La violencia se cuela en el mundo de las artes


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Una andanada de cabezas humanas llueven sobre el escenario, donde cuatro narcotraficantes con chaquetas de cuero y sombreros de vaquero las batean hacia el público con fusiles de mentira, al compás del estribillo: «Que nos degollen, que nos empaquen … que no pregunten, que no investiguen».

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Por OLGA R. RODRIGUEZ
MEXICO / Agencia AP

Es una obra de teatro de Las Reinas Chulas, una comparsa que hace parodia de la violencia del narcotráfico. El espectáculo fue creado por un grupo de mujeres en el 2005 y hasta hoy sigue atrayendo público en clubs de todo México, incluyendo en la ciudad turí­stica de Taxco.

Como otros aspectos de la sociedad mexicana, la violencia se ha colado en el mundo de las artes. Los asesinatos y secuestros ya no son sólo tema de los noticieros sino también de pinturas, pelí­culas y obras de ópera. Los artistas dicen que están tratando de procesar la crisis en su paí­s, y algunos expresan esperanzas de que ello creará conciencia sobre el flagelo.

Cuadros con panoramas coloridos y bucólicos incluyen ahora cadáveres vendados y maniatados. Trozos de las ventanas de un vehí­culo reventadas en un atentado se convierten en materia prima para brazaletes incluidos en una exhibición de arte. Un célebre narcocorrido sobre una mujer traficante que mata a su amante es adaptado a la ópera.

«El arte siempre trata de hablar de hacia dónde estamos yendo», dice Ana Francis Mor, integrante de Las Reinas Chulas, que han sido invitadas a presentarse en Estados Unidos y Europa. «Es una especie de termómetro de la sociedad».

La reacción del público ha sido ambivalente, reflejo de la actitud nacional hacia la ola de violencia que según el gobierno ha matado a por lo menos 35 mil personas aunque otras cifras calculan que los muertos rondan los 40 mil.

«Todos los dí­as oí­mos de la corrupción, de las muertes, de la impunidad, y se siente como si todo estuviera cada vez más y más cerca de nosotros, pero nadie hace nada, nadie dice nada», dice Semiramis Huerta, actriz del espectáculo Narcos Unidos de México cuya escena cumbre muestra a policí­as y narcotraficantes bailando juntos.

Desde siempre el arte mexicano ha sido reflejo de la violencia que ha aquejado al paí­s, como por ejemplo los murales de Diego Rivera y David Siqueiros, que contení­an imágenes de la Revolución mexicana, o las novelas y narcocorridos que detallan los pormenores del comercio de drogas.

Los temas del mundo del hampa han estado en las artes visuales desde hace por lo menos una década, especialmente en estados como Sinaloa, cuna del cártel que lleva su nombre y donde la violencia reinaba mucho antes de la ofensiva antidrogas iniciada por el presidente Felipe Calderón en el 2006. Pero en los últimos dos años, el número de ese tipo de obras ha aumentado drásticamente y ha habido más muestras que se han proyectado a nivel nacional e internacional.

La pelí­cula Infierno, sobre un poblado que cae en las garras de un narcotraficante como su alcalde, arrasó en los Premios de Cine Ariel este año. Una muestra de arte en la Bienal de Venecia en el 2009 incluí­a a una persona limpiando el piso con agua y sangre.

El pintor Ricardo Delgado Herbert hace retratos de hampones con rostros grotescos y mostró algunos de ellos en una exhibición en Miami Beach en marzo.

Hoy el artista, de 36 años y oriundo de Tampico, trabaja en una serie de cuadros en que narcotraficantes y soldados aparecen tanto como verdugos como salvadores en las Estaciones de la Cruz. De esa manera desea expresar cómo los mexicanos están atrapados en el fuego cruzado entre dos fuerzas que no son totalmente buenas ni totalmente malas.

Delgado Herbert se crió en Tamaulipas, en el noreste del paí­s, escuchando corridos y viendo pelí­culas simplonas sobre detectives aguerridos que cazan a los narcos.

Comenzó a pintar a sus personajes —se les ve con ojos salidos y dientes retorcidos— tras enterarse de un tiroteo en el 2004 entre soldados y sicarios en Matamoros. Dice que fue entonces cuando se dio cuenta de que «Esos personajes de los que escuchaba cuando estaba chico estaban ahí­, entre nosotros, confrontándonos… Mi obra ha sido mi lamentación constante. Yo pinto lo que no me gusta».

