El general de división don Jorge Ubico Castañeda, llamado por los indígenas “Tata Presidente” y también por algunos ladinos “Limpia polvos”, acostumbraba iniciar su visita presidencial a todo el país el 15 de enero de cada año. Sabía y ponía en práctica el viejo refrán de que “a ojo del amo engorda el ganado”, a pesar de que el Jefe Político era un dios chiquito que cumplía sus feroces órdenes agregándole un poquito más.
En el caso del departamento de Sacatepéquez -del que voy a ocuparme- el aviso de su visita se daba a conocer mediante un bando, que consistía en que la banda departamental -al compás de marchas militares para llamar la atención de los vecinos- recorría las principales calles de la ciudad de Antigua Guatemala y a dos cuadras de intervalo, el alguacil Alejandro Medrano, daba a conocer la visita del “Tata Presidente” y las órdenes precisas dadas por el Jefe Político y también las Ordenanzas Municipales, firmadas por el Intendente Municipal.
Desde ese momento, todo el departamento entraba en acción y no se hablaba de otra cosa que no fuera la próxima visita presidencial. Era el momento deseado por el Jefe Político para lucirse ante el Tata Presidente y si alguien intentaba desobedecer sus órdenes, se las tenía que ver con la primera autoridad del departamento que a fuetazo limpio las imponía.
La ciudad –sin excepción- debía de participar en tan grata visita. Se hacían públicas las instrucciones para los empleados públicos y municipales; los catedráticos de los dos institutos: el de varones y el de damas; los alumnos de primaria y secundaria públicos y privados y todos los conjuntos musicales, que se encargaban de amenizar la visita del Jefe del Supremo Gobierno, como se estilaba decir entonces, sin excluir al juez de Paz y de primera instancia, ni los curas párrocos. Todos debían de rendirle pleitesía. Los conjuntos musicales se colocaban en la arquería baja del Palacio de los Capitanes Generales y los micrófonos de Radio Morse, divulgaban el apoteósico recibimiento, por ser en sí, una fiesta cívica.
Los catedráticos de ambos institutos como los alumnos de secundaria y primaria, debían de presentarse con su uniforme de gala. Como el Instituto Normal para Varones, estaba militarizado, los estudiantes de secundaria –maestros y bachilleres- formaron la Compañía de Caballeros Alumnos al mando del Capitán Héctor Mario Luna y del Inspector General que lo fue el Capitán don José E. Abril –digno representante de la disciplina institutera-. La Compañía de Caballeros Alumnos se distinguió siempre, por su marcialidad y gallardía, reflejo de su pujante juventud.
El uniforme de gala consistía en camisa blanca y corbata negra. Pantalón blanco con dos franjas azules a los lados. Saco azul con botones dorados y correaje blanco cruzado. Kepi azul y zapatos negros debidamente lustrados. Los mandos se diferenciaban por los galones en el puño del saco. El mismo uniforme lo fue para los estudiantes de la educación primaria, con la diferencia que sólo los de la Compañía, portaban fusiles que proporcionaba la Comandancia de Armas.
Por su parte, el Intendente Municipal, mandaba cumplir las Ordenanzas de pintar el frente de las casas que estuvieran desteñidas, limpiar los tejados de matas parásitas, desyerbar el frente de cada casa y colocar en la distancia ordenada, hilos de flecos de papel de china, color azul, blanco y azul de un lado a otro de la calle y con las medidas dadas para que cada color fuera uniforme.
El lector puede imaginarse la actividad que se desplegaba en la cabecera departamental y en cada uno de los quince municipios, previo a la visita del Tata Presidente. Era un enjambre de abejas obreras que trabajaban sin descanso.
