Mario Gilberto González R.
Hay que visitar la ciudad de Antigua Guatemala en Viernes Santo. Sorprende porque es una ciudad diferente a la que vemos todos los días. El antigí¼eño le inyecta su espíritu y le imprime su sello distintivo a la Semana Santa. Abre -no solo- las puertas de su casa sino las de su generosidad. Y es que el antigí¼eño vive su Semana Santa desde dentro y transmite su sentimiento a la divinidad en la cruenta pasión, en diversas manifestaciones devocionales y artísticas. Ese sentimiento es el que le da identidad a su Semana Santa.
Jesús Nazareno de la Merced, ha sido desde siempre, el Nazareno de los Antigí¼eños. En la intimidad le dicen «el Colocho». De generación en generación, se ha transmitido la devoción de llevarlo en hombros y se puede afirmar que, pocos han sido los antigí¼eños que no han vestido la túnica penitencial, pero que jamás han dejado de emocionarse a su paso procesional. El Sábado de Ramos, las familias al completo estaban atentas al toque de rogación de la campana mayor del templo mercedario, que anunciaba el momento cuando la imagen se sacaba de su camerín para ungirla, cambiarle sus vestiduras y colocarla en sus andas procesionales. Todos de rodillas oraban y mentalmente seguían la ceremonia que se celebraba en privado.
El Domingo de Ramos al mediodía, se cerraban todos los negocios y vestidos con las mejores galas, los vecinos se encaminaban a la iglesia de la Merced para escuchar el sermón del orador Sagrado Mons. Manuel Benítez. A su Jesús Nazareno, lo veían pasar por plazuelas, parques y por el frente de sus casas que barrían, regaban agua y esparcían pino fresco. De noche, iluminaban el frente de sus casas. Antigí¼eños que vivían fuera de la ciudad, se hacían presente con su familia el Domingo de Ramos. Era una cita infaltable. Y durante la noche, lo acompañaban hasta su retorno a la iglesia. La amplia plazuela mercedaria se hacía pequeña y en nuestros días más.
En Viernes Santo era diferente su participación, porque en explosiva manifestación devocional, a su Jesús Nazareno de la Merced, le tendían a su paso, su corazón convertido en una alfombra de aserrín teñido protegida por redes de pino fresco y oloroso, esparcido a su alrededor.
En cada antigí¼eño, hay un artista escondido. Sus antepasados fueron canteros, orfebres, pintores, escultores, tallistas, músicos, forjadores, torneros, pirograbadores y ebanistas.
Para Semana Santa, afloran los pintores de los grandes telones para las velaciones, El altarero que combina telas de diversos colores y formas para engalanar la iglesia, El intérprete de los simbolismos bíblicos o pasionarios y el armador de las andas procesionales que junto con el electricista, ofrecen un arreglo impresionante. El músico que compone bellas y sentidas marchas fúnebres. Y no puede faltar el alfombrero que con sus obras de arte efímero, tapiza de formas y colores las centenarias calles antigí¼eñas.
Allá por los finales del año de 1940, -octubre para ser preciso- conocí a los hermanos Manuel y Rafael Montiel Márquez, entonces dos jóvenes alfareros que tenían su taller de locería, casi al inicio de la subidita de San Felipe -camino antiguo-.Su producto era requerido por la buena calidad de su loza vidriada.. También conocí a Mediacuta Mendoza, que entonces era operario de la Tipografía Nacional y excelente jugador del equipo de futbol Tip. Nac. Vivía con su familia en la aldea de San Felipe Apóstol.
Los vecinos de la calle y Avenida del Chajón así como los de la Calle Ancha de los Herreros, esperaban el Viernes Santo al Nazareno de los Antigí¼eños de manera especial, con sus devotas y singulares alfombras de aserrín teñido. La alfombra de la familia de los maniceros en la calle del Chajón, la de los hermanos Montiel Márquez en la Calle Ancha y la de Mediacuta Mendoza en la Calle Ancha esquina con Zacateros, embellecían el sector.
Mi padre don Roberto González, la hizo en la esquina de la 1ª. Av. Norte y Calle de la Concepción. De él aprendí todos los secretos del buen alfombrero. Desde trazar las medidas de la alfombra, el dibujo y calados de los moldes, el secreto de saber teñir el aserrín para que mantenga su color y por último, la forma o método para elaborarla.
