En retrospectiva, en un ejercicio de memoria, pasan ante mí las imágenes de fotografías de portada de los diarios en primera plana, de la administración gubernamental de í“scar Berger.
Rosana Montoya / A-1 397908
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Recuerdo como si hubiese sido ayer, todas las veces que fui a votar por él. Hube de inscribirme a no sé cuántos partidos para sentirme ciudadana responsable. Hice de su triunfo el mío propio. ¡Yo lo había acompañado en tantas afiliaciones! Y como de costumbre, las ilusiones son solo eso, se desvanecen al primer soplido en contra. Me acomodé frente al televisor en una poltrona con un menú de comida rápida, para deleitarme en lo que yo creía haber llevado un granito de sal –para engrandecer la mar– para que hubiese llegado a la Presidencia de la República. También era mi triunfo. Me sentí dichosa al ser espectadora de excepción en primera fila, el día de la toma de posesión, durante el transcurso del acto de ascensión a la Presidencia del Lic. Berger. Por fin la pesadilla había terminado, ahora podía respirar tranquila, ya había juramentado y su pecho lo cruzaba la banda presidencial. Elucubré en ese momento, las mejorías que caerían como bendiciones del cielo para nuestra Guatemala. ¡Ahora sí! Había llegado el tiempo salir por siempre de la ciénaga. ¡Nada más lejos de la verdad! Instantes después lo vi muy gallardo, ofreciendo su brazo a doña Wendy, su esposa, que lucía hermosa, resplandeciente y tan señora en su porte, me sentí orgullosa de la pareja. Por fin, pensé, vamos en el rumbo correcto. Pero poco me duró mi contento, porque una vez abandonado el escenario del teatro, empezaron a subir el corredor, cuando el eterno candidato, ya convertido en Presidente Constitucional de la República de Guatemala, se detuvo a saludar de beso a la camarada, Rigoberta Menchú, inmerecido Premio Nobel de la Paz. Preciso, en ese instante supe que había desperdiciado mi voto. El cerebro de la administración gubernamental que recién daba inicio, estaría en las manos del ex guerrillero Eduardo Stein. Como de hecho ocurrió. El ex vicepresidente, Eduardo Stein, fue el artífice de la anulación casi total del Ejercito Nacional. Reduciendo su tropa a la mínima expresión, cerró bases a todo lo largo y ancho del territorio nacional. Con el único propósito de debilitar su fuerza, para dejar a Guatemala como cordero de expiación en manos de los mexicanos con las llaves del territorio nacional en el bolsillo. Obra demoniaca donde confabularon cabecillas, guerrilleros, que a lo mejor serían los mismos asesores de la presente administración. Lo que no tengo claro, dentro de este merengue de marxistas, es en qué grupo guerrillero prestó servicio el ex vicepresidente Stein. Aunque sea tarde, me gustaría saber en cuál de todas las organizaciones fue: ¿URNG, EGP, PGT, FAR, ORPA? Porque todas y cada una de estas células, estuvieron bajo las órdenes de un comandante en específico y su especialidad variaba según las siglas a las que correspondiera dicha organización. Solo por saber, para ubicarlo mejor, tengo curiosidad por saber a qué estropicio dedicó su tiempo libre el ex vicepresidente Stein. ¿Quizá al grupo que dinamitaba puentes y torres eléctricas? A lo mejor a la élite, de guerrilleros que extorsionaba a finqueros, que luego asesinaban sin ningún pudor, desapareciendo sus cuerpos para la eternidad. O tal vez a secuestrar ancianas de 92 años, como fue el célebre caso de la señora Novella, que murió en el acto de violación del secuestro, a pesar de haberse pagado el rapto, porque en la foto que le tomaron, la señora ya estaba muerta, habiéndole cosido el diario a los dedos; de esos horrendos detalles, nos puede hablar con más soltura la Comandante Marta, en el cual ella participó activamente en primera persona, cuando sacó de su casa a la señora haciéndose pasar por su enfermera. El punto en este particular caso, es que por las dunas o por las maduras, hoy nos encontramos con un Ejército Nacional aniquilado, por las administraciones pasadas que se dieron a la tarea de diezmar a las tropas que en su época lo conformaron. Y todo porque después de 36 años de mal vivir, Ejército Nacional, Pueblo y las fuerzas revolucionarias de la guerrilla, durante el conflicto armado, con más de un tercio de soldados enterrados por brindar seguridad y libertad de todo un pueblo. El agradecimiento fue diezmarlo. Ahora todavía se quejan que sus soldados hayan buscado empleo en otras organizaciones. ¿De qué pretendían que vivieran si lo único que sabían hacer era defender la tierra que los vio nacer? Esa es la consecuencia más clara de desbaratar un perfecto organigrama como lo son las estructuras verticales del Ejercito Nacional. Ahora malhaya, pero malhaya ya va muy lejos.