En el trayecto por donde debía de pasar la comitiva presidencial estaba cubierto de flecos de color azul, blanco y azul. Se levantaban diez y seis arcos ornamentales en representación de cada municipio. En las casas se preparaban los hilos con flecos de papel de china azul, blanco y azul. Los pintores de brocha gorda, encalaban o pintaban de color el frente de las casas, otros subidos sobre los tejados, arrancaban las matas parásitas y otros expertos en desyerbar, limpiaban el empedrado del frente de la casa. Las modistas se afanaban en elaborar los vestidos para la primera dama y su familia. Los sastres no se daban abasto para limpiar y aplanchar los trajes de los funcionarios públicos y municipales. Las mamás en tener limpio el uniforme de gala de mujeres y varones y los zapateros en cambiarle media suela o los tacones a los zapatos desgastados.
Cada municipio debía de enviar a la ciudad, una cuadrilla de mozos para levantar los arcos de ramas, flores, frutas o alegoría cívica y preparar con tiempo su batallón militar.
Los vecinos de cada municipio, por donde entraba y salía la comitiva presidencial, debían de mantener limpia y adornada la calle principal. Los alguaciles y los miembros de las Cofradías, especialmente las mujeres, debían de presentarse con sus trajes ceremoniales y los voluntarios del Batallón, se distinguían por su traje regional. Los de San Antonio Aguas Calientes se lucieron con su traje azul y su marcialidad. Obedecían al unísono, las órdenes de llevar el fusil al hombro, cambio de hombro, de presentarlo y descanso, con la uniformidad requerida. Oficiales del Ejército preparaban a cada batallón y para que mantuvieran el ritmo marcial en el desfile, se inventó la frase de “un solo golpe al caite”.
La certeza de la visita presidencial era cuando llegaban los inspectores de glosa a revisar las cuentas de la Tesorería de la Dirección General de Rentas y de la Intendencia Municipal. No debía de sobrar y menos de faltar un centavo. No llevaban calculadoras sino un simple lápiz de tinta y un fajo de papeles. Seguían el método matemático de don Lucas T. Cojulún. Era tanta su habilidad y experiencia que con seguridad sumaban largas columnas sin fallar. Las anotaciones las hacían con un lápiz de tinta, imborrable, porque quien pretendía alterar una cuenta, con un borrador o con saliva, el lápiz formaba una mancha morada que dejaba al descubierto de inmediato, el intento de alteración. Los Glosadores de Cuentas, tenían potestad de jueces de paz, así que si encontraban un faltante o una operación dudosa, procedían de inmediato y sin contemplación, ordenaban el arresto del tesorero.
Llegado el gran día, la ciudad lucía embellecida. Se percibía el aroma a tierra mojada y a pino fresco despenicado sobre el empedrado. El lugar de reunión era el parque central. Los dos palacios, el de los Capitanes Generales y de la Municipalidad, lucían banderas nacionales en la baranda de cada arco. En el arco frente a la puerta de la Jefatura Política, doña Josefa Zepeda vda. de Robles colocaba una campana forrada de papel de china color azul y blanco que cuando el Señor Presidente salía a presenciar el desfile de honor, halaba una cuerda y sobre la ilustre figura del mandatario, caían centenares de papelitos de diversos colores.
Los alumnos de educación primaria eran colocados a ambos lados de la calle con una banderita azul y blanco. Ubico no se confiaba de los antigüeños. Estaba muy fresca la desconfianza de que el presidente Lázaro Chacón había sido envenenado en el Hotel Manchén. Medio muerto lo trasladaron de emergencia a la ciudad Capital donde falleció. Ubico no bebía agua ni probaba alimento antigüeño por temor a correr la misma suerte de Chacón. Cuando pasaba por la finca Jauja, le indicaba al mozo qué aguacate debía de cortarle. No aceptaba otro que no fuera el señalado por él. En sus viajes llevaba su cocina propia y su cocinero de confianza. Conocí a quien se encargaba de ordenar sus trajes de diario y para las ceremonias y que era a la vez, el primero que probaba la comida que se le servía al mandatario. Tiempo después se aclaró que Chacón no fue envenenado en el Hotel Manchén y cuando Ubico se ocupó de darle su distinción histórica a la ciudad de Antigua Guatemala, era tarde porque al poco tiempo fue derrocado.
