Las decadencias terrenales y la filosofí­a de Jesucristo


Ya no se encuentran palabras para describir el azote de la violencia que cada dí­a cobra vidas útiles a la sociedad, ésta que se ha visto atribulada por el acoso desmedido de la criminalidad.

Jesús Alvizures, A-1-606839

Quien o quienes son los asesinos del pueblo, que se cubren con el amplio manto de la impunidad, porque la verdad todas las corrientes son de dudosa credibilidad, tanto las nacionales como las extranjeras, ya se sabe apreciable lector a que me refiero, pues aquí­ en mi Guatemala todo se resuelve coaccionando o sobornando la mala aplicación de la LEY.

A mi criterio el engranaje de la seguridad deberí­a de ser accionado dentro de los renglones de certeza, pues ésta carece de confiabilidad dentro de la esfera ciudadana, ya no se sabe si uno se encuentra en la calle con un policí­a honrado o con un delincuente.

Todos los parámetros delincuenciales, tienen al guatemalteco sumido en una psicosis de temor y desconfianza, ya que es difí­cil identificar a quien tiene instintos sanguinarios, pues hasta el momento hay niños que parecen inofensivos y han sido entrenados para cegar vidas (para matar). Es triste y lamentable que quienes han convertido a un niño en delincuente, no tengan un momento de meditación espiritual, para recapacitar en el daño que le están causando al paí­s y a la juventud.

Se debe de pensar, que andar en malos pasos acorta la existencia, pues no hay amor, no hay comprensión ni temor en un Dios bondadoso y poderoso el cual nos dio la vida, con el designio de hacer el bien y no el mal.

Miremos las maravillas de Dios y concienticemos en nuestro corazón que debemos de amar al prójimo como a nosotros mismos.

El amor de Dios no conoce fronteras, í‰l ama al negro, al blanco, al indio, al pobre, al rico, al incrédulo, al malvado del cual desea su conversión, pues en todos palpita un corazón que fácilmente puede llenarse, nutrirse de la luz divina de nuestro Señor Jesucristo, quien fue crucificado, muerto y sepultado por nuestros pecados, más al tercer dí­a resucitó, vivió de nuevo para honra y gloria de su Padre y ser así­ Señor de vivos y muertos, su poder no tiene ni tendrá fin.

Si estás perdido, busca en la Biblia la Palabra, el Evangelio, que revive, que restaura, que rescata, escucha el mensaje y adéntrate en él y renacerá en ti el hombre nuevo que amará, que entenderá la filosofí­a de Jesucristo de redimir a la humanidad del pecado.

La maldad no es felicidad, apártate de ella, crece en bondad, en amor, en dar esperanza y verás florecer en los caminos de tu vida la alegrí­a que da la rectitud del alma, del espí­ritu que anhela su purificación en aras del bien y la razón. Detente ya no hagas daño, siembra en tu caminar flores y no espinas que infecten tu corazón.

Piensa en el dolor de tus padres, al saber que eres un malvado y no el hijo bueno que ellos soñaron en la alborada de la concepción. Naciste, creciste y te perdiste, pero sabe nunca es tarde para encontrar el camino de la paz y el amor, aférrate a ese ser superior invisible y poderoso que es Dios concebido en tres personas distintas: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espí­ritu Santo.