La fotografía publicada ayer en portada de La Hora, en la que se ve a la viuda de un piloto del transporte víctima de la ola de asesinatos que ha cobrado decenas de vidas en lo que va del año, resulta desgarradora para cualquiera que no sea funcionario público. Y decimos lo anterior porque es más que evidente que para los encargados de la seguridad ciudadana ese tipo de escenas son cosa corriente que no les conmueve en absoluto, puesto que de lo contrario estarían moviendo cielo y tierra para ponerle fin a la impune e inmisericorde matanza de pilotos y ayudantes del transporte de pasajeros.
Cierto es que en el país abundan los problemas y que los principales funcionarios tienen que encarar cotidianamente una gran multitud de desafíos producto de la precaria gobernabilidad derivada del deterioro de todas las instituciones nacionales, pero es imperdonable que no se decidan a hacer algo para incrementar la seguridad en el transporte público de manera tal que los que trabajan en ese sector dejen de ser objeto de una auténtica cacería que enluta a muchos hogares.
Viudas como la que apareció ayer en la portada de La Hora abundan en nuestro país, producto de la inseguridad que se ha incrementado en este gobierno que ofreció luchar contra la violencia con inteligencia. En vez de eso, lo que ha mostrado es negligencia absoluta, negligencia patética e irresponsable, en el cumplimiento del deber constitucional de garantizar la vida a los habitantes de la República.
¿Cómo pueden esos funcionarios, empezando por el Presidente de la República y quien manda en el Ejecutivo, dormir tranquilos ante la brutal escalada de violencia? Y el Ministro de Gobernación dedica más tiempo a refutar las estadísticas del INACIF que al combate de la criminalidad. Obviamente no les remuerde la conciencia ni sienten que esa sangre derramada caiga sobre ellos por la ineptitud mostrada para actuar de conformidad con elementales principios de solidaridad humana. Qué más solidaridad puede pregonarse que la del sufrimiento compartido con los que padecen los efectos de la violencia y la disposición de poner todo el empeño, centrar la capacidad del Estado, en atender el problema de la violencia.
Lo que sí es cierto y hemos comprobado en estos meses desde que Colom asumió el poder es que la negligencia no sirve para combatir la violencia. También hemos comprobado que no hay inteligencia, ni en el sentido natural ni en el de recopilación y proceso de información, pero lo más grave es que no hay interés porque les viene guango el sufrimiento de la gente.