Las cosas no se arreglan a balazos


Oscar-Marroquin-2014

Los países civilizados basan la pacífica convivencia de sus ciudadanos en el imperio de la ley, lo que hace que sea la justicia la que se encargue de juzgar, con apego al derecho, a cualquier persona señalada de tener un comportamiento delictivo y castigarlo cuando se le prueban los cargos en su contra. La certeza del castigo para el delincuente se convierte en poderoso elemento para disuadir a potenciales criminales porque saben que el peso de la ley hará que purguen la pena correspondiente y proporcional al hecho del que se les imputa.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Los países menos civilizados no tienen ni ley ni justicia capaz de asegurar la pacífica convivencia y la única ley vigente es la de la selva, que se basa en la existencia de una cultura de la muerte en donde todo se resuelve a balazos o mediante linchamientos. La limpieza social se convierte en una aspiración por la que clama la sociedad porque el agobio ante la criminalidad y la violencia hace que se piense que debe haber grupos de “ángeles vengadores” que se hagan cargo de volarle la cabeza a los maleantes. Para empezar, nunca se sabe a ciencia cierta quiénes son los maleantes porque no hay juicio, no hay un proceso de investigación ni, mucho menos, garantías para que el sindicado pueda probar su inocencia.
 
 Pero con la misma facilidad que pueden matar los que conforman esos escuadrones de la muerte dedicados a limpiar la sociedad de quienes ellos consideran malos elementos, también otros grupos operan impunemente administrando a su manera su propia justicia. Quien no se somete al imperio del terror y no paga la extorsión pagará con la muerte porque, simple y sencillamente, todo se arregla a balazos y al margen de la ley.
 
 Incontables casos hay de grupos formados para hacer limpieza social que, amparados en la garantía de la impunidad con que operan, empiezan a hacer sus propios negocios particulares, secuestrando o extorsionando a personas trabajadoras. Acostumbrados a matar a sangre fría posiblemente por un sueldo, no tienen la menor dificultad para hacerlo en busca de beneficios mayores.
 
 Por ello es que una de mis obsesiones es la de combatir la impunidad, porque mientras no tengamos un sistema de justicia en el que se aplique severa pero correctamente la ley, seguiremos condenados a hundirnos en esta cultura de la muerte que tarde o temprano nos pasará factura a todos. Porque el sicario que trabaja para quienes dirigen acciones de limpieza social, en sus tiempos libres hace de las suyas, se sube a una moto y con la misma pistola con la que acaba de acribillar a uno que parecía marero, amenaza al automovilista para que le entregue su teléfono y no vacila en disparar a la menor resistencia.
 
 Esa cultura de la muerte es la que hace que cualquier automovilista corra riesgo de ser linchado por un percance de tránsito porque la gente no anda viendo quién la debe, sino quién la paga. Alegue con un motorista de reparto o un taxista y en cuestión de segundos se verá rodeado por una multitud de motoristas o taxistas armados que le amenazan y ponen en peligro su vida.
 
 Los que defienden la ley de la selva, pueden pagar muy cara su torpeza.