Los del Chajón y Calle Ancha tenían, a su favor, el piso de tierra que aplanaban y regaban con suficiente agua para que mantuviera la humedad necesaria y el tinte del aserrín estuviera siempre fresco. Para nivelar el empedrado se colocaba primero una cama de arena cernida que a la vez, conservaba la humedad. El Nazareno pasaba sobre las alfombras del Chajón y Calle Ancha entre las nueve y diez de la mañana, mientras que por la esquina de la 1ª. Av. y 4ª. Calle oriente pasaba a la una de la tarde y media hora después sobre la alfombra de los presos, frente al Palacio Municipal. El material de esta alfombra era por donaciones vecinales. La anilina la daba la farmacia Fénix. Los reos le cantaban un sentido alabado, le ofrecían una corona de flores y uno de ellos recobraba la libertad. Esa tradición viene de lejos con leyendas que se revivían cada año.
La elaboración de las alfombras lleva varios pasos. Con meses de antelación, los vecinos se reunían para diseñar la alfombra. Dibujar y calar los moldes. Cernir y teñir el aserrín de varios colores y en la noche el trabajo dedicado a su elaboración a la mitad de la calle, era un afán irresistible al que se unían los vecinos para colaborar. Las energías sobraban. El entusiasmo aumentaba en la medida que se avanzaba y aparecían las figuras de colores.
Los zaguanes y corredores se llenaban de moldes, reglas, regaderas, tablas, trozos, cubos y grandes montones separados del aserrín teñido. El aroma que despide a madera fresca era agradable. Durante toda la noche era un ir y venir de vecinos para transportar el material. Cada quien tenía su método propio para iniciar la alfombra. Al paso del tiempo, hoy participa toda la familia. Niños y señoritas en una entrega admirable.
Manuel Montiel era un artista nato que lo mostró en las alfombras. La combinación de figuras y colores vivos era original. Al paso del tiempo, el centro de la alfombra lo dividió en varias estampas a cuales más bellas y atrevidas. Cisnes nadando en un trozo de agua; cestos con flores sin faltar el escudo mercedario. Después las innovó con figuras y símbolos mayas. Las orlas con figuras caprichosas sobre fondos de vivos colores, la completaban bellamente Supo aprovechar el amplio espacio de la calle ancha, para elaborar una alfombra de grandes dimensiones debidamente proporcionada. Es conocida como la alfombra de los Montiel y ha sido y sigue siendo admirada y fotografiada por visitantes de todo el mundo.
En principio, las alfombras fueron para el Nazareno de los Antigí¼eños. En nuestros días son para todas las imágenes que procesionales durante la Cuaresma y Semana Santa.
Algo que hay que significar es que las alfombras no se hacen para competir en un concurso, porque son una clara y evidente manifestación devota. No hay mejores ni peores y no se aplica ninguna escala valorativa. En esta expresión no cabe ni el concurso ni la calificación. A todas hay que apreciarlas por igual, porque expresan el sentimiento del antigí¼eño a su imagen venerada y además, embellecen con su arte efímero, las grandes procesiones antigí¼eñas. Mi padre siempre se opuso a cualquier concurso, porque como él mismo decía: «hago la alfombra por devoción.»
Al alfombrero le causa molestia que una persona, por descuido pise la alfombra o un perro la desbarate. Y es porque la alfombra está hecha exclusivamente para que pase la imagen venerada. No le importa el desvelo o el tiempo que bajo el sereno o el intenso sol deba permanecer hasta terminarla. Su mejor premio es que la imagen pase sobre su alfombra y se detenga unos instantes. Afloran los suspiros y las lágrimas.
Se acostumbra que la familia se tome una fotografía frente a la alfombra y disfruta mostrarla después, como un preciado recuerdo.
Las primeras alfombras fueron de aserrín teñido. Por la década de los sesenta, los hermanos Velásquez Coronado de la aldea de San Bartolomé Becerra, la innovaron y elaboraron alfombras de flores. Aprovecharon los tallos y las flores, el corozo y el trébol para formar figuras armoniosas que sorprenden por el ingenio con que las mezclan-. Ese paso ha permitido que en la actualidad, se aprovechen toda clase de materiales para elaborar las modernas alfombras antigí¼eñas.
La mejor forma de comprobar ese arte efímero, esa belleza de formas, figuras y colores, es transitar por las calles de la ciudad de Antigua Guatemala en Viernes Santo y detenerse en cada alfombra y no perder ningún detalle, porque cada alfombra emociona y es un preciado regalo para la vista y para el espíritu.
Se dice que una imagen habla más que mil palabras. Y eso es lo que voy hacer, con mostrarles, el arte efímero con que los antigí¼eños ofrendan a su imagen venerada y embellecen sus calles centenarias.
Cuando además de devoto cargador, se es alfombrero, la Semana Santa se vive desde otra dimensión.
* Mario Gilberto González R. fue cronista de la ciudad de Antigua Guatemala.