El jueves pasado, 22 de julio de 2010, la periodista Andrea Orozco publicó un acucioso e interesante artículo de prensa en Diario La Hora que merece ser analizado desde una perspectiva semiótica. El título del artículo fue: Comentarios del presidente ílvaro Colom reflejan improvisación y desconocimiento. Tiene toda la razón Andrea, para comenzar.
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El mandatario ha contestado a la prensa sin percatarse del impacto que causan sus palabras, dichas muy a la ligera. Es decir, lo ha hecho sin estudio, ni preparación adecuada. Y por regla general él contesta toda clase de preguntas, pero dice el antiguo refrán: el que mucho habla, mucho yerra. Pero el presidente Colom no se mide, habla con toda naturalidad de temas sumamente complejos y después debe rectificar, como en este caso, cuando ya ha metido literalmente «la pata». í‰l dijo: «que se aguanten» y la prensa destacó el término que, según Colom, fue sacado de contexto… o mal interpretado por los comunicadores.
Según Umberto Eco hay signos que se distinguen por la intención y el grado de conciencia de su emitente, es decir del emisor. Por eso se distinguen los signos en comunicativos, emitidos intencionalmente y producidos como instrumento artificial, y expresivos, emitidos de manera espontánea, incluso sin intención de comunicar, pero que son reveladores de una cualidad o disposición de ánimo. (Editorial Labor, Barcelona 1988)
Los primeros están codificados muy claramente, pues existen reglas que establecen una correspondencia convencional entre significante y significado, pero los segundos, agrega Eco, serían comprensibles por intuición, y por lo tanto escaparían a la posibilidad de codificación. Pero basta pensar que un actor puede asumir los signos externos de un homosexual (sin serlo); hablar con la cadencia oral que tienen los aristócratas ingleses; imitar el habla circunspecta de un eclesiástico, para que quede probado que estos «gestos» están codificados de alguna manera, y que por lo tanto pueden ser asumidos intencionalmente como instrumentos artificiales destinados a transmitir, por lo tanto, a comunicar.
Pese a ello, en la vida cotidiana mucha gente emite estas «señales» sin saberlo, y son los demás quienes las interpretan de alguna manera. Ello sería suficiente para clasificar estas señales como signos naturales, acontecimientos que pueden ser asumidos como signos, al igual que los síntomas médicos, que también son muy susceptibles de falsificación, con intenciones comunicativas, como saben muy bien los que intentan librarse del servicio militar, en los países donde es una obligación prestarlo a la mayoría de edad.
Pero en todo caso, quien ejerce el papel de emisor en cualquier campo, en donde le toque ejercitarse, deberá comprender que en la comunicación hay signos o señales que subyacen y que trascienden el propio hecho comunicativo. Esos signos expresivos como los denomina Eco, son los que incluso pueden llegar al extremo de negar la propia comunicación interpersonal, o el grado de asertividad de la misma.
En muchos casos, los políticos, genéricamente hablando, abordan temas de los que no son expertos, porque los periodistas les consultan sobre una infinidad de temas… y por ese afán desenfrenado de aparecer en pantalla, en la radio o en la foto, se despachan con declaraciones en las que no aportan nada nuevo o se atreven a opinar en casos que a veces verdaderamente dan pena. El problema es que en el mundo contemporáneo, donde la comunicación se ha horizontalizado y en las urbes cada vez más personas tienen un teléfono celular para lanzar mensajitos a las radioestaciones que transmiten en vivo, los políticos están teniendo serios aprietos con sus «declaraciones u opiniones». Inmediatamente, desde algún punto del país, un experto aclara el punto y queda mal visto quien habla por hablar, expresa sin saber, opina porque sí o se da el lujo de juzgar sin conocer a cabalidad.
Concluyo recordando otra frase de Eco: los escolásticos definían el oído y la vista como sentidos maxime cognoscitivi, y podrían haber dicho también maxime comunicativi. El oído no falla, pues el tono de las voces de los políticos, nos dicen que muchas veces anda dudando de sus propias declaraciones, y uno los ve… y se da cuenta: o andan tergiversando la realidad o se enredan en sus frases poco coherentes… o les pasa lo de esta semana, sueltan un «que se aguanten» que semióticamente es un detonador de su estado de ánimo verdadero.