Por esa razón era inseguro el sitio por donde iba hacer su entrada. Por seguridad se mantenía en secreto. Los antigüeños eran previsores y colocaban morteros para bombas y un cohete de vara en todas las entradas de la ciudad. Se estaba a la espera del estruendo de la bomba y del cohete para saber cuál era el sitio elegido.
Si entraba por sitio diferente, se desplegaba un corre corre de alumnos de primaria y profesores y la distancia impedía llegar a tiempo para recibirlo batiendo la banderita nacional. Una espera inútil para los pequeños escolares, que desde las nueve de la mañana eran colocados a la orilla de la acera a ambos lados de la calle.
Ubico iba directamente a la Jefatura Política donde se le daba el parte oficial y en audiencia corta, recibía el saludo, el respeto, la obediencia y la lealtad del Intendente Municipal y su comitiva, del jefe de la Comandancia de armas, de los jueces, de los miembros del partido liberal, de los curas párrocos y de personas principales del municipio y resolvía uno o dos problemas que le presentaban los vecinos.
En comitiva visitaba la Tesorería de la Dirección General de Rentas y la de la Intendencia Municipal. Se le mostraban los libros de cuentas y se le aclaraba cualquier duda. Las cuentas no debían de tener tachones y menos manchas del lápiz de tinta. Y si Ubico se daba cuenta que las uñas habían actuado, se le daba el parte de que el tesorero, estaba ya, a buen recaudo.
Concluida la fase protocolaria y el interés principal de su visita de comprobar por sí mismo que, prevalecía la limpieza y honradez en el manejo de los fondos públicos, salía al arco frente a la puerta de la Jefatura Política, a recibir el saludo del pueblo antigüeño. Calzaba siempre las botas napoleónicas. Era parco en la expresión, persuasivo en la mirada y severo en las soluciones. No admitía réplica, porque hay del que lo intentara. Las puertas de la Penitenciaría Central estaban abiertas sin contemplación.
Antigua Guatemala debía de lucirse. El jefe de su plana presidencial, el General de División don Factor Méndez, era antigüeño y no podía defraudarlo.
Así que de inmediato se iniciaba el desfile militar de homenaje al mandatario. Se organizaba en la alameda de Santa Lucía y lo encabezaba la banda departamental con su uniforme de gala, al mando del maestro y compositor Alberto Velásquez Collado. Seguía la Compañía de Caballeros Alumnos del Instituto antigüeño y luego en orden alfabético, los batallones de los quince municipios restantes. Cada batallón se distinguía por su traje regional. Cada uno era vistoso como el de Santa María de Jesús y San Antonio Aguas Calientes de color azul de dos piezas, Seguían los alguaciles y las Cofradías. Las damas vestían preciosos trajes ceremoniales y en las manos llevaban incensarios de barro donde quemaban el incienso. Finalizaba el desfile con carrozas alegóricas.
Ubico llegaba a la ciudad de Antigua Guatemala, unas veces en carro descapotado y otras manejando su moto Harley-Davidson. Como los caminos eran de tierra, se levantaba una polvareda que cortaba la visibilidad. Cuando le presentaban el parte, le decían: “dos no llegaron a su destino. Siguieron de largo en una curva”.
Como en todo era meticuloso y no debía de ocultársele nada, tan pronto llegó a Palín, pidió el parte de su visita. Al llegar a la participación de la estudiantina antigüeña, el oficial informante le dijo que, cuando llegó, la estudiantina interpretó la marcha: Hay viene el Tigre y cuando se retiró la canción mexicana, Tú ya no soplas.
Pálido de cólera, el Tata Presidente ordenó: a esos irrespetuosos que los metan al bote durante quince días.
Estaban aún los integrantes de la estudiantina recogiendo sus enseres, cuando llegó la orden. Así que con todos sus instrumentos musicales y sin chistar palabra, rapidito los metieron al bote que estaba a pocos pasos de donde actuaron. Y es que al Tata Presidente, no se le escapaba nada.
Ubico llegaba a la ciudad de Antigua Guatemala, unas veces en carro descapotado y otras manejando su moto Harley-Davidson.