Las cavilaciones de Oswaldo Cercado


Juan B. Juárez

El pintor Oswaldo Cercado (Guayaquil, Ecuador, 1942) ha sido, quizás, ví­ctima de su propio virtuosismo. Dueño indiscutible de los secretos del oficio, logra casi siempre resultados deslumbrantes en su trabajo pictórico, sobre todo en el retrato, el desnudo femenino y el paisaje, el cual puede resolver a la manera realista o bien en un estilo más formalista y que él llama «su lí­nea» y que consiste en la estilización lineal del contorno de los objetos para enfatizar los lí­mites y en la utilización de colores planos con los cuales sumerge en la subjetividad a todo el horizonte que abarca su emotiva visión interior, con lo cual logra cuadros de inagotables sugerencias.


Es evidente que Cercado es un pintor extrovertido, con la mirada puesta permanentemente en el mundo exterior, que él, con su cultivado talento, disfruta recreándolo con pinceladas precisas que no esconden el movimiento de la mano maestras, a tal punto que puede decirse que hay un mundo pintado por Cercado que no puede confundirse con el de la realidad ni con el de la fotografí­a. En un mundo hermoso y sereno o alegre y vivaz, en el que la gente habita una arquitectura que parece derivar del paisaje. Es esta extroversión lo que mejor define a su obra más conocida.

Pero, atrás de ese Cercado extrovertido y bullicioso, existe otro Cercado menos conocido, í­ntimo y reflexivo, que busca, a su manera, no la recreación del mundo exterior, sino el significado profundo que da sentido de artista y a ese mundo que se agita en el exterior.

Para ese Cercado, la realidad pinta con tanta soltura y con gozosa actitud se convierte en signo, en pregunta y, en fin, en motivo de reflexión, de reflexión pictórica para ser más precisos. Es un Cercado que se enfrenta a sí­ mismo y que reduce al absurdo y a la contradicción sus excepcionales dotes de pintor, que duda de ella así­ sea por un momento y que, en esa duda, descubre su faceta más humana.

La obra que actualmente exhibe en Valenzart Studio () muestra, en efecto, a ese Cercado acosado por sus contradicciones internas, cuyas imágenes ya no quieren recrear con fidelidad al cuerpo desnudo de una mujer voluptuosa ni a las alegres multitudes provincianas y anónimas que se aglomeran en un bullicioso dí­a de mercado. Esos viejos temas son, en esas obras, los signos de su propia experiencia existencial, del tránsito del ámbito de la intimidad al ámbito de lo público.

En ellas, consecuentemente, la intimidad está trazada -simbolizada? con un fino dibujo a tinta de un desnudo femenino, pero ya no en una pose provocativa y exhibicionista sino más bien de ensimismada reflexión: es la desnudez a la que se accede ?o en la que se cae? en la intimidad sincera, cuando ya no se quiere demostrar nada a nadie.

En contraposición, y en segundo plano, multitudes multicolores en un dí­a de mercado, que ya no son, repito, el tema del cuadro sino el objeto de la reflexión, a la que los colores acuarelados le dan cierta levedad de sueño.

Lo que piensa el desnudo acerca del mercado y las multitudes es una pregunta que no puede resolverse pictóricamente. Pero que un artista -a quien hay que llamar maestro- se la plantee en su propia obra, abre espacios para la reflexión del arte de nuestro tiempo.