Las cenizas de Cardoza y Aragón


Hace 15 años falleció Luis Cardoza y Aragón, el viernes 4 de septiembre de 1992. Antes de cumplirse 17 horas de su muerte, debido a una insuficiencia cardiaca, su cuerpo fue cremado y las cenizas depositadas en una pequeña caja de acero inoxidable. Los residuos permanecieron durante el fin de semana en el que fue su hogar durante muchos años, en Coyoacán. Los dolientes esperaban a la delegación de la Universidad de San Carlos para cumplir el deseo de dispersar sus cenizas. La comisión carolina fue conformada por el rector, Alfonso Fuentes Soria, el director general de extensión, Manuel González ívila, la jefa de la división de publicidad, Hada Alvarado, y por quien escribe esta breve relación.

Marco Vinicio Mejí­a

Más que un rito, todo pareció espontáneo, natural. Después de la intervención del rector Fuentes Soria, otro ex rector de la misma Casa de Estudios, Saúl Osorio Paz, dirigió palabras hermosas, sentidas, profundas, breves. Fue muy reconfortante que dos personas, vinculadas por don Luis a una hermosa tradición, oficiaran en nombre de todos quienes se negaban a dejar de pensar y cuyas mayores resonancias se alcanzaron en el acento alto y rotundo de Cardoza.

Esperábamos nos indicaran en qué momento se trasladarí­an las cenizas a su destino final. José Luis Balcárcel tomó la pequeña caja que las contení­a y salió presuroso. Cuatro personas aguardaban afuera al rector Fuentes Soria, con el motor del automóvil en marcha. Alcancé a ver cómo partí­an desalados para complacer una grandeza que nos decí­a adiós, yéndose de puntillas.

En el desperdigamiento de sus restos en el cerro Ajusco, ubicado en el kilómetro veintinueve y medio de la carretera vieja a Cuernavaca, sólo estuvieron presentes los Balcárcel, Alfonso Fuentes y Grischa Feldman. El último de los mencionados tuvo el encargo explí­cito de Cardoza de disponer sus restos. Feldman, dejó una pequeña cantidad de cenizas en la urna. Así­ creyó cumplir con su amor ambiguo por Guatemala. Esa determinación fue respaldada, horas más tarde, por el albacea Emilio Krieger. Se sabí­a que Fuentes Soria regresarí­a a Guatemala al dí­a siguiente del funeral y, en ese momento, resultó ser la persona más indicada para trasladar las cenizas a Guatemala. Tiempo después, las entregó a la familia antigí¼eña del difunto.

Asumir las labores cardocianas es reconocer la necesidad de literatura y, entre ella, la de las voces esenciales. Literatura que no es pasatiempo ni ejercicio de solitarios sino modo válido de acercarse a la realidad para cambiar la manera de verla. Además, recuperar a Cardoza implica, de alguna forma, desagraviar a las escritoras y los escritores guatemaltecos obligados o condenados al exilio.

Cardoza y Aragón tal vez significa más por su vida que por la obra publicada. La muerte sólo señaló su final como eterno extranjero. Si se liberó de la cárcel del cuerpo, un poco de él se quedó en donde quiso «vivir toda la vida y morir toda la muerte».