Científicos iniciaron una investigación para desentrañar los misterios que rodean al tiburón ballena, una especie gigantesca que ha estado en los océanos desde hace al menos 60 millones de años y de la que se conoce casi nada.
El Parque Nacional Galápagos (PNG) de Ecuador, las fundaciones Charles Darwin y WellMed, así como la Universidad de California Davis, las dos últimas de Estados Unidos, han emprendido lo que hasta ahora es el más ambicioso proyecto para estudiar al tiburón Rhincodon typus, el más grande de los peces que surcan los mares conocido.
La primera etapa del estudio consiste en colocar unos transmisores que permitirá rastrear gracias a tecnología satelital a los tiburones y se realizará en la zona de influencia del archipiélago Galápagos, a unos 1.000 kilómetros de la costa de Ecuador, en aguas del Pacífico.
El biólogo marino Eduardo Espinosa, uno de los científicos que participa en el marcaje de los animales, aseguró el pasado viernes que esta actividad tiene tres objetivos «conocer los patrones de migración, identificar el índice de abundancia de la especie y porqué la mayor parte de tiburones que estamos hallando son hembras y están preñadas; además, dónde tienen sus crías».
Hasta ahora, a pesar de ser una de las especies más antiguas que existen en el planeta y de que pueden llegar a medir hasta 18 metros de longitud, algo más grande que autobús escolar o que dos elefantes juntos, se conoce muy poca información sobre los hábitos de esos gigantes marinos.
Lo más grave es que se encuentran en las especies vulnerables incluida en la lista roja de la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (IUCN) y como se conocen tan poco, son casi nulas las medidas que se pueden adoptar para protegerlos.
Los expertos que participan en el estudio dicen que la comunidad científica no tiene idea de cuantos ejemplares de tiburones ballena quedan en los mares, cuales son hábitos reproductivos y migratorios, cuanto tiempo viven, entre otras cosas.
Lo que saben es que durante casi todo el segundo semestre de cada año estos peces gigantes llegan a las inmediaciones de las islas Darwin y Wolf, al norte de Galápagos. Es en esas latitudes y en ese periodo en que insertarán las marcas satelitales a tantos individuos como sea posible.
«Si las cosas salen bien este año el proceso de investigación se puede extender por tres o cuatro años», aseguró Espinosa.
La primera etapa de marcaje se completó el 20 de julio y tienen previstas otras dos de unos 12 días cada una, la siguiente entre septiembre y octubre y la última entre noviembre y diciembre.
El estudio ha sido posible por la donación de más de 250.000 dólares por parte de George y Kymberly Rapier, dos texanos de la fundación Wellmed que quedaron fascinados con los peces gigantes tras bucear con ellos en las Galápagos y por eso decidieron hacer el aporte monetario.
Las primeras informaciones reveladas por los tiburones marcados arrojan resultados sorprendentes: una hembra joven de 4,2 metros en una semana se alejó 2.500 kilómetros al oeste de Galápagos, en un recorrido coincidente con corrientes marinas, mientras que otros tres adultos, siguen en el archipiélago.
El director técnico del proyecto de estudio que se cumple en Ecuador, el inglés Jonathan Green, señaló que el riesgo de extinción se evidencia porque «en los últimos años se ha visto cambios en la población de los tiburones ballena, tanto en el tamaño (reducción) como en la frecuencia de avistamientos».
Argumentó que «desde hace 10 años toda especie de tiburón está en la mira de la pesca industrial para proveer de aletas para la sopa de tiburón que se sirve en varias partes de Asia».
Otro de los elementos preliminares revelados por este estudio es que de los 14 ejemplares marcados hasta ahora, 13 eran hembras, la mayor parte preñadas. Ello hace suponer, lo cual será parte de la investigación, que llegan a las aguas de Galápagos para tener a sus crías.
En otros países como Australia y Mozambique también se ha intentado estudiar al tiburón ballena pero no han logrado mayores avances, dijo Green.
El coordinador de Asuntos Marinos de Conservación Internacional en Ecuador, Fernando Ortiz, dijo a la AP que «el tiburón ballena se convirtió en el disparador de la industria turística de buceo en Galápagos, porque antes de finales de los 80 el buceo en las islas era esporádico y muy poco apetecido».
«Esta industria surge cuando se ponen a disposición del turismo barcos más grandes y seguros que fueron capaces de llegar al sector de las islas Darwin y Wolf y se logran avistamientos de estos tiburones», añadió.
En un período de 26 semanas, en que está permitido el buceo con estos peces en Galápagos, el PNG autoriza la inmersión de unos 80 buzos semanalmente. Una excursión desde tierras continentales ecuatorianas cuesta alrededor de 5.000 dólares.
«En la mayor parte de países por donde pasan estos tiburones la gente solo ha visto la posibilidad de hacer negocio, pero muy pocos se han dedicado a estudiarlo y hacer ciencia. Ecuador está haciendo ciencia», señaló Ortiz.