Ese mismo lamento nutre el espí­ritu artí­stico de Gilda Lorena Martí­nez, una pintora cuya serie «Ciudad de arena y sangre» fue exhibida en el Congreso en abril.

Martí­nez ha vivido durante 20 años en Ciudad Juarez, la ciudad más violenta del paí­s. Comenzó a pintar en el 2008, cuando iba en aumento la cifra de asesinatos en esa localidad.

Tuvo que clausurar su academia de arte y mudarla a su casa cuando el negocio de al lado empezó a recibir amenazas de bomba. Uno de sus alumnos fue asesinado frente a su casa. Todo el mundo hablaba de quién se estaba yendo o de las madres que enviaban a sus hijos adolescentes a estudiar en otras ciudades.

En sus cuadros se ven figuras fantasmagóricas con expresión angustiosa, pintadas en gris y beige, los colores del desierto que rodea a Ciudad Juárez, acompañadas de destello de un rojo como la sangre.

«Simplemente estaba pintando lo que sentí­a, yo querí­a desenchufarme», dice la artista quien añade que por cinco meses estuvo gravemente afectada por el estrés de la violencia a su alrededor. «Es mi manera de decir ‘mira qué fracturados estamos como sociedad»’.

Aunque algunos artistas dicen que el trabajar con estos temas les ayuda a procesar su angustia, otros portan un mensaje más polí­tico, afirmando que están reflejando la complejidad de la situación del paí­s y de cómo el flagelo viene de la mano de la sed insaciable por narcóticos en Estados Unidos y otros paí­ses desarrollados.

Lenin Márquez Salazar, un artista que nació y se crió en Mocorito, en Sinaloa, pinta los verdosos panoramas de su estado, pero con un agregado macabre: en medio del verdor introduce muertos vendados y maniatados, o envueltos en sábanas, como suelen aparecer las ví­ctimas de los cárteles.

«Se nos olvida que somos una sociedad global y lo que pase en otro lugar nos repercute a nosotros aquí­», dice Márquez Salazar, de 42 años y quien ha mostrado su obra en Estados Unidos y Colombia. «Yo quiero crear conciencia sobre esto, no como denuncia, pero como una manera de expresar lo que yo estoy viendo».

Otra artista de Sinaloa, Teresa Margolles, incluyó la escena del piso limpiándose en su muestra en el Pabellón Mexicano en la Bienal de Venecia en el 2009. Ella recolecta artefactos de escenas de crí­menes como trozos de vidrio o tela, empapados en sangre y barro.

Margolles, quien trabaja en Culiacán, la capital de Sinaloa, y ha reflejado la violencia en sus obras desde hace mucho tiempo, creó esa pieza para desempeñar «una función social de duelo, de conmemorar la desaparición de una generación», declara Cuauhtemoc Medina, quien fue curador de la pieza.

«Cuando hicimos ese trabajo hace dos años Teresa y yo, lo que guiaba nuestro actuar era el no poder creer que 8 mil muertos en el paí­s no contaran», añadió Medina uno de los curadores y crí­ticos de arte más renombrados de México. «Hay una ceguera social que necesita 35 mil muertos para darse cuenta que esto es un completo desastre».

En algunos casos, los artistas han exhibido sus obras en instalaciones oficiales donde después son retiradas o censuradas debido a su contenido violento.

Medina dice que la obra de Margolles, «Â¿De qué más vamos a hablar?», fue financiada por fondos federales y privados, pero la Secretarí­a de Relaciones Exteriores de México se retiró del comité organizador dos semanas antes de la inauguración de la bienal. Al parecer, dice, el gobierno no querí­a estar vinculado con ese tema.

En Ciudad Juárez, las autoridades del Museo Arqueológico del Chamizal editaron el tí­tulo de la obra de Martí­nez y la llamaron solamente «Ciudad de Arena» cuando tuvo su debut en febrero.

Las Reinas Chulas se han negado a atenuar su presentación y la reacción del público ha cambiado a medida que la amenaza se ha hecho más real, dijo Mor.

El público antes se reí­a de los chistes del grupo, que incluí­an sátiras polí­ticas y disfraces estrafalarios. Ahora, los chistes sobre los narcos son recibidos con un tenso silencio.

«En los últimos dos años los chistes empezaron a tomar otro tenor», dijo Mor. «Algunos sí­ se sacan de onda, pero al final todos nos reí­mos porque nos duele lo que está pasando».