera democracia y no una simple democracia de fachada como la que existe en Guatemala, las elecciones son necesarias, pero no son suficientes. En nuestro medio, las elecciones lo que hacen es legitimar o garantizar un cambio no violento, pero las cosas siguen igual o peor que antes.
Sea quien sea quien gane las próximas elecciones presidenciales, encabezará un gobierno de derecha, o sea una prolongación del modelo económico vigente inspirado en un capitalismo atrasado, cuyo denominador común es la pobreza de las mayorías y la opulencia de las minorías.
El nuevo gobierno no podrá hacer mayores cambios, porque eso significaría el colapso de la estructura social alentada por las clases dominantes. En resumen, las cosas seguirán igual o peor y dentro de cuatro años se repetirá el mismo esquema de frustración y de promesas incumplidas.
Dos candidatos, uno el de la mano dura y otro cuyo slogan es la familia unida, aseguran que combatirán la criminalidad aplicando la pena de muerte, pero olvidan que los convenios internacionales aprobados por Guatemala, estipulan que la misma no se extenderá a delitos a los cuales no se les aplique actualmente. Estas promesas son actos de oportunismo electoral, igual que estar ofreciendo un millón de viviendas para los guatemaltecos.
A estos políticos hay que recordarles que en el camino de la vida no triunfan los que van más rápido, sino los que nunca se